Estos negocios subsisten gracias a la cantidad de población envejecida que habita los barrios coruñeses y a que exploran nuevas vías; a punto de jubilarse, algunas tenderas han encontrado un filón en Instagram
06 feb 2023 . Actualizado a las 12:19 h.«Ese señor al que le acabo de vender unos calzoncillos está viudo, por eso viene él. Aquí siguen comprando las mujeres los calcetines y los pijamas de los hombres, pero sobre todo las madres. Se escucha mucho eso de “é que ela non sabe”, sobre las nueras». Entrar en la mercería Lucel es como hacer un gazpacho con las cuatro últimas décadas y beberlo de un trago. Puedes estar en 1986, en el 2001 o en el recién estrenado 2023. Este local pegado a la calle Barcelona no entiende de modas, resiste ante la presión de las tendencias y sus anécdotas demuestran que los roles de género no están en absoluto superados.
Estas tiendas atesoran historias imposibles de encontrar en grandes almacenes o comprando a través de Internet. En concreto, las mercerías guardan incontables secretos porque muchas mujeres acudían a comprar, precisamente, cosas de mujeres —fajas, hilos de bordar, los sostenes con relleno o camisetas Abanderado para el novio recién estrenado—, y así se desahogaban con unas tenderas que sobreviven en la era de Amazon gracias a la fidelidad que le guardan sus clientas. De hecho, lejos de lo que pudiera parecer, estos negocios tienen oxígeno para rato y ninguna de las consultadas piensa en echar el cierre. A lo sumo se plantean el traspaso.
Peinan los barrios humildes y más pudientes de A Coruña, pero es fuera del centro de la ciudad donde estas tiendas se encuentran más seguras, bien porque no compiten contra gigantes del textil bien porque tienen garantizada una clientela fija. Pero no siempre fue así. Nieves y Emilia explican que la llegada de El Corte Inglés fue un duro golpe para este tipo de establecimientos.
Era 1986, y cualquier novedad hacía explotar el ocio herculino. Nieves regenta ahora la mercería Manoly en Os Mallos y, aunque lleva siete años al frente del negocio, siempre se ha dedicado a la confección. Por eso, recuerda que fueron tiempos duros. Emilia, por su parte, cuya mercería situada en este mismo barrio lleva su nombre, dice que fue un mazazo y que tuvo que dejar de vender prenda exterior. En Lucel, como en tantos otros comercios, se vieron obligados a abrir los sábados por la tarde, cambiando la aparición de estos grandes almacenes el paradigma social de los coruñeses.
Más allá de eso parece que todo ha ido sobre ruedas en estos locales, incluso en las épocas de crisis, porque como explica Emilia, «cuando acostumbras a la gente a unas marcas y calidades en concreto, en prendas como la ropa interior o de dormir, prefieren invertir de manera puntual porque saben que a la larga les va a resultar más duradero». Hay otro quid en esta cuestión. Y es que con el paso del tiempo las mercerías se han convertido en negocios que tienen, en exclusiva, prendas que para ciertos clientes son fundamentales. «Nos pasa con los calzoncillos largos y los pañuelos de tela en el caso de los hombres, vendemos prácticamente todos los días; y para las mujeres nos siguen funcionando las batas gallegas, esos mandilones cruzados y, hasta hace poco, los refaixos, que no los vendía casi nadie».
Esta prenda tradicional que se ponían las mujeres bajo la falda para protegerse del frío ya no la venden, pero aún tienen en stock complementos como las pelerinas. No pasan por su mejor momento pero ahí están. Igual que las combinaciones, «que fueron yendo a menos desde que la mujer incorporó el pantalón a su armario». Ahora bien, las batas viven un momento de gloria, y aquí hay consenso, debido —entienden las tenderas— a la subida del precio de la calefacción. El vaivén que ha ido sufriendo la ropa interior de mujer no lo ha lamentado su versión masculina. «Ellos no quieren un calzoncillo, quieren un Abanderado. Ahora trabajamos cuatro marcas pero vienen sus señoras y dicen: “E que sempre gastou Abanderado, non lle ten xeito outra cousa”».
En Manoly y en Emilia el gran empuje financiero al local también lo dan bragas y calzoncillos. Aunque indican que, pese a que parezca mentira, los hilos de coser tiran bastante. Para darle un impulso definitivo al conjunto de productos de su mercería, Emilia ha decidido sumarse al universo digital abriéndose una cuenta de Instagram. Tiene 65 años y piensa en jubilarse, pero eso no ha impedido que sus últimos tiempos al frente del negocio tengan una ilusión marcada por los likes. «Es una manera diferente de llegar a las hijas de mis clientas de toda la vida y a gente joven; de hecho, me hacen bastantes encargos y me preguntan por tallas en las fotos que subo, que las intento hacer lo mejor posible, aunque en los últimos tiempos me esforcé menos porque falleció mi madre».
Con respecto al balance de toda una vida dedicada a su mercería, donde le ayudan con las cuentas sus hijos, Emilia lo ve absolutamente positivo. Tanto por la parte sentimental como económica: «Ahora tengo un sueldo lindo, lindo, y cuando abría más horas algún día llegué a facturar en un día lo que mi marido en un mes».