Reconstruyen la antigua iglesia de los Jesuitas en un furancho de Culleredo
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CULLEREDO

El promotor del nuevo templo conservó parte de las piedras, vidrieras y arcos
11 sep 2023 . Actualizado a las 16:57 h.En una finca de Culleredo, de nombre A Fidalga, permanece vivo un pedacito de la memoria de los coruñeses. Tras una arboleda senlleira y un gigantesco hórreo, emergen, majestuosos, dos enormes arcos de estilo neogótico y un altar con sus correspondientes vidrieras. Son lo que queda de la antigua iglesia de los padres Jesuitas, que presidió durante décadas la céntrica calle Juana de Vega de A Coruña, con su característica y larguísima aguja en la fachada.
Entrar en el Furancho de A Fidalga, en Sésamo, a trece minutos en coche por la Tercera Ronda, es como un viaje al pasado. Cierras los ojos y parece que te trasladas a la esquina de la calle Fonseca en los años 80, adentrándote en un templo que pensabas había desaparecido para siempre. Arquitectos, ceteuves nostálgicos y antiguos feligreses de los Jesuitas tienen la oportunidad de rescatar del olvido una huella indeleble de una parte de la historia del Ensanche coruñés.
Pero esto no es un misterio de Cristo. Una pequeña parte del antiguo templo del Sagrado Corazón, de estilo neogótico, sobrevivió gracias al empeño de un empresario, Antonio de la Iglesia Mantiñán. Sus cenizas y las de su esposa permanecen enterradas bajo los restos del antiguo edificio, ahora reconvertido en una pequeña capilla a modo de templo no consagrado.
Numeradas una a una
Su hijo, también de nombre Antonio de la Iglesia, es el gerente de A Fidalga: «Nosotros teníamos una empresa promotora y constructora. Cuando los Jesuitas tuvieron que tirar la iglesia porque se les estaba cayendo abajo, se planteó un proyecto y fuimos los encargados de ejecutarlo en sociedad con otra empresa. La iglesia se había ido degradando con el paso del tiempo y, a pesar de las reformas, corría riesgo de derrumbe, así que decidieron tirarla y hacer una nueva en el bajo». Eso fue en el año 1992. «Cuando llegó el momento de derribar el antiguo templo, mi padre pidió permiso a los sacerdotes para retirar las piedras y llevárselas. Las numeró y se las trajo para aquí. Con esas piedras mi padre fue construyendo, poquito a poquito, la actual capilla que tenemos en A Fidalga. Ahora tengo las cenizas de él y de mi madre allí dentro». Una fotografía en blanco y negro del matrimonio, enmarcada en plata, preside este curioso altar en Sésamo, levantado con las rocas que pertenecían al muro inferior del templo original, que tenía sobre un metro y medio de altura. «Originales son solo las piedras, las vidrieras y los arcos, que son los que estaban en las puertas de entrada en A Coruña, porque todo el mobiliario que hay dentro lo fue comprando mi madre en anticuarios o pertenecían a la casa familiar», explica Antonio.
«Las puertas de madera se las encargó mi padre a un carpintero justo a la medida. Intentó consagrarla, pero el Arzobispado no le dio permiso nunca. No se pueden oficiar misas salvo que traigan un altar de campaña. De vez en cuando se celebran bodas y otras ceremonias aquí». Antonio detalla esta historia con la amabilidad y la soltura de quien ya ha contado el relato unas cuantas veces. «Siempre que viene alguien, me pregunta qué es esto y yo se lo cuento».
Una hectárea de terreno, piscina, zonas verdes y una curiosa cripta, ya que su padre hacía vino, de ahí el nombre de Furancho de A Fidalga. «Es una finca privada que se alquila para grupos. Puedes elegir entre traer tú la comida, cocinarla aquí o contratar un cáterin». En realidad, explica Antonio, «era la casa familiar. Hace unos seis años decidí ponerla en valor, porque los costes de mantenimiento son altos».
Salvando las eclesiásticas distancias, este episodio recuerda al traslado de las ruinas del antiguo convento de San Francisco desde su primitiva localización junto a la Fundación Luis Seoane y el jardín de San Carlos hasta el paseo de los Puentes, donde está ubicado en la actualidad. A esta finca de Sésamo solo llegó un pedazo de la iglesia, pero es un gran pedazo de nuestra historia.