El gran arte en las novelas gráficas

Pilar Manzanares MADRID / COLPISA

CULTURA

El ensayo «La pintura en el cómic» refleja la importante influencia que artistas como Goya han tenido sobre universos como el de «Hellboy»

05 ene 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

¿Sabían que pintores como Da Vinci, Rembrandt o Dalí son algunos de los más homenajeados por el noveno arte? ¿Que hay escenas de Astérix que beben directamente de obras de maestros como Brueghel el Viejo? ¿Que Goya fue un precursor del lenguaje del cómic? Pues así lo muestra La pintura en el cómic, un libro magníficamente documentado por el historiador del arte Asier Mensuro y el experto en teoría del cómic Luis Gasca, el más importante coleccionista de estas publicaciones que hay en España.

En él, hacen balance de lo que una disciplina debe a la otra y de la inspiración que las novelas gráficas buscan en el arte y viceversa; no olvidemos que sobre todo genios del Pop Art como Warhol, Roy Lichtenstein o Richard Hamilton tomaron su iconografía para conectar su arte con los nuevos tiempos. Tenemos ejemplos tan claros como el collage ¿Qué es lo que hace los hogares de hoy tan diferentes y llamativos? (1956), donde Hamilton clonó la portada del cómic Young romance, de Jack Kirby y Joe Simon. O tan interesantes como el que llevó a Equipo Crónica, integrado por los artistas Manolo Valdés y Rafael Solbes, a introducir al Guerrero del Antifaz en El Guernica en su obra El Intruso (1969). Cierto es que esta monumental obra de Picasso ha venido causando un gran impacto en el mundo del cómic y la hemos podido ver en diversas viñetas de Quino, en historietas como Un tiempo del Führer de Víctor Mora y Florenci Clavé, y hasta en portadas de la Marvel como Sangre, arena y garras de la serie Lobezno en la Guerra Civil española, entre otras muchas. Aunque fue la tira de prensa estadounidense The Yellow Kid and his Phonograph la que en 1895 utilizó por vez primera el uso de bocadillos para contener el diálogo de los personajes, quedando así como el antecedente del cómic moderno, hay quienes han querido ver ya en las pinturas rupestres una suerte de origen del género.

Uno de ellos es el famoso dibujante Will Eisner, padre de The Spirit, quien en su obra La narración gráfica apunta a ellas como una forma de contar historias a través del dibujo. Y aunque hay expertos que no están de acuerdo con este parentesco, debido a que aún se desconoce el objetivo de aquellos dibujos, es una idea que por lo mismo no hay que desterrar.

El bandido Maragato

El que la pintura narrativa está estrechamente relacionada con el mundo del cómic tiene un claro exponente en Goya. Como señalan Mensuro y Gasca, «el pintor aragonés es un interesante precursor del lenguaje del cómic al reflexionar en su obra sobre la narrativa secuencial, protagonista de óleos como la serie de seis lienzos que cuenta a modo de secuencia La captura del bandido Maragato por fray Pedro de Zaldivia (1806-1807)». Pero además dejó como legado tres lecciones de dibujo que han marcado huella en la ilustración y la novela gráfica actual: la capacidad de síntesis gráfica, el uso de los sombreados para destacar aquellos elementos de la imagen que son más importantes y la inteligencia para dibujar solo aquello que es necesario. «Esta filiación gráfica le convierte en uno de los autores más citados en el mundo del noveno arte, en justo reconocimiento por parte de historietistas claramente influidos por él, como Robert Crumb, Frank Miller o Mike Mignola, que lo homenajea en la aventura de Hellboy En la capilla de Moloch», recuerdan los expertos. En este caso, además, el lector reconocerá una transferencia clara de Los caprichos y las pinturas negras hacia el universo del buen demonio.

Es interesante ver cómo el cómic también se vale de la pintura como parte de su proceso de documentación y se sirve de ella bien para ambientar sus historietas, bien porque su narración sucede en lugares y épocas del pasado en las que esta es la única fuente gráfica referencial posible. Así, en La odisea de Astérix Uderzo dibuja a los soldados de un ejército babilonio en rigurosa línea y de perfil. «Tanto la disposición de las figuras en una franja como su pose y vestimenta remiten al panel de la guerra del Estandarte de Ur», señalan los autores.

«Las meninas de Ibáñez»

Por supuesto, no siempre es así, y a veces el uso de un lienzo o parte de él solo pretende apoyar un gag usando el reconocimiento de la obra por parte del lector, como sucede en El aniversario de Astérix y Obélix. El libro de oro cuando Falbalá aparece convertida en La Mona Lisa o en la acuarela Las meninas de Ibáñez, donde este juega con la obra de Velázquez sustituyendo sus figuras por Mortadelo y Filemón, Rompetechos o Pepe Gotera y Otilio.

Hay que llamar la atención sobre la proliferación de álbumes que recrean la vida y obras de pintores e incluso de sus musas, como los más que recomendables Kiki de Montparnasse, de Catel y Bocquet, una biografía de la mujer convertida por Man Ray en El violín de Ingres; Gauguin, dos viajes a Tahití, donde Li-An teje una aventura en torno a elementos de la vida del pintor, o el más reciente La casa azul, donde el ilustrador Tyto Alba refleja la vida en Coyoacán con Chavela Vargas, Frida Kahlo y Diego Rivera.

Con todo, nada mejor que sumergirse en las más de 600 imágenes con las que se ilustra el ensayo La pintura en el cómic para armarse con la mejor herramienta con la que dar caza a todas estas relaciones entre dos artes que cada vez están más cerca.