«Intento reducir la arquitectura a su punto más silencioso»

Javier Armesto Andrés
Javier Armesto REDACCIÓN.

CULTURA

Es británico, pero huye del furor tecnófilo y tampoco comulga con las demandas historicistas del príncipe Carlos. Lo suyo es la calma, y así se expresan sus edificios

29 may 2010 . Actualizado a las 12:41 h.

Zapatos marrones de ante, vaqueros blancos, camiseta y chaqueta oscuras y gafas de pasta a juego con sus cejas. David Chipperfield (Londres, 1953) se presentó ayer en A Coruña con este atuendo informal para clausurar la exposición Form Matters, una fantástica retrospectiva de su obra que todavía podrá contemplarse hasta el domingo en la Fundación Pedro Barrié de la Maza. La noche anterior, Chipperfield había aterrizado en Galicia y no resistió la tentación de pasar por su casa de Corrubedo.

-En los textos de la exposición dice que los arquitectos deben ser responsables e imprevisibles a un tiempo, y no ignorar ciertos límites en su trabajo. ¿No cree que muchos han sobrepasado esos límites en la última década?

-Ha habido mucha experimentación en la forma arquitectónica y, a raíz de la construcción del Guggenheim de Bilbao y del enorme éxito que tuvo, los edificios se ven no solo como museos, sino como iconos para la propia ciudad. Se han conjugado una serie de circunstancias para dar lugar a lo que podríamos llamar la tormenta perfecta: gran cantidad de fondos para edificios singulares, experimentación con la forma y que la gente se ha dado cuenta de la importancia de tener un edifico icono como una marca representativa de la ciudad.

-La Expo 2010 de Shanghái se presenta bajo el título «Mejor Ciudad, Mejor Vida». ¿No estamos borrando la identidad de nuestras ciudades al convertirlas en centros de servicios, llenando el centro de museos, tiendas y oficinas y llevando a la periferia la vivienda y la industria, que tradicionalmente han sido los motores urbanos? ¿Corremos el riesgo en Europa de que nuestras ciudades asuman el modelo del «downtown» estadounidense?

-Estoy de acuerdo con lo que usted dice, es un problema bastante grande. Pero el mundo inmobiliario es una industria y hay una especie de conspiración entre los inversores y el sector de la construcción; se está construyendo muchas veces no solo porque se necesita ese edificio, sino porque forma parte de la industria de la inversión. En España, en los últimos 10 años ha habido una extraña libertad para el urbanismo y en el mundo anglosajón también, hemos llegado a una desfiguración total del mercado inmobiliario y del urbanismo.

-Para ser un arquitecto británico (la arquitectura moderna británica se asocia, en una especie de reduccionismo, al «high-tech») sus edificios tienen un sobriedad clásica. Usted trabajó con Richard Rogers y Norman Foster, pero no parece hacer gala de la tecnofilia que derrochan sus colegas: ¿Le desagrada que la tecnología esté visible en los edificios?

-La tecnología está visible en todo, la cuestión es la manera en que se expresa. Rogers y Foster prefieren expresar el papel de la estructura, la provisión de servicios, y formalizar estos elementos dentro del propio lenguaje arquitectónico del edificio.

-El Museo de Literatura Moderna de Marbach (Alemania) remite a un templo clásico. ¿Qué opina sobre el clasicismo puro por el que aboga Carlos de Inglaterra?

-No creo que el príncipe Carlos esté abogando por el clasicismo, más bien rechaza el modernismo. Eso lo encuentro bastante extraño. Todo empezó hace unos quince años con un comentario que hizo de que la calidad de la arquitectura moderna en el Reino Unido era bastante pobre, y creo que tenía bastante razón, en su momento fue una crítica muy valiente. Pero personalmente no estoy de acuerdo con lo que dice de que habría que volver a los estilos históricos.

-Usted utiliza todo tipo de materiales en la piel del edificio: ladrillo, vidrio con bronce, hormigón, roca volcánica, madera. ¿Alguno es su favorito, como el titanio para Gehry o el hormigón para Niemeyer?

-Para mí no hay un material por encima de los demás. Tenemos que buscar siempre el más apropiado. Tengo el privilegio de trabajar en distintos lugares y tengo que ajustar la forma de trabajar, los materiales que utilizo y las ideas a la cultura local. Por ejemplo, podría utilizar el ladrillo el Berlín o el hormigón en México. Pero el hormigón es un material extraordinario de nuestros días, al igual que el vidrio, y anteriores generaciones de arquitectos estarían celosos de las posibilidades que nos ofrecen.

-¿En la arquitectura de Chipperfield no hay espacio para la curva?

-En mi arquitectura hay sitio para todo lo que tenga su razón. Yo no soy un formalista, intento siempre reducir la arquitectura a su punto más silencioso y la geometría de un cubo es lo que más se aproxima. La geometría de las curvas es un poco más ruidosa.

-Usted ha criticado los concursos de obra pública en el Reino Unido, por la ausencia de arquitectos en el jurado. ¿Se siente maltratado en su país, donde ha construido menos que otros paisanos?

-Inglaterra no ha sabido crear unas condiciones positivas para la práctica de la arquitectura en comparación con España, donde, a pesar de los actuales problemas económicos, hay una relación muy saludable entre la enseñanza de la arquitectura, su práctica, los concursos y la industria. En España el sistema de concursos públicos ha permitido a los arquitectos jóvenes obtener trabajo y enseñar en las universidades, y así los estudiantes también se benefician de lo que están haciendo, e incluso pueden ayudar a sus profesores a preparar algún concurso.