Ida Vitale: «Descubrí tarde que 'El Quijote' era el libro de mi vida»

miguel lorenci MADRID / COLPISA

CULTURA

Ida Vitale depositó en la Caja de las Letras del Instituto Cervantes un manuscrito de 1950 de José Bergamín
Ida Vitale depositó en la Caja de las Letras del Instituto Cervantes un manuscrito de 1950 de José Bergamín Ballesteros | Efe

«Comparto con Cervantes el buen humor para asumir los riesgos», dice la escritora, que este martes recibe el galardón que lleva el nombre del autor

23 abr 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

«¿Qué he hecho para merecer el premio Cervantes?». Ida Vitale (Montevideo, 1923) se lo pregunta en voz alta, con sus animosos 95 años y ante la nube de fotógrafos y cámaras que la recibe la Biblioteca Nacional de España al inicio de su intensa semana cervantina. La laureada poeta uruguaya se lo cuestiona 24 horas antes de recibir hoy de manos de Felipe VI el gran premio de las letras hispanas en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares. «No lo esperaba para nada, y me pregunto por qué no llegó diez años antes para poder responder mejor y con más energía», dice.

«Me premian por escribir poesía, que no es lo habitual, dado que se puede vivir sin ella, como hace la mayoría de la gente, pero no yo», asegura risueña la poeta uruguaya, que confiesa ser «un bicho nocturno» que al mediodía se halla «aún en estado de lelez». Y ¿qué hay de cervantino en la poesía de Ida Vitale? «El buen humor, con el que asumo todos los riesgos», responde explicando cómo llegó tarde a la universal novela de Miguel de Cervantes. «Tuve una infancia rara, con una biblioteca familiar en la que se alternaban las lecturas adultas de mi abuelo italiano con las juveniles, de Ariosto, que mi tío me dejaba leer en italiano, a Julio Verne. Pero llegué tarde a Cervantes. Cuando estaba en el liceo descubrí que El Quijote era el libro de mi vida», asegura. Para Vitale las aventuras del ingenioso hidalgo se revelaron «como un tratado de psicología precoz para elegir a mis amigos». «Empecé a buscar quijotes y sanchos por todas partes, y ahora me parece más fácil encontrar a sanchos en vida que a quijotes» confiesa divertida. Aclara que le atrajeron «todos los personajes menos Dulcinea, que nunca me interesó».

Elogia también la riqueza del lenguaje cervantino que entonces «como ahora» le obliga a consultar el diccionario. «El Quijote no es solo el argumento, los personajes y la diversión. Su lenguaje es mucho más rico y comprensible, de forma que nunca me pareció refinado, cursi o soberbio». «Es transparente», afirma Vitale aclarando que ella se expresa «en uruguayo». No quiere que a los lectores de hoy les ocurra como a ella y apuesta por que se les facilite una temprana aproximación a Cervantes. «Ojalá las escuelas obligaran a leer El Quijote como el breviario para la vida que es. En sus páginas está todo», asegura. No hay riesgo, a su juicio, en una lectura temprana que plantee más preguntas que respuestas. «Ser claro es esencial, pero no demasiado, para que quede la semilla de la curiosidad. Si no entendemos nada, cerramos el libro, y si entendemos todo no volvemos a él. Hay que encontrar el equilibrio y tener claro que no entender es quizá más importante que entender: que de no entender plenamente surge la necesidad de ir más allá», plantea.

Vitale todavía anda por el mundo «con la misma edición del Quijote que me regalaron de niña». «Tener libros a mano en la infancia es importante», aseguró, explicando cómo su afición lectora surgió de una obligación. Cada sábado por la mañana sus padres la obligaban a limpiar la misma biblioteca «y fue la manera de acostumbrarme a que los libros no mordían», recuerda.

«Hablar de una carrera literaria me pone nerviosa: no soy una velocista. Soy muy lenta y nunca tuve la sensación de que tenía que ir en una dirección» ironiza cuando le piden que repase su trayectoria. «Llegar a los 95 es tomar conciencia de que no trabajé lo suficiente», asegura. Recuerda que Galdós tomó el relevo en sus preferencias lectoras. «Salté de Cervantes a Galdós y me lo leí entero» dice con la convicción «de haber cumplido el deber último de todo lector: ser una criatura que absorbe una cultura, la elabora y la transmite».