Moore declara su amor a Europa para odiar mejor a la Casa Blanca

José Luis Losa BERLÍN / E. LA VOZ

CULTURA

En su nueva película, «Where to Invade Next», viaja por Europa para declarar los Estados Unidos como estado fallido

18 feb 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Presentaba Michael Moore Where to Invade Next, su nueva película donde viaja por Europa y se enamora del sistema laboral de los italianos, que no dan palo al agua, o del nivel de los comedores escolares galos. Se loa de la capacidad alemana para ajustar cuentas con su pasado o del sistema educativo de Finlandia. Todo, claro, a favor de obra para, en la comparación, declarar los Estados Unidos como estado fallido o algo así. Los viejos roqueros nunca mueren, pero -fíjense en los casos de Moore, cada día más matrona, o de Paul McCartney- el tiempo les va esculpiendo físico como de yaya transgénerica. El rigor ideológico de Moore, cuyo cine de agitación y propaganda nunca pasó de traca eficaz, degenera ya al punto de que Jordi Évole parezca, a su lado, Tony Judt redivivo.

Otro ganador de Óscar por documental político, Alex Gibney, estrenó Zero Days, investigación rigurosa sobre cómo la CIA y el Mossad crearon un virus informático, el Stuxnet, destinado a sabotear la carrera nuclear iraní. Y de cómo ha acabado por descontrolarse y, en efecto bumerán, amenazar al establishment, a sus creadores. El New York Times se hacía eco ayer del filme, el cual, al margen de la informática y sus demonios, nos remite a un recordatorio histórico: la famosa fiebre de Irán por el plutonio tuvo como padres a Lyndon Johnson y a Nixon, en sus reuniones con el Shah Rezah Palevi en los 70. Zero Days es otro trabajo demoledor de Gibney, un estajanovista imprescindible que ha toreado con Julian Assange, Kissinger, Sinatra, la Cienciología, las freakanomics y hasta con las mentiras de Lance Armstrong. Vamos, que este hombre lo citas con Rita Barberá y sufre un colapso cerebral.

El danés Thomas Vintenberg, autor de Festen, demoledora sátira de la familia como institución caníbal, y de La caza, donde la apacible sociedad civil en la Dinamarca profunda mutaba en jauría humana, habla de otra asamblea artificial y hortera, las comunas de la cultura hippy, en The Commune. Ratifica el proceso de amortajamiento que muestra aquel cine danés que nació con el Dogma y que muy pronto se aburguesó hasta devenir celuloide rancio, como de soap opera de mesa camilla y, casi siempre, con rigodón calvinista de mal rollo, incluso cuando el tema, aquí, daba para un happy ending a lo «güisqui cheli».