La Mostra, pionera en la era de la pandemia entre los grandes festivales de cine, abre hoy con el glamur muy lejos del público
02 sep 2020 . Actualizado a las 18:32 h.La primera impresión cuando bajas del avión en el aeropuerto Marco Polo es espectral. Un semivacío. Tan desierto que no se te aparece un solo sanitario o policía que te tome la temperatura o que revise el PCR que a los españoles nos es obligado portar. En el vaporetto -un bus marítimo sin distancias de seguridad, todos bien apiñaditos- el conductor va gritando las paradas en las estaciones a viva voz y sin mascarilla: «¡Ospedale!». Y fiesta de gotículas al canto.
Ya el descenso en el Lido parece la llegada a Pleasantville. Apenas un tercio de los viandantes lleva protección. Una joven expende helados sonriendo. Un mundo feliz. Te entra miedo y no comprendes cómo Italia, el país europeo donde vimos el primer colapso, baja ahora de los mil infectados por día cuando la mascarilla aquí no es obligatoria en espacios abiertos. No entiendes nada en realidad y en un bareto de pasta fresca suena Don Diablo. O eso te has imaginado. Sientes pavor cuando piensas en cómo serán las proyecciones y solamente te queda confiar en que las medidas anunciadas por la Mostra en cuanto a aforos limitados sea la primera realidad efectiva contra el contagio del virus que te reciba en este país.
Parece que así será. Las entradas a las funciones ya no son libres y hay que hacer reserva previa en una web que se cae cada media hora. Pero, al menos, en el mapa de butacas ves que no te va a tocar al lado un crítico negacionista polaco. Que hay espacio interpersonal.
A la Mostra hay que reconocerle el valor de haber sido el primer festival internacional de los de clase A que apostó por abrir puertas, lo anunció el pasado mes de junio y lo ha mantenido. Por aquel entonces, antes de este verano fatal, nos la imaginábamos con un programa que acogiese a casi todo lo que Cannes no pudo dar cabida. Y al Lido redivivo como ese puente aéreo con Hollywood de los últimos años, en los que este festival dio a conocer al mundo Gravity, Birdman, La La Land, The Favourite o Joker. Y George Clooney, Joaquin Phoenix, Emma Stone, Meryl Streep o Robert Redford compitiendo por el jet privado más tuneado.
La realidad es que quienes no fueron a Cannes en mayo van a esperar a Cannes 21 porque ahora no van a tener cines donde estrenar. Y también que Hollywood le ha puesta tapabocas a su festival amado. El principal contrafuerte sobre el cual Alberto Barbera sostenía la irresistible ascensión de este certamen ha dimitido este año y no hay ni un solo título norteamericano poderoso, de los que antes tenían overbooking, que vaya a estar aquí. Las estrellas que se atrevan a cruzar el charco -que serán contadísimas o no serán- van a ser recibidas como en Bienvenido, Mr. Marshall. A Cate Blanchett, quien ha mantenido su disposición a presidir el jurado, le harán un monumento en Santa Maria Elisabetta o le darán la medalla del Quirinal. Queda por ver si los protagonistas célebres de algunas de las películas a concurso -Cassey Affleck, Frances McDormand, Laura Dern, Shia LaBeouf, Stacy Martin o Helen Mirren- tendrán el arrojo de presentarse.
Gitai, Konchalovski
El festival, que solía inaugurar con la película que luego se llevaba la colección de los Óscar, abre este miércoles con cinta italiana, Lacci, de Daniele Luchetti. Y la competición de esta 77.ª edición se refugia en algunos autores veteranos de los que han frecuentado Venecia -Amos Gitai, Kiyosi Kurosawa, Andréi Konchalovski o Gianfranco Rossi, que ya ganó un León de Oro- y se inyecta savia nueva de algunos habituales de Cannes como Michel Franco, Kornél Mundruczó producido por Scorsese, o Chloe Zhao, una da las grandes esperanzas del nuevo cine independiente norteamericano.
Fuera de competición llegan autores que suman quilates a la edición: Abel Ferrara, Luca Guadagnino, Frederick Wiseman, Lav Díaz y Pedro Almodóvar, quien presenta este jueves su mediometraje adaptación del texto teatral La voz humana -obra de Jean Cocteau- que protagoniza la intérprete inglesa Tilda Swinton (Londres, 1960), quien, por cierto, recibirá el León de Oro honorífico a su carrera como actriz.
Desfilarán las estrellas demediadas en una alfombra roja emparedada, protegida de una multitud que supongo que no será. Todos somos en esta Venecia 2020, bautismo de fuego de los festivales pospandemia, conejillos de Indias. Y los críticos, plausiblemente, carne de cañón.