En su larga carrera como músico, Ramoncín (José Ramón Martínez Márquez; Madrid, 1955) ha sabido colocarse bajo el foco que más y mejor iluminaba. Cuando su luz menguaba, se reinventaba en nuevo personaje: además de cantante, actor, presentador y tertuliano en televisión, e incluso escritor. Se benefició del tirón mediático de la movida madrileña, por más que su estilo estuviese más cercano al rock suburbano de Leño o Burning, inmediatamente anteriores. Se le asignó el papel de «poeta punk», como lo bautizó Francisco Umbral, aunque sus letras fuesen más una crónica del barrio y careciesen del nihilismo de los Sex Pistols o la orientación política de The Clash, los dos modelos claros para los pioneros de la escena española.
España encaraba la recta final de la transición y Ramoncín daba voz a una generación que había hallado en el rock crudo y las drogas la reformulación moderna del marginado de extrarradio. Temas como Barriobajero, Blues para un camello y Ángel de cuero son fotografías de esa nueva realidad. A Ramoncín se le conoce con el eufónico apelativo de «el rey del pollo frito», tomado de uno de sus temas, y uno de sus mayores éxitos, Hormigón, mujeres y alcohol convierte su estribillo («litros de alcohol corren por mis venas») en un himno generacional que alcanza su cima en el doble en directo Al límite: vivo y salvaje.
Con el cambio de década Ramoncín se diversifica. En televisión presenta Lingo, publica libros como el Tocho Cheli; unos años después será contertulio de Crónicas marcianas, epítome de televisión basura. En paralelo, asume desde la directiva de la SGAE una sonora lucha contra la piratería, las descargas en Internet y contraataca ferozmente a sus críticos: en el 2009 consiguió cerrar el canal de YouTube de El Jueves por considerar ofensivos dos vídeos. Una web humorística ironizó sobre el celo con que vigilaba su imagen: «Ramoncín denuncia a su madre por llevar una foto suya en la cartera». Ahora se coloca de nuevo bajo el foco: el del juez.