Tragicomedia deshuesada del rey Pacino

Eduardo Galán Blanco

CULTURA

Christie Mullen

«La sombra del actor» abunda en los límites que separan la realidad y la ficción y en la estrecha línea trazada entre cordura y locura

04 may 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace más de treinta años se estrenó por aquí otra película que llevaba el título de La sombra del actor. Era una sombría historia sobre el esquizofrénico oficio de actuar, basada en una obra de Ronald Harwood, donde Albert Finney paraba trenes con su potente voz shakesperiana proyectada contra las paredes de una estación. Como aquella -cuya cabecera original era The Dresser, o sea, El ayudante de camerino-, esta Sombra que se estrena ahora también lo hace con un encabezamiento bien distinto del The Humbling (La humillación) original. Estamos ante la adaptación de una novela de Philip Roth, alrededor de la decadencia de un célebre intérprete shakesperiano que ha perdido el don del teatro.

Reciente aún Birdman, La sombra del actor abunda en los límites que separan la realidad y la ficción y en la estrecha línea trazada entre cordura y locura. Y nos sirve al rey Al Pacino en un cóctel de conmiseración y autoparodia, encarnando con humor a un viejo Lear, hecho de arrugas y achaques, que lucha por recuperar el deseo -el de vivir, el de la creación, el sexual-, con la ayuda de una jovencita admiradora -interpretada por la musa indie Greta Gerwig- y también contra ella.

En The Humbling, Philip Roth, que siempre ha cargado sus novelas de referencias autobiográficas, sustituye al escritor en crisis permanente que es su alter ego por un intérprete al borde del suicidio. Como el personaje de Pacino en La sombra del actor, Roth estuvo en una institución psiquiátrica por un largo período. Ya lo decía Jane Fonda: «A los actores nos pagan por algo por lo que meten a la gente en manicomios».

La adaptación de la novela -a cargo de Barry Levinson (Avalon o Good Morning, Vietnam) y del gran Buck Henry (creador del Superagente 86)- es inteligente. Y la interpretación de Pacino resulta de las más controladas y mejores que el actor ha moldeado en las últimas décadas. Sin embargo, algo falla. La película es como un peluche, tierno pero bamboleante y deshuesado. El arranque del filme promete honestidad a tumba abierta, con Pacino maquillándose y diciéndole al que está dentro del espejo aquello del como gustéis shakesperiano: «El mundo es un escenario y todos los hombres son actores en él». Pero réplicas y mutis, en batiburrillo duermevela, rompen el ritmo una y otra vez y nos sacan, irremediablemente, de la película.