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La última flecha de Diana Cazadora

Eduardo Galán Blanco

CULTURA

Murray Close

Esta cuarta entrega de «Los juegos del hambre» solo puede atraer a los fanáticos de la saga, para el resto de espectadores será una tortura

02 dic 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Nada nuevo en el mundo de la ciencia ficción apocalíptica. Después de la primera entrega -que tenía cierta gracia, en plan revisión distópica del mito de Diana Cazadora-, las secuelas de Los juegos del hambre -especialmente esta cuarta entrega, o segundo capítulo de la tercera parte, como se prefiera- solo pueden atraer a los fanáticos de la saga. Para el resto de los espectadores (para los despistados, para los vacantes) será una tortura.

La cosa comienza con la lideresa de la revolución siendo peritada por los equipos médicos habituales. El cuello herido en la última escaramuza ya está bien, así que fuera el collarín y a asaltar dictaduras de Grandes Hermanos que lo televisan todo.

Casi todas las revoluciones acaban traicionadas. También la de esta chica que tanto prometía. Aquí, Jennifer Lawrence te hace olvidar aquel deslumbramiento de Winter?s Bone. ¡Deja ya ese gesto adusto número dos, chica!

Llega el asalto al palacio de invierno versallesco del zar Donald Sutherland, que sonríe en su invernadero, mirando a la heroína como un viejo verde, siempre elegante, siempre con su flor en la solapa. Por el camino habrá de vérselas con mares de aceite negro que anegan ágoras de la capital, o con bichos abisales, aliens babeantes, moradores de las cloacas de la gran ciudad, que es como la Metrópolis de Lang.

Las fuerzas de todos los distritos alcanzan por fin a su meta. Diana Cazadora lanza su última flecha contra un objetivo inesperado. Con mucho estilo, a lo Sergio Leone, Lawrence saca el dardo de su aljaba y tensa el arco con delectación, la cuerda rozando la pálida mejilla. ¡Qué bonito!, esto ya se ha convertido en un icono del cine contemporáneo. Si la película acabara aquí, hasta nos darían igual las dos horas fungibles. Pero no, hay otros dos finales y un epílogo bucólico. Y nos vamos pensando que ya ni los cierres de las secuelas son lo que fueron. Ni siquiera Julianne Moore, con su atuendo de Barbarella, tendida en las escaleras del Capitolio, nos ha animado un poco.