
Debería ser materia obligatoria asistir a alguna de las exhumaciones que la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica realiza para rescatar de las fosas comunes, las cunetas y el olvido a alguna de las cinco mil personas que fueron ejecutadas durante el brutal período de represión que siguió al golpe de Estado del 36 en Galicia.
El lunes se cerró un ciclo en Culleredo, con el acto de homenaje a Manuel Ramiro Souto y José Galán Núñez, Souto y Dereito, redimidos al fin de la indiferencia colectiva en agosto del año pasado cuando sus restos fueron desenterrados 72 años después de haber sido abatidos y sepultados en una fosa común en Visantoña, Mesía. Formaban parte de la guerrilla antifranquista y trataron de plantar cara, como sabemos sin éxito, a los golpistas. Desde esta semana descansan en el cementerio de Almeiras.
Resulta muy difícil entender por qué molesta a muchos este tipo de reparaciones. Cualquiera que haya seguido de cerca una de estas peripecias encontrará en los herederos historias de amor, emoción y dignidad. El trabajo de la ARMV o de la Universidad de Santiago y su impresionante proyecto Nomes e Voces se mantienen firmes y constantes frente a esta especie de apatía general inexplicable. Debería ser una causa común de todos los partidos que se dicen demócratas y se consideran desvinculados de lo que significó el franquismo. Porque hay silencios o palabras de censura que parecen indicar otra cosa.
Es muy probable que en ese registro de Nomes e Voces, con 14.000 fichas de personas que fueron víctimas de la violencia, haya alguien que tenga que ver con cada uno de nosotros. Prueben. En mi caso está, entre otros, Fernando Domínguez Caamaño, ejecutado en Compostela en diciembre de 1936. Mi tío abuelo.