El regreso de Robert Langdon

Juan Gómez-Jurado

CULTURA

Juan Gómez-Jurado, autor de éxitos de ventas como «El emblema del traidor», analiza el nuevo libro de Dan Brown, «El símbolo perdido», que se editará en español en octubre

20 sep 2009 . Actualizado a las 02:00 h.

Pues ya está. Hace menos de una hora que he terminado El símbolo perdido , en una edición inglesa que amablemente me ha enviado Doubleday. Afronté la lectura con ganas, tantas como los seis años que han pasado desde que Brown arrasó el mundo editorial con El Código Da Vinci . La primera pregunta que me hace mi mujer cuando me ve cerrar el libro es obvia. La respuesta no lo es tanto. Sí, la novela es divertida y digna de leerse, y con esto la gran mayoría de los lectores pasarán de página y se dedicarán a leer artículos más interesantes que este. Pero teniendo en cuenta que estamos hablando del que ahora mismo puede ser el escritor vivo más conocido del planeta, hay que matizar mucho.

Para empezar, el mero hecho que esté usted leyendo una crítica a página completa de un libro al que le queda más de un mes para salir a la venta en España ya indica la magnitud del interés. Probablemente ese sea el mayor lastre con que El símbolo perdido se encuentre. Los lectores lo devorarán, los libreros se forrarán, los críticos lo vapulearán. A estos últimos no les faltará razón. Ayer publicaba el Daily Telegraph que el libro es malo, blando, y el diálogo, manido y predecible. ¿Es verdad? Pues comparado el libro con El castillo o Ana Karenina , evidentemente. Pero el problema de los críticos estirados es que son incapaces de salir de su nicho de excelencia o de su título en literatura comparada. Por eso los críticos estirados no han vendido 80 millones de copias y Dan Brown sí. Si pensamos en El símbolo perdido como pura y simple evasión, entonces la cosa cambia. La trama de la novela recuerda mucho más a Ángeles y demonios , la primera aventura de Robert Langdon, que a su secuela literaria (en cine se invirtieron los términos y la trama de El Código Da Vinci era anterior). Como en aquella, el profesor Langdon tiene que enfrentarse a una sucia conspiración en la ciudad de Washington que envuelve la historia de la ciudad, una amenaza terrible y un montón de términos chulísimos como teoría de supercuerdas y las ciencias noéticas.

Bomba de antimateria

Como en otras ocasiones, Brown hace con estos elementos lo que le da la gana, lo cual me parece muy bien. Cualquier lector medianamente informado sabe que no se puede hacer una bomba de antimateria en el CERN porque para producir los 250 gramos que roban en Ángeles y Demonios el laboratorio suizo necesitaría unos 6.000 años. Tampoco hace falta tener un doctorado en Historia del Arte para saber que la mitad de las teorías que se hilaban en el Código eran, como mínimo, cuestionables. ¿Hace eso menos divertidas ambas novelas? Ni por asomo. Si nos ponemos tontos, en el espacio no se pueden ver los láseres ni las explosiones, porque no hay oxígeno. Y sin embargo bien que nos tragamos la Guerra de las Galaxias .

Lo que viene en gran auxilio del libro es la ausencia de elementos religiosos polémicos. Creo que El Código Da Vinci se vio muy perjudicado por todos aquellos que se tomaron demasiado el mensaje del libro contra la divinidad de Jesús y sobre su matrimonio con María Magdalena. Me refiero, claro está, a nivel crítico. A nivel económico ya se sabe que los tiros fueron en otra dirección.

Diez horas y una conspiración

Recapitulando, ¿con qué se va a encontrar usted el 29 de octubre? Pues tenemos a Langdon, una conspiración y diez horas para acabar con ella, once personajes principales, doce enigmas y 133 capítulos. Un montón de ciencia pop algo traída por los pelos, masones y secretos. Una lectura vibrante, llena de cliffhangers y de acción. Diálogos malos -sí, eso no hay quien lo salve, lo siento-, un peligro inminente y una mujer fatal. Es decir, la misma fórmula Brown de siempre. Si a usted le gustaron sus anteriores títulos, le recomiendo que lea El símbolo perdido , porque lo pasará bien. En caso contrario, no se acerque a él.