La Eva moderna

César Wonenburger

CULTURA

24 mar 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

La Taylor fue uno de los últimos iconos de la edad dorada de un Hollywood que ella misma, con su actitud vital desafiante, a contracorriente de reglas o imposturas, contribuyó a destruir. Su rebeldía no casaba bien en el reino de las apariencias, de estrellas sumisas a las que los estudios ayudaban a ocultar sus miserias para que el público solo pudiera adorar en ellas a los únicos dioses sobre la tierra.

Con sus frecuentes cambios de alcoba expuestos a los cuatro vientos, su existencia llegó a ser objeto de interés incluso para el Vaticano, que aspiró inútilmente a truncar una de las más bellas historia de amor que haya dado el cine extramuros de la gran pantalla. Asistir a los públicos intercambios de escarnios que la incendiaria pareja Burton-Taylor se prodigaba en ¿Who?s afraid of Virginia Woolf? era como un anticipo de Gran Hermano, pero con mejores diálogos. Hombre y mujer, marido y esposa largándose a la cara todo el repertorio de humillaciones, reproches y rencores que suelen suceder al amor, dichos con absoluta convicción, y sin máscaras, por un matrimonio real como la vida misma.

Desde su escasa estatura, pero firmemente instalada en la intensa lava de su mirada violeta y un escote capaz de tumbar al mismísimo Mike Tyson, la Taylor se erigió en la más ardorosa portavoz de las reivindicaciones, sueños y anhelos de esa Eva moderna que exige de su pareja algo más que bajar la basura. Haciendo eso era única.