Enmudece el vate del manicomio

Héctor J. Porto REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Leopoldo María Panero murió poco antes de la medianoche del miércoles en el psiquiátrico de Las Palmas. Era el último de una convulsa estirpe de poetas

07 mar 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

No hacía ni seis meses que a su hermano Juan Luis se lo había llevado un cáncer. Paradojas del eterno opositor a suicida, Leopoldo María Panero (Madrid, 1948) era por tanto el último de la saga. Una familia, todos poetas. Sí, también el padre, Leopoldo, y en cierto modo, el hermano pequeño, Michi, fallecido en el 2004. Los tres vástagos del patriarca astorgano habían aireado sus miserias en 1975, en un filme documental mítico en el que también participaba Felicidad Blanc, su madre ya entonces viuda -El desencanto, de Jaime Chávarri-, y que tuvo una secuela en 1994, Después de tantos años, rodada por Ricardo Franco.

Lo que no hizo por Leopoldo María Panero el prestigio del editor José Maria Castellet y su antología Nueve Novísimos (Barral, 1970), en la que figuraba como el más joven de esta brillante nómina, lo redondeó la cinta de Chávarri, convertida en una pieza de culto, que más parecía un ajuste de cuentas con el padre, poeta falangista que ignoró pomposamente a su prole. Un aura de malditismo, fatalidad, exceso y locura se cernió sobre los tres hermanos, sobre la familia, agravada en el caso de Leopoldo María con una esquizofrenia diagnosticada cuando apenas contaba dieciocho años.

El pasado miércoles, muy cerca de la medianoche, Leopoldo María Panero, a los 65 años, falleció en la unidad psiquiátrica del Hospital Juan Carlos I de Las Palmas de Gran Canaria. «Tenía algunos achaques, fumaba y había bebido, aunque ya no lo hacía», según detallaron fuentes del sello Huerga y Fierro -editora donde había publicado buena parte de su obra-, que añadieron: «Nada indicaba que se fuera a morir de un momento a otro. Simplemente, sus órganos dejaron de funcionar, cerró los ojos y se fue. Su muerte ha sido de la forma más dulce».

Precisamente, Huerga y Fierro preparaba para el próximo otoño el lanzamiento de Rosa enferma, un libro inédito de Panero, muy «oscuro», según avanzó a Efe Charo Fierro: «Son poemas muy negros, absolutamente negros, con sabor a despedida total. Muchos de ellos tienen carácter lapidario [...] En cada poema parece que se está despidiendo de la vida. Coquetea con la muerte constantemente. Es su libro más negro», recalca la editora.

Panero mantenía una relación tensa con la vida y la realidad, de las que huía voluntariamente para refugiarse en el psiquiátrico grancanario, en donde estaba interno con un régimen flexible, y a cuya rutina se había mal acostumbrado y en la que escribió alguno de sus mejores poemarios. Lejos quedaban los tiempos en que su madre lo metió en el sanatorio por aquello de las drogas y los intentos de suicidio, una responsabilidad que él siempre reprochó a Felicidad Blanc, a la que solía referirse como «una arpía» (de su padre decía que era «un borracho»).

Pese a su radicalidad como poeta, a Leopoldo María Panero no le gustaba que lo encasillasen como maldito. Es más, juzgaba, el mundo es el que está loco y él solo trataba de encontrar la tranquilidad, el sosiego necesarios para seguir viviendo, para soportar su propia lucidez y el maltrato continuado al que se sentía sometido en su país (también en los muchos psiquiátricos que había recorrido). «Yo no entiendo por qué estoy aquí. Por qué me he pasado de manicomio en manicomio, por España, como si trabajase en la guía Campsa. Yo no entiendo la razón debido a la cual aquí estoy completamente silenciado. Antonin Artaud era llevado a la televisión, se le concedía credibilidad pública... era un héroe en su tierra, y no el vendedor de helados en paro que soy yo», se lamentaba en una entrevista concedida en el año 2005.

Así era Leopoldo hijo, puño en alto, incómodo, defensor del anarcoindividualismo, desgranando lisérgicas conspiraciones, profiriendo exabruptos y poemas... bellísimos poemas.