
A los analógicos kelvinators no había quién los destruyera en el mundo fungible de los años ochenta. Pero ya son chatarra y ese asombro primigenio ya no está
17 jul 2015 . Actualizado a las 05:00 h.«¡Jo, con el Kelvinator este!». Treinta años separan la admirada exclamación de la marinería -lanzada en los cines de nuestra juventud, que ya no existen-, de este barullo palomitero que ahora se ahoga en el atronador sonido de la multisala, repleta de chavales que pasan el verano en la ciudad.
A los analógicos kelvinators no había quién los destruyera en el mundo fungible de los años ochenta. Pero ya son chatarra y ese asombro primigenio ya no está. Nada sorprende ahora al espectador digital. Y menos a estos cachorros de la Play, que no pillan los guiños del cine centenario, un moribundo que se fagocita desesperadamente. Los jovencitos tragan y tragan cola burbujeante y, sin embargo, ni siquiera se ríen cuando los terminators utilizan como arma ofensiva una máquina expendedora de la rival de la Coca. Y de entender la gamberrada que homenajea al Teléfono rojo kubrickiano, pues ya ni hablamos?
El cine ya es solo puro efecto de síntesis pero, a pesar de la muerte analógica, esta quinta entrega de la franquicia Terminator no resulta tan mala cómo la crítica se ha empeñado en pintar. Los perros viejos de verdad no nos dejamos inquietar por los saltos en el tiempo y los tramposos juegos a lo Guerra de las Galaxias -¡y a lo Chinatown!- con el «soy tu padre» o el «soy tu hijo», o hasta el Espíritu Santo que quieran parir los jóvenes guionistas.
Siempre nos divierten estos meandros que circulan por la memoria del cine. «Soy viejo, pero no obsoleto», asegura el sesentón Arnold, tuneado con su pelo cano de frasco, ligeramente bujarrón. Y claro, te tienes que reír, a la fuerza. «Le estoy enseñando a parecer normal», remacha la Sarah Connor de baratillo que interpreta Emilia Clarke, la chica de los dragones y de los juegos de tronos, aquí morena, lolita y con coleta. Y Arnold enseña los dientes para demostrar que aún puede sonreír, actuando como un padre celoso ante el chaval que quiere proteger a su niña. De asesino de la raza humana a suegro. Ese es el recorrido del carrozón endoesqueleto con piel humana. Arrugada.
El joven Schwarzenegger resucita con la paleta digital y se pega con el viejo Arnold. Lo vemos como un símbolo de la lucha por la supervivencia del viejo cine contra el nuevo. Y la chica, levemente condescendiente -como todo lo nuevo y digital-, le pide a su novio: «Por favor, no le dispares al abuelo».