La narradora recibió el Premio Cervantes en una emotiva ceremonia
28 abr 2011 . Actualizado a las 06:00 h.Érase una vez una niña de 85 años que inventaba verdades para vivir. La misma Ana María Matute que con cinco comenzó a soñar y fantasear, tras comprender que solo las invenciones encierran verdades. Ocho décadas después de aquel descubrimiento, la escritora explicaba sus certezas, incertidumbres, duelos, quebrantos y alegrías, por fin desde la cima de un oficio que eligió en la infancia y en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá. La niña que entró en el bosque asustada y fascinada volvía a asomar la cabeza entre la fronda convertida en «la Matute» para confirmar de viva voz las maravillas de una fantasía salvadora y balsámica. Sabe hoy que «la única verdad» es todo lo que ha inventado en la vida y que «el que no inventa, no vive». Lo afirmó tras recibir de manos del Rey el diploma y la medalla que la acreditan como ganadora del Premio Cervantes, la tercera mujer que lo logra tras María Zambrano y Dulce María Loynaz.
Agradeció Matute el galardón en uno de los más breves, sencillos y sentidos discursos que se recuerdan. Apenas quince minutos cargados de ternura, calor y emoción que arrancaron una de las ovaciones más intensas, cálidas y prolongadas oídas en el centenario Paraninfo complutense.
Un pajarillo en silla de ruedas
Frágil como un pajarillo, lúcida como siempre, recogida en una silla de ruedas, con la voz queda y la mirada tan desvalida como inteligente, la escritora y académica recibió del rey su medalla y su diploma cervantinos. Don Juan Carlos tuvo que romper el protocolo y abandonar la mesa presidencial para acercarse a la escritora, a la que abrazó y besó muy afectuoso.
Con su dorado medallón al pecho, exonerada del dificultoso ascenso al estrado plateresco y tras advertir que «preferiría escribir tres novelas seguidas y 25 cuentos seguidos antes que pronunciar un discurso», Ana María Matute invitó a todos a compartir el sueño que la acompaña desde la infancia: «Desde que por primera vez la mágica frase ??érase una vez?? conmovió mi pequeña vida». Desgranó en un emocionante periplo biográfico su vida plagada de golpes, desgracias y alegrías, de descubrimientos y desencantos. Explicó cómo la literatura fue para ella un faro contra las «abundantes tempestades y tormentas» de su vida, un bálsamo contra el odio, y como las invenciones se revelaron a lo largo de toda su vida como «las únicas verdades».
«San Juan dijo que el que no ama está muerto. Y yo me atrevo a decir: El que no inventa, no vive», señaló Matute. Se remontó a su infancia, evocó a su muñeco Gorogó, un regalo de su padre en el que encontró calor y amistad y que aún hoy confía todos sus secretos y junto al que ha vivido este sueño fantástico de ocho décadas.
Todo empezó con una chispa
Todo comenzó cuando la pequeña Ana María, con cinco años, vio saltar una chispa azul al partir un terrón de azúcar en la oscuridad de su cuarto. Según recordó con los ojos brillantes, en aquel momento se encendió el fuego de una fantasía que ha alimentado hasta hoy. La habitación se llenó de magia: «Algo me reveló que yo sería escritora, o que ya lo era. Aquella lucecita azul, aquel virus no me abandonó nunca. Cuando Alicia, por fin, atravesó el cristal del espejo y se encontró no solo con su mundo de maravilla, sino consigo misma, no tuvo necesidad de consultar ningún folleto explicativo. Se lo inventó».
Defendió al maltratado cuento como género mayor de la tradición oral y como un elemento indispensable para iniciarnos en la lectura. Pero sobre todo reivindicó el poder de la invención. «Si en algún momento tropiezan con una historia, o con alguna de las criaturas que transmiten mis libros, por favor créanselas. Créanselas porque las he inventado», concluyó.