
Por el molino de Xico los virus pasan de largo como el agua del Mendo. «Todo fluye», reza en la puerta. Aquí se instaló en los 80
02 abr 2020 . Actualizado a las 05:00 h.En casa de Xico el estado de alarma solo salta cuando ladran sus perros, dos canes pequeños y blancos que huyen con una simple palmada. Si aquí no hubiera televisión, si esa poquita cobertura que araña en la habitación más elevada se esfumase, si todo ello coincidiese con una temporada larga sin bajar a Betanzos a hacer la compra, Xico no se habría enterado de que el mundo está en cuarentena. Porque él lleva confinado en este molino junto al Mendo casi cuatro décadas. El virus planetario pasa por aquí de largo como pasan las aguas del Mendo, precisamente junto a la inscripción de Heráclito que preside, en griego, la entrada a la vivienda: «Todo fluye, nada vuelve a ser como antes».
Xico dice que tiene 81 años. El periodista recela pero después de conocer su saludable y espiritual modo de vida le acaba creyendo. Que cada lector amplíe la foto y saque sus conclusiones. Xico vive solo, con sus perros, pero no es una anacoreta. Hace la compra en Betanzos, donde también se pulía en el gimnasio hasta que el Gobierno dijo que no era una actividad esencial. Le gusta tanto la gente que no unifica la compra en un único recinto: «Las alubias en Casa Segundo, lo gordo en el Gadis, el pescado en el mercado del casco histórico…». Vive solo, ya se ha dicho, pero presume de una amplia colección de amigos («soy solitario pero también solidario») acumulados durante una vida laboral en la Administración, primero en el INSS, luego como inspector de trabajo, y por último como gerente de estibadores en el Puerto de A Coruña. Pero ya entonces comenzó a mirar más al agua dulce. A finales de los setenta descubrió las ruinas de este molino y poco a poco lo fue reconstruyendo, llenándolo de piezas de museo, como un sillón napoleónico o una biblia del siglo XVII.

Su biblioteca ahora es grande, pero hubo un tiempo en que era babilónica. «Doné muchos libros a los colegios de la comarca», señala. Pero no es en la sala principal donde Xico, alias de Francisco Cordero, se sumerge en los libros. Tiene un habitáculo más recogido, con un escritorio de madera, y un ventanal que, lejos de ser hermético al ruido, permite el paso del sonido de la cascada, que se mezcla con su lectura.
En este molino ideal para tiempos de pandemia Xico también le ha devuelto la razón primigenia. La piedra que gira, las compuertas que dirigen el agua, «todo como estaba en su origen». «Hace años vinieron de algún colegio a verlo funcionar, pero fue algo puntual», recuerda.
Xico y su interlocutor se despiden chocándose dos palos de la pila de la leña destinada a la chimenea. «Cuando esto acabe nos daremos la mano», sentencia. Cuando volvemos sobre nuestros pasos, descubrimos que Xico nunca está completamente solo, al margen de sus perros. Allí mismo, bajo unos arces, están enterrados sus padres. Una placa condensa el paso de sus progenitores por la tierra, palabras que también recogen las intenciones últimas del propio Xico: «Hicieron el bien, amaron la Justicia».