Con 23 años, Alfonso Sánchez cursa un máster de ingeniería aeroespacial
16 jun 2024 . Actualizado a las 05:00 h.La localidad de Delft es una pequeña joya de los Países Bajos. Uno de esos pueblos de cuento, con canales y una historia marcada por el arte (de aquí es el pintor Vermeer, autor de La joven de la perla o La lechera), y por la monarquía. Porque Delft es la tumba eterna para todos los monarcas del país. «Y también está la iglesia torcida, muy curiosa». Lo dice Alfonso Sánchez, un joven sadense de 23 años que tiene la fortuna de vivir aquí durante una etapa de dos años. Él fue merecedor de una da las becas de la Fundación La Caixa para cursar un máster en ingeniería aeroespacial. El pasado 5 de junio, el rey Felipe VI entregó los diplomas a los cien jóvenes becados. La Casa Real subió a Twitter unas fotos del evento con la casualidad de que en una de las imágenes el monarca entregaba la beca a Alfonso. «Las felicitaciones se multiplicaron», reconoce.
Alfonso tiene una mente privilegiada pero, por encima de todo, es un ser infinitamente curioso. A falta de pizarra, en un cristal de su casa holandesa plasma fórmulas incomprensibles para el común de los mortales. En el máster de ingeniería aeroespacial él ha escogido una especialidad para estudiar las órbitas. «Por ejemplo, puedo explicar las características de Júpiter a partir de las órbitas», explica Alfonso tras una breve y didáctica charla a un periodista de letras. Ahora está terminando el primer curso, y en el próximo afrontará las prácticas en el instituto de Jive, al norte de Holanda. «Tienen un observatorio muy potente con método de interferometría. Hay un montón de antenas desplegadas por todo el mundo que emiten señales, y un programa convierte esos datos en órbitas. Mi función será reescribir ese programa, que está obsoleto», explica Alfonso.
Ingeniero de fórmula 1
Cuando acabó el bachillerato sus intenciones con la ingeniería eran otras. Le tiraba la fórmula 1. Y se embarulló cuando quiso imitar al referente de la aerodinámica de las carreras, Adrian Newey. «Miré lo que había estudiado él y me apunté a ingeniería mecánica en Vigo, pero luego me di cuenta de que me había confundido, él lo que había estudiado era ingeniería aeroespacial», confiesa. Así que se mudó a Ourense para hacer un grado de estos estudios durante tres años. Tuvo una relación de amor-odio con la universidad. Profesores que le motivaban «y otros que confundían, metafóricamente hablando, un camión con un autobús». «Yo necesitaba más matemáticas y más física, tuve que buscar mucha información por mi cuenta», confiesa.
Intentó estudiar fuera a través de una beca de la Fundación Barrié. «Pero algo hice mal al registrarme, y no pude entrar», se lamenta. Pero aquello abrió un año sabático que supo aprovechar. «Me dediqué a volver a impresionarme con las cosas. Jugué mucho al ajedrez, todos los fines de semana de otoño me iba a por setas, viajé varias veces a Madrid para ver el Prado, aunque también hubo días de mirar el techo desde la cama», relata Alfonso con la sabiduría propia de un veterano. Ese año le surgió un pequeño proyecto en la Universidad de Santiago sobre detectores de rayos cósmicos, «que es lo que producen las auroras boreales». Gracias a sus conocimientos de programador realizó una base de datos muy completa al tiempo que hacía «miles de preguntas» a los responsables del proyecto porque, ya se ha dicho, Alfonso es un ser muy curioso.
Mantuvo su objetivo de estudiar fuera para conocer otras culturas mientras se formaba en lo suyo. Surgió la oportunidad de la Fundación La Caixa y esta vez no hubo errores en los trámites. Le admitieron. «Mi vida son las órbitas, las ecuaciones...».