Una infección grave repentina acaba con la vida del Nobel Günter Grass a los 87 años, cuando ultimaba su nuevo libro y sin que se acallase el ruido por su confesada militancia nazi juvenil
14 abr 2015 . Actualizado a las 08:33 h.Todo cambió el 12 de agosto del 2006 cuando en el rotativo germano Frankfurter Allgemeine Zeitung apareció publicada la confesión de Günter Grass (Danzig, hoy Gdansk, Polonia, 1927-Lübeck, Alemania, 2015) relativa a su pertenencia juvenil a la Waffen-SS, en la décima división de tanques Frundsberg. Era solo un adelanto de su libro autobiográfico Pelando la cebolla, texto que parece construido para dar alivio a un secreto que debió torturarlo íntimamente desde su misma adolescencia: en 1944 había integrado este cuerpo paramilitar de seguridad especial del régimen nazi. A esa edad, insistió después, era muy difícil sustraerse a la capacidad de seducción de Hitler. Y quitaba importancia al episodio, como capricho de imberbe, aunque sin demasiada convicción, ya que todo apuntaba a que la vergüenza le había impedido hablar públicamente de ello hasta ya muy talludito. Él mismo lo admitía: «Mi llamada ignorancia no puede encubrir el hecho de que pertenecí a un cuerpo, un sistema, que planeó y organizó la destrucción de millones de seres humanos. Aunque yo mismo no me considerara culpable, siempre queda algo en la conciencia que no se puede limpiar, eso que solemos llamar con frecuencia responsabilidad compartida. Es seguro que tendré que vivir con ello para el resto de mi vida».
Pero a la luz de estos hechos, su escritura política y su activa militancia social podían interpretarse casi como una expiación de aquella antigua y sorda herida. Incluso pesaba trágicamente el enfoque más superficial: ¿cómo era posible esta mancha en el pasado en alguien que había dedicado buena parte de su vida a dar impecables lecciones morales, a erigirse en referente ético de la Vieja Europa? La infernal experiencia de Auschwitz, decía, no solo dificulta la escritura posterior sino también inutilizará cualquier intento de unificación de las dos Alemanias. Durante varios decenios estará presente en todos los debates en Europa y también de política internacional (Cuba, Israel, Irak, Turquía...) con su voz preclara, con su pensamiento cabal desde un insobornable compromiso de izquierdas. Mientras, resultaba sencillo señalar el oprobioso gusto de su colega Ernst Jünger por ciertos aspectos del Tercer Reich, por el fasto militar, por las cosas del poder, en un asunto en que todos se permitían una fácil opinión. ¿Y qué decir de otros apestados como Ezra Pound, Louis-Ferdinand Céline, Christa Wolf, Knut Hamsun...?
Es verdad que tras Pelando la cebolla, muchos aprovecharon para ajustarle cuentas. Hubo también oportunismo, y hasta caza de brujas. Pero como a los anteriormente citados, a Grass lo salva su obra. La ministra de Estado para la Cultura, Monika Grütters, afirmó ayer que «su legado literario está al lado del que dejó Goethe». Probablemente exageraba. En particular, para los lectores, quedará como cima su primera novela, El tambor de hojalata, esa que a finales de los cincuenta lo elevó a gran narrador, renovador de la novela de su tiempo, aire fresco, y le hizo dejar para siempre su condición de medio poeta, medio dramaturgo, medio artista plástico. Y eso a pesar de que a él le molestaba que lo recordaran -o le preguntaran- siempre por aquella historia que adaptó para el cine también con notable éxito el realizador alemán Volker Schlöndorff, con la que ganó el Óscar a la mejor película de habla no inglesa en 1980.
Tal pecado de juventud no puede invalidar una larga trayectoria de coherente pensamiento y trabajada literatura, un rigor y un buen hacer que suplen efectivamente la falta del arte de fascinación que algunos le achacan y que sustentan una sólida obra, que además es un fiel reflejo de los sueños, miedos y frustraciones de la Alemania del siglo XX. Un puente necesario entre Mann, Döblin, Böll y los narradores de hoy. Y, como Mann y Böll, un brillante premio Nobel (1999).
Hospitalizado
Ayer la muerte acalló su voz, a los 87 años. Con su sempiterno bigote, sus gafas a media nariz y su inseparable pipa, había estado trabajando hasta la semana pasada en su nuevo libro. Pero una grave infección contraída repentinamente lo llevó a ingresar en un hospital de Lübeck, del que ya no regresó a su casa.
«Terminamos el libro literalmente la semana pasada. Está listo para ir a imprenta», reveló ayer su editor, Gerhard Steidl, en Gotinga. «Ahora solo deberíamos habernos dedicado al trabajo fino», incidió Steidl, que definió el manuscrito -Vonne Endlichkait (palabras inventadas que sonarían a algo similar a De la finitud)- como «un experimento literario en el que Grass mezcló textos en prosa y lírica», según recoge Dpa.
Obras
1957
El tambor de hojalata. Pese a ser su primera novela, El tambor de hojalata lanzó al joven escritor Günter Grass a la celebridad. Tras ella llegaron El gato y el ratón y Años de perro, que cerrarían la denominada Trilogía de Danzig, en donde el autor vuelve sobre su infancia. Fue acusado hasta de pornógrafo. La novela agitó la escena literaria alemana, un tanto acartonada en los años 50.
1977
El rodaballo. Inspirada en un cuento del escritor romántico alemán Philipp Otto Runge, la novela narra la historia de un rodaballo que habla y que es capturado por un pescador. El relato sirve a Grass para hablar sobre el totalitarismo, la mujer, la política, la sociedad y los errores de la historia de la humanidad.
1986
La ratesa. Grass adopta a la rata para trazar una alegoría humorística sobre la humanidad, y que elogia la capacidad de supervivencia de este animal -su capacidad para estar siempre ahí, acompañando al hombre en la historia-, al que en un inicio, sostiene, solo se le menta para el insulto. Hay mucho de advertencia en el libro.
2006
Pelando la cebolla. El autor alemán, ya añoso, decide por fin recapitular su vida para hacer la revelación que provocó un gran escándalo en su país (y en toda Europa): su militancia nazi de juventud. Más allá de las polémicas, y de la confesión, el libro tiene un alto valor literario, aunque luce una evidente división en dos partes: la de la culpa y la del éxito.