
Aquellas crónicas desde la ventana resultan ahora tan irreales como las fotografías
19 mar 2025 . Actualizado a las 05:00 h.El 19 de marzo del 2020 fui a hacer la compra al súper. Hay una prueba: una fotografía de la acera en la que una decena de personas hacíamos cola, separados por un metro de distancia, tapados con mascarilla. Ese mismo día compré la verdura en la frutería de Paco. Hay otra fotografía: delante del mostrador, habían alineado unas cajas de naranjas, marcando la separación adecuada. Un cartel sobre las cajas pedía que se respetara la distancia de seguridad. En la puerta, otro pedía que aguardásemos nuestro turno.
El teléfono guarda más fotos de aquel día: un pantallazo de los positivos en el área sanitaria (120), de ingresados (38 en el Chuac, 7 de ellos en la uci, uno en Cee y otro en el Quirón) y de pacientes en aislamiento domiciliario (81). Una captura de un gráfico sobre la persistencia del coronavirus en las superficies. Cuatro días en la madera, cinco días en el plástico, ocho horas en los guantes de plástico. Y una foto que mandaba un compañero de Sabón, con la redacción completamente vacía.
El día anterior, en este mismo pedacito del periódico, escribía que nunca nos habíamos tocado tan poco, ni nos habíamos sentido tan cerca. Aquellas crónicas desde la ventana resultan ahora tan irreales como las fotografías. Qué surrealista hacer la compra en un súper con un límite de clientes, trabajar sola, los niños en casa, los arcoíris de los vecinos de enfrente, los aplausos a las ocho de la tarde. Revisar aquellas imágenes es como recordar una película de ciencia ficción, aterradora tantos días, extrañamente rutinaria otras. Días en los que no sabíamos nada y confiábamos en un futuro en el que seríamos mejores, agarrados a un clavo ardiendo que resultó ser igual de irreal.