El formato experimenta un auge en manos de nuevos cineastas y artistas
17 ene 2015 . Actualizado a las 10:15 h.Antes de los smartphones, antes del vídeo, estaba el super-8. Eastman Kodak comercializó a partir de 1965 una película de 8 milímetros que puso por primera vez el cine doméstico al alcance de muchos. En los 15 años siguientes, los tomavistas vivieron su edad dorada antes de que las primeras videocámaras los arrinconasen al baúl de los recuerdos y las tiendas de segunda mano para finalmente desaparecer. ¿Definitivamente? En realidad, no.
Este 2015 el super-8 sopla sus cincuenta velas, pero lo hace con vigor renovado gracias a cineastas, artistas y aficionados que en los últimos años lo han reivindicado como medio de expresión. Prueba de ello son la Mostra de Barcelona dedicada al formato o la sección específica del Festival de Cine Periférico de A Coruña. O el auge de talleres de formación como el que abre los cursos de este año en la Agrupación Cinematográfica Galega en Vigo, y que también abarcan el cine de no ficción (con Isaki Lacuesta), la animación stop-motion o las técnicas de mapping durante los próximos meses.
Hoy y mañana Luís Macías enseñará desde el manejo básico de cámaras de super-8 hasta cómo construir un laboratorio y proyectar películas. Para este artista y cineasta, el auge del formato está relacionado con «la necesidad de volver al trabajo artesanal y huir de lo digital», que convierte al super-8 y 16 milímetros en medios de expresión muy atractivos no solo para quien se dedique al cine, sino también para quien trabaje con pintura, fotografía y diseño. Macías cree que la clave está en el momento de la proyección: «Lo digital se vale de un flujo de luz continua, mientras que el cine consiste en una secuencia de imágenes fijas que crean en la retina la ilusión del movimiento, por lo que es el espectador el que de alguna manera hace el trabajo final».
Las cualidades del super-8 se han traducido en una creciente demanda formativa de su manejo. Macías ha impartido talleres en diversas ciudades españolas y en París. Él es uno de los promotores de Crater-Lab, un laboratorio independiente que agrupa a los aficionados a un formato con el dieron sus primeros pasos cineastas hoy reconocidos. Es el caso de Rodrigo Cortés: antes del prodigio de Buried y de dirigir a De Niro y Sigourney Weaver en Luces rojas, debutó a los 16 años con un corto en super-8, El descomedido y espantoso caso del victimario de Salamanca.