Recuerdo que en mis años de adolescente pasé una noche de verano encerrado en una furgoneta en una zona boscosa cercana a la ría de Betanzos con el propósito de avistar ovnis. Sabíamos —mi amigo ufólogo que había organizado la excursión sabía— que la zona, el día y la hora eran propicios. Pero, tras un tiempo que se eternizaba, encendimos las luces, pusimos el motor en marcha y nos dirigimos a la busca de algún lugar donde tomar un cubalibre. Lo que yo sentí entonces no fue exactamente una decepción, sino más bien el amargo sabor de aquel a quien dejan plantado en una cita. Los extraterrestres, para que se me entienda, me parecieron unos maleducados.
Ahora, la NASA —siempre la NASA— organiza una comisión para el estudio de los centenares de avistamientos de que se tiene noticia. El Departamento de Defensa americano, por su parte, ha creado una sección con un nombre precioso: la Oficina de Estudio de Anomalías en Todos los Dominios del Pentágono. Pero ya empezamos con mal pie, que es la negación del origen extraterrestre de los platillos volantes. Así vamos mal, porque, vamos a ver, si eso es como dicen, de dónde vienen por ejemplo Ana Obregón, Isabel Preysler o Miguel Bosé, sin ir más lejos. Y eso solo citando España. Yo creo que si de verdad la NASA quiere llegar a buen puerto en esta nueva investigación tiene que llamar primero a Iker Jiménez y después a mí, que tengo larga experiencia en ese campo de investigación. La que me dio aquella lejana noche en la ría de Betanzos.