Llegan a las librerías dos novelas de sendos autores gallegos afincados en Cataluña que vuelven su mirada sobre la época de esplendor de las mafias arousanas de la cocaína
25 jun 2018 . Actualizado a las 20:33 h.El narcotráfico está de moda. Series, filmes, novelas, reportajes, ensayos. Y cuando se habla de tráfico de drogas, Galicia, desgraciadamente, recupera un lugar principal en el mapa. Ahora es el turno de dos escritores gallegos afincados en Cataluña: José Manuel del Río (A Coruña, 1982) y Juan Cal (Pontevedra, 1956), que traen a las librerías, respectivamente, La marea roja (Carena) y Operación Bucéfalo (Milenio).
El abogado penalista José Manuel del Río, que llegó con 26 años a Barcelona, donde ejerce profesionalmente, entiende que el tema se ha convertido en un fenómeno pop, que explotan las televisiones, alimentado por la revitalización de la figura de Escobar, la aparición de otras como El Chapo o la focalización de los noticiarios en las tensiones de Campo de Gibraltar, un escenario, dice, nada novedoso. Del Río decidió subirse a esa ola cuando ni siquiera estaba a la vista, el mar como un plato. Lo suyo con la narración fue circunstancial. «Ni mediaba tradición lectora, ni vocación de escritura». En el 2013, encerrado en su casa de Santa Coloma, «aburridísimo, tras haberlo dejado con una novia», decidió presentarse a un concurso de relatos, donde fue elogiado. Enseguida tuvo lista su primera novela, Crónica de un antisistema, ambientada en la Barcelona del 2015, con una célula anarquista terrorista en el eje de la trama. Fue «un éxito underground», el texto en formato PDF alcanzó la condición de viral. El abogado hablaba de lo que sabía: «Siempre he llevado delitos de orden público, atentados, desórdenes, cartas bomba», admite.
Nostalgias urbanas
Para dar el «do de pecho narrativo», siguió moviéndose en suelo conocido. «También me ocupo a menudo de casos de narcotráfico». Echó mano de una historia que le rondaba la cabeza sobre un narcotraficante que busca reformarse, y esto mezclado con su Coruña de final de los noventa. «Una apelación a la ciudad de mi juventud, un mundo desaparecido, asociado a la grada de general del Dépor», a la Coruña de la noche golfa, los garitos, los barrios, Penamoa, Korea, Katanga, que murió en aras de una estandarización, dice, que deja atrás una urbe dura para alumbrar otra que pierde autenticidad, «al menos, en lo literario». El termómetro, anota, es «la bravura de los Mallos que ya solo pervive en esas camisetas que lucen el código postal». Esa Coruña crepuscular está en la primera parte del libro, Bajamar.
Y esa Coruña -Korea, los bloques de viviendas, o el centro Reto de O Portiño, ese arrabal que se diluyó con operaciones inmobiliarias en una transformación que dejó al Millennium como símbolo- estaría en la segunda mitad también si no fuese por la aparición de Fariña, el libro de Nacho Carretero. Del Río, sin intuir que aquello iba a ser un best seller, tras la lectura, constató el crecimiento de un fenómeno pop de lo narco y alcanzó el convencimiento de que su novela debía virar de la narcocultura coruñesa (consumo, adicción) hacia Arousa (el gran negocio). Deja atrás el relato generacional -«ni oda ni panegírico, solo evocar lo que ya no está, sin juzgarlo»- de unas personas extraordinarias que quedaron por el camino, que no supieron adaptarse. Y en la segunda parte, Pleamar, las nostalgias del exconvicto Piñeiro, atrapado por su pasado, dan paso a personajes como el Panadero o don Abel, a los escenarios de las descargas, a una acción poderosa, en busca de impacto, de mayor visibilidad.
«Me subo consciente e interesadamente a la ola, aunque aún no había empezado a romper. La filosofía en esencia se mantiene, no quiero un detective, ni un acertijo criminal, no me interesa quién mató a quién, sigue siendo una novela de personajes, psicosocial, no persigue un choque entre el bien y el mal, sino usar el punto de vista del enemigo, como decía Billy Wilder. Algo que en literatura puede hallarse en Richard Price y en televisión, en la serie Gomorra. En resumen, los hechos de la novela, aunque no sean verídicos, sí que cuentan la verdad».
La torpedera alemana
En el cajón de la verdad y la memoria guardaba también su historia Juan Cal, que llevaba 30 años esperando concretar el impulso novelador que surgió en 1982 cuando vio en la estación marítima de Vigo una vieja torpedera de la Armada alemana reconvertida por contrabandistas gallegos en lanzadera para transportar tabaco, y que les había sido incautada. Se llamaba Bucéfalo, como el caballo de Alejandro Magno, y de ahí toma el título el libro de Cal, periodista vinculado al diario leridano Segre desde su fundación hace 36 años y que hoy es director ejecutivo de un grupo que, además del periódico, posee otras publicaciones, televisión y radio. «Aquel barco era como una llamada. Después vendría la operación Nécora. Esto generaba una mirada, el paso del contrabando al narco, escondía todo un complejo literario. Yo, para sentarme a escribir, necesito un título que me oriente hacia dónde ir, y ya lo tenía. Un nombre evocador, un barco de guerra, el caballo del rey macedonio», señala el periodista, que reconoce que sentía cierto deslumbramiento por la dimensión ética de una forma de ganarse la vida que hacía que delincuentes aparecieran ante la sociedad como héroes, figura de la que Escobar es arquetipo, pero también Sito Miñanco, y evoca la canción de Os Papaqueixos que lo ungía, irónicamente, «preso político». Aunque Operación Bucéfalo regresa sobre un país abandonado por la Administración que se reconvierte del contrabando al narco, Cal muestra menos preocupación por la documentación que por la ficción, que colorea los detalles de la historia. «Hay hechos ciertos y autobiográficos, pero solo en pos de un intento de docuficción, de un contexto, de un paisaje real. Las herramientas del periodismo me sirven para apuntalar la narración», subraya
Locura guevariana
A partir de ahí eleva la apuesta el autor, con la inspiración de Colombia, que en el 2001 visitó. Estuvo en el valle del Cauca y pudo comprobar cómo organizaciones guerrilleras desactivadas se ocupaban lucrativamente de custodiar las plantaciones de coca de los narcos. En un salto ucrónico, Cal aprovecha «una cierta locura de guerrilla maoísta que floreció en Galicia en sectores radicales de la UPG, el Exército Guerrilheiro, en un interesante paralelismo, al estilo guevariano, para plantear un intento de los narcos por controlar la política más allá del que llevaron a cabo apoyados en alcaldes de la derecha». Así, establece una relación entre narcos y guerrilla que eleva exponencialmente los objetivos de esa ansia de poder y riqueza que los motiva. La novela profundiza en ese enfrentamiento al Estado, y el narco no duda incluso en ejecutar el asesinato del fiscal antidroga con que la realidad especuló en su día.