El Guggenheim de Bilbao celebra el centenario de la artista brasileña, pionera
de la abstracción, con una muestra que explora su primera década creativa
05 mar 2020 . Actualizado a las 18:51 h.
Los años de formación de un artista muchas veces pueden verse relegados a un mero prólogo de sus años de esplendor. Sin embargo, en esa primera fase no solo suelen encontrarse claves para interpretar el conjunto de una trayectoria, sino que por su condición de tanteo, de exploración, adquieren una relevancia por sí misma. Precisamente la indagación en los inicios de la carrera de la brasileña Lygia Clark (Belo Horizonte, 1920-Río de Janeiro, 1988) es el propósito de la muestra con la que el Guggenheim de Bilbao se suma a su centenario y que se podrá ver en el museo hasta el 24 de mayo. Desde su propio título, La pintura como campo experimental (una declaración de intenciones de la propia pintora), la exposición deja clara su vocación por explorar lo que hacía Clark entre los años 1948 y 1958, el primer decenio de su carrera.
Es, por tanto, un viaje a la semilla, por tomar prestado un título de Carpentier, a los primeros pasos, dubitativos, de una artista que se formó de manera autodidacta, lejos de las escuelas oficiales, pero sí en compañía de otros espíritus inquietos. Esa vulnerabilidad o inocencia se intuye en la enorme fotografía de Clark que preside la primera de las tres salas con las que arranca el recorrido por las ansias artísticas de la brasileña. La comisaria de la muestra, Geaninne Gutiérrez-Guimarães, ha reunido en este primer espacio un conjunto de obras que son a la vez punto de partida y toma de despegue: apenas cuatro años, los que van de 1948 a 1952, en los que Clark pasa de la visión más o menos objetiva de lo que la rodea, espacios íntimos o paisajes próximos, a descomponer la realidad en otros planos. Es clave su viaje a París, donde el contacto con Léger ejerce una influencia decisiva, para entender la transformación que experimenta su obra. Dos cuadros de temática musical ejemplifican ese tránsito: el retrato más o menos académico de la pianista Angélica de Rezende y una aproximación a una violonchelista donde la huella de Léger, pero también del cubismo, es evidente.
Regreso a Brasil
La segunda sala documenta el regreso de Clark a su Brasil natal, que coincide con su alineación con la abstracción geométrica y su participación en corrientes como la que desarrolló el grupo Frente. Aquí «Clark quiso llevar la pintura más allá de sus marcos convencionales», según la comisaria de la muestra. Intervienen la línea, el plano, las figuras geométricas, el color. Hay reminiscencias de Mondrian, también de Palazuelo. El interés por la arquitectura, que ya data de París, se afianza y toca toda su obra, como demuestran sus tres maquetas tridimensionales, pero también su obra Rompiendo el marco, en la que desarrolla lo que llamó la «línea orgánica» o el vacío que se crea cuando dos figuras coexisten sin llegar a tocarse: es un intento también por borrar la frontera entre lo exterior y lo interior, entre obra y espectador. Clark cambia el óleo por la pintura industrial, el lienzo por la madera. Todo se va depurando, desde los materiales hasta la representación pictórica. El viaje a la semilla también lo emprende ella, llegando a una depuración y sencillez que desemboca en una nueva etapa: otra fotografía de la artista recoge ese cambio, con una Clark más segura, afianzada. Ese viaje a la semilla representó además un viaje a la libertad conquistada.
Un proceso en busca de lo esencial que lleva a la escultura
Lygia Clark. La pintura como campo experimental se cierra en una tercera y última sala donde se presenta una selección de obras datadas entre 1957 y 1958. Son piezas que se configuran como el punto de llegada de un viaje hacia lo esencial, como atestigua el paso de las composiciones más elaboradas de años anteriores a singularizar apenas una forma, como triángulos o rombos, que se materializan en apenas tres colores, del blanco al negro pasando por el gris, además de la inclusión ocasional del rojo.
Clark empieza a experimentar también con collages. Y con los juegos de perspectiva que se introducen al alterar los planos. Los tres triángulos que dan lugar a Contra relieve se posicionan de manera que al contemplarlos desde los laterales, no de frente, adquieren un carácter casi escultórico. Algo premonitorio, porque a partir de 1959 Lygia Clark abandonará la pintura y se centrará en la escultura como disciplina preferente para canalizar su expresión.
Arte neoconcreto
Ese cambio nace, en parte, de su adscripción al manifiesto de lo que se llamaría Arte neoconcreto, una reacción contra la excesiva rigidez en la que había caído la abstracción geométrica. Como firmante, Clark se sumaba también a una visión artística que prefería lo orgánico a la frialdad. A partir de entonces las esculturas ocuparían su trabajo: una muestra podrá verse en un futuro próximo en el Guggenheim en el marco de la muestra Mujeres en abstracción. El director del museo, Juan Ignacio Vidarte, explicó en la presentación de la exposición sobre Clark que la institución ha programado otras dos este año que también exhibirán el trabajo de sendas creadoras: la norteamericana Lee Krasner y la británica Lynette Yiadom-Boakye.