Desagravio al trabajo callado de María Moliner 40 años después de su muerte

Miguel Lorenci / G. Novás COLPISA / REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Moliner trabajó en el retiro del hogar y sufrió la discriminación de su época, que le impidió ingresar en la RAE
Moliner trabajó en el retiro del hogar y sufrió la discriminación de su época, que le impidió ingresar en la RAE

Homenaje a la filóloga, lexicógrafa y autora del mítico «Diccionario de uso del español»

23 ene 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuarenta años después de su muerte, la Real Academia Española (RAE) desagravia a María Moliner (Paniza, Zaragoza, 1900), que falleció a los 80 años en Madrid el 22 de enero de 1981, y reconoce la injusticia que supuso no acogerla en su seno y ensalza la enorme importancia de su monumental obra. Así lo admitió este viernes el director de la RAE, Santiago Muñoz Machado, en el acto de homenaje que acogió la Biblioteca Nacional, impulsado y presidido por la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo. «Me apeno de que no fuera académica cuando bien lo merecía por el trabajo que hizo, y me alegra celebrar y reconocer los enormes méritos de su obra», incidió Muñoz Machado.

El director de la RAE glosó en una intervención no prevista la figura de la legendaria filóloga, lexicógrafa y bibliotecaria, autora del no menos legendario Diccionario de uso del español, y a quien la RAE cerró sus puertas en 1972 en favor del lingüista salmantino Emilio Alarcos Llorach. «No somos culpables de la discriminación de las mujeres sabias. La RAE no es la única institución que mantuvo la injusta tradición de no admitir mujeres», dijo Muñoz Machado recordando otra clamorosa exclusión, la de la narradora gallega Emilia Pardo Bazán. «La escritora más importante de la literatura española de los últimos siglos no pudo entrar en la RAE a pesar de contar con muchos apoyos», agregó.

«No es la RAE la culpable de un machismo recalcitrante que existía desde hace mucho y que se podía haber paliado cuando apareció María Moliner», insistió Muñoz Machado. «Tenía mérito más que sobrado para estar en la RAE, pero no todos los que lo tienen acceden a la institución», admitió. «Hay 46 plazas y muchas más personas con méritos. Ahora que conmemoramos a María Moliner, cabría decir que era la más digna representante del sillón 47, ese que nunca ocupan los que tanto lo merecen», abundó el jurista y académico.

«Injusto e injustificable»

«Fue injusto e injustificable que María Moliner no formara parte de la RAE, como Emilia Pardo Bazán o Gertrudis Gómez de Avellaneda», coincidió Carmen Calvo. «Este es un homenaje sencillo, pero de enorme enjundia que reconoce la aportación de Moliner a nuestro idioma, a la cultura, a los libros y a las bibliotecas», agregó la vicepresidenta.

«La pandemia no nos puede imponer la desmemoria, que, como decía María Zambrano, es una enfermedad colectiva en la que no podemos caer, y menos en tiempos de fragilidad, de modo que este acto es una especie de rito civil para decirle al país que tenemos una enorme deuda de gratitud con María Moliner», dijo Calvo. «Ella, como Concepción Arenal, nos representa a todas, evidenciando de manera palmaria la igualdad intrínseca entre hombres y mujeres que se nos ha negado durante toda la historia en un sistema injusto contra nosotras», agregó.

«La memoria democrática de estas mujeres supone una llamada de atención al trabajo que nos queda a todas nosotras, que, como parte de democracia, nos sentimos plenamente ciudadanas. María Moliner nos pertrecha de prestigio, fuerza y legitimidad para hacer el trabajo que ahora nos toca, cada una en nombre de las demás, del país y también de los hombres», propuso Calvo. «María Moliner sabía que un país se la juega con sus aulas y sus bibliotecas, y ahí nos la seguimos jugando», aseguró la número dos del Gobierno, que celebró el trabajo que realizó Moliner en «todas las bibliotecas pequeñas del país en las misiones pedagógicas de la Segunda República». Se comprometió Calvo a proteger la memoria de «las grandes mujeres de España» cuyas aportaciones suponen un «manifiesto» de que «la igualdad es una realidad que el machismo sigue negando en la historia». «Esta es la mejor manera de hablar de la igualdad», concluyó.

De afección republicana, María Moliner vio truncado por la Guerra Civil su proyecto de sistema bibliotecario. Tras la conflagración bélica, fue degradada hasta 18 niveles en el escalafón funcionarial y centró sus esfuerzos en su mítico diccionario. Formada como filóloga y lexicógrafa en el Estudio de Filología de Aragón, ingresó por oposición en 1922 en el Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos y, comprometida con su profesión, impulsó la creación de una red de bibliotecas rurales.

Quince años de soledad, lápiz, fichas y mesa camilla

María Moliner ocupó al menos quince años de su vida en la realización modesta y callada del Diccionario de uso del español, un trabajo que aún hoy se sigue reeditando y utilizando, del que nadie osa discutir su absoluta vigencia. Comenzó la labor allá por 1953. Sus dos tomos y tres millares de páginas continúan siendo una herramienta básica de consulta para quien se preocupa en emplear la lengua de Machado y Cervantes con justeza y brillo. Ha tenido admiradores tan célebres como Gabriel García Márquez, de cuyas manos ha salido uno de los idiomas españoles más exuberantes del siglo XX. Moliner trabajó en soledad, con su lápiz -también empleó la máquina de escribir- y sus ordenadas fichas, sentada en la mesa camilla del salón de su casa sin rehuir el calor de la familia. Aunque estimaba las virtudes del silencio, era capaz de mantenerse en la tarea, a la busca de la palabra exacta, sonriente pero concentrada, aunque alrededor sus nietos (tuvo 13) se entregaran al jolgorio de los juegos propios de la infancia. El esmero que puso en cada entrada -que no están faltas de un valor literario que brota probablemente del pensar demorado y del cariño que ponía en su empresa- todavía hoy recibe los elogios de escritores, filólogos y usuarios. Paradójicamente, una demencia dejó a Moliner en los últimos años de su vida sin las palabras a las que había entregado desinteresadamente su existencia.