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Directores como Hitchcock, Ford, Welles, Scorsese, Eisenstein y Goddard plasmaron en libros sus conversaciones con otros autores o sus reflexiones sobre su arte
03 abr 2016 . Actualizado a las 05:00 h.Más allá de las excelentes memorias de Chaplin, De Mille, Vidor, Kazan, Bergman o las recientes de William Friedkin, junto a las también interesantes, pero sobrias en páginas, de Buñuel, Kurosawa o Keaton, entre muchas otras que incluyen peripecias organizadas sobre retazos sueltos (anótense los recuentos de Eisenstein o Vertov, por citar algunos), hubo cineastas que prefirieron reafirmarse como teóricos de la cámara. Incluso en España, tan esquiva a la literatura cinematográfica (aunque sean mayoría los actores que pregonan sus vidas), directores como Jaime de Armiñán, José Luis Garci o Fernando Trueba (también por citar algunos), publicaron en torno al cine y sus pasiones.
El estreno del documental Hitchcock/Truffaut devuelve a la actualidad a un clásico como es El cine según Hitchcock, y a una atractiva modalidad editora que se consolidaría como formato: los diálogos a dos bandas entre directores, con el más joven en rol de admirador. Aunque ninguno haya sido más determinante que el ideado por François Truffaut, el entonces crítico estadounidense Peter Bogdanovich se le adelantó por unos meses, publicando en 1967 su monografía John Ford (ampliada en 1978, con Ford ya fallecido) recogiendo una larga entrevista al director ganador de cuatro Óscar. Le seguiría en 1969 Fritz Lang en América, aunque ambas con un enfoque tonal anglosajón y muy distinto a la del cahierista Truffaut.
El propio Bogdanovich editaría en 1992 quizá su obra cumbre, Ciudadano Welles, producto de muchos años de relación personal y profesional con el autor de Ciudadano Kane. Por último, en 1997, ya cineasta en decadencia, Bogdanovich reuniría en El director es la estrella casi una veintena de sus charlas con grandes de Hollywood, Hitchcock entre ellos, además de Raoul Walsh, Howard Hawks, Allan Dwan, Von Sternberg, George Cukor y Leo McCarey. Un formato parecido fue el elegido por Bertrand Tavernier para su volumen Amis Américains, más de mil páginas publicadas por el Institut Lumière en el 2008, conteniendo 28 diálogos en un espectro amplio que arranca en Ford y culmina en Tarantino.
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Otra propuesta ejemplar fue la de Cameron Crowe en 1999: Conversaciones con Billy Wilder, amplio repaso de un fan al entonces nonagenario maestro de la comedia, hablando de todo y de todos. Aunque para solicitado, Martin Scorsese, que en el 2001 se confiesa al productor, guionista, director y crítico francés Michael Henry Wilson sus preferencias en Un recorrido personal por el cine norteamericano, para repetir una década después con su compatriota Richard Schickel, de perfil semejante al anterior, en el muy intenso Conversations with Scorsese, hablando de su obra en particular. También España aportó su grano de arena en 1995, con Tiempo de vivir, tiempo de revivir. Conversaciones con Douglas Sirk, a cargo del cineasta Antonio Drove.
Visiones teóricas
En cuanto a teorización, dejando a un lado las varias aportaciones de Eisenstein; la singular apuesta de Godard, Introducción a una verdadera historia del cine (1980); las recopilaciones de textos y críticas de Truffaut, Las películas de mi vida (1975) y la póstuma El placer de la mirada (1987), habría que anotar obras referenciales como Esculpir en el tiempo. Reflexiones sobre el cine (1991), de Andréi Tarkovski; David Lynch por David Lynch (1997); Cómo hice cien filmes en Hollywood y nunca perdí ni un céntimo (1990), de Roger Corman; El estilo trascendental en el cine: Ozu, Bresson, Dreyer estilo trascendental en el cine (revisado en 1988), de Paul Schrader; así como dos obras imprescindibles, Así se hacen las películas (1995), de Sidney Lumet, y El cine. Concepto y práctica (1995), de Edward Dmytryk, director del Hollywood clásico que se jubiló como docente en la USC californiana. Incluso desde España, los ensayos de Armiñán, Cine en la flor (1993) y Diario en blanco y negro (1994), y Morir de cine (1990), de Garci, junto a Mi diccionario de cine (2006), a cargo de Trueba, destacarían como digno colofón a este repaso, en donde son todos los que están, pero no están todos los que son.
Truffaut y la titánica tarea de cuatro años de su «hitchbook»
Considera Truffaut en su prólogo a El cine según Hitchcock que hasta entonces, y en comparación a otros intelectuales, su admirado autor de Vértigo había sido víctima en Estados Unidos «de muchas entrevistas superficiales y deliberadamente dirigidas hacia la burla», por lo que con la ayuda de la editora Helen Scott pudo restituirle credibilidad a finales de 1967. Truffaut añadiría que después de su libro «los críticos americanos prestaron más atención al trabajo de Hitchcock (?) y los cinéfilos más jóvenes lo adoptaron definitivamente». Así fue, si desde Cahiers du Cinéma, el joven Chabrol lo tenía en sus altares y otro tanto ocurría con Truffaut, la opinión pública internacional comenzó a reconsiderarlo como un genio del suspense.
El origen del volumen está en las entrevistas que el director francés realizó al maestro británico en agosto de 1962 en una sala de los estudios Universal, donde El Gordo culminaba el montaje de Los pájaros. A partir de entonces, durante los siguientes cuatro años, Truffaut se dedicó a transcribir las más de cincuenta horas provocadas por las respuestas a un cuestionario de quinientas preguntas, y a reunir el necesario material gráfico: «Cada vez que me encontraba con Hitchcock, le interrogaba con el fin de actualizar el libro que yo llamaba el hitchbook», dijo.
Reedición definitiva
Volvería sobre el volumen en 1983, para una reedición definitiva, fallecido el autor de Psicosis tres años antes. Desde entonces es un clásico de lectura obligada a futuros directores, críticos o simplemente cinéfilos, fascinados por su amenidad y por el apasionante diálogo entre ambos cineastas, hurgando en las tripas de planos, escenas, secuencias y todo lo que rodea al fascinante oficio de cineasta. Uno de aquellos a los que sus páginas llevaron al oficio, el documentalista Ken Jones, con la colaboración en el guion de Serge Toubiana, antiguo cahierista, exdirector de la Cinémathèque Française y amigo personal de Truffaut, intenta reconstruir en Hitchcock/Truffaut parte de aquella laboriosa peripecia al tiempo que invita a Martin Scorsese, David Fincher, Richard Linklater, Wes Anderson y Bogdanovich, entre otros, a certificar su fascinación por el libro y a reconocer su influencia.
El documental es más un homenaje, en donde aquel agosto de 1982 apenas tiene mayor protagonismo que un sinfín de fotografías. Pero sin duda, motiva a sumergirse en el oficio de narrar con imágenes.