«Nunca más pude reír abiertamente», decía Manuel González Rodríguez de su paso por la Guerra Civil
![Miguel Cabana](https://img.lavdg.com/sc/dWXvlONOWsXOKBZLbapb2ilqHwA=/75x75/perfiles/43/1421773101111_thumb.jpg)
CULTURA
![Manuel González, retratado junto a su cámara. A la derecha, la máquina de escribir que encontró abandonada en la guerra y con la que escribió su libro. El autor no muestra inclinación ideológica hacia uno u otro bando, porque, cree, todos sufrían por igual.](https://img.lavdg.com/sc/icTmouVjQTkKCm44TEiZp2m4Z_8=/480x/2021/06/26/00121624744322134567488/Foto/j26j1053.jpg)
Un soldado de Riotorto movilizado a la fuerza narra en un libro póstumo los horrores de tres años en el frente para concienciar contra el belicismo
28 jun 2021 . Actualizado a las 05:15 h.Manuel González Rodríguez fue uno de los miles de jóvenes alistados forzosamente en 1936 en uno de los bandos de la Guerra Civil española. A finales de julio, con 20 años, recibió la citación en su pueblo natal de Ferreiravella, en Riotorto. Salió caminando de aquella preciosa localidad lucense de afamados herreros. «Fui llorando durante los casi cinco kilómetros que me separaban de la carretera más cercana. Iba pensando en que nunca volvería». Pero volvió. Tras más de tres años de guerra en Asturias, León, Burgos, Teruel y Cataluña, entre otros lugares, pudo regresar a su pueblo, en donde se casó, tuvo dos hijos y cuatro nietos, y ejerció de herrero, gaiteiro, taxista, fotógrafo social y corresponsal de La Voz de Galicia, en cuyas páginas enseñó a leer a sus hijos.
Con cerca de 70 años, tras una grabación que le hizo una sobrina sobre recuerdos de la guerra, aquello no le pareció suficiente y dio una gran sorpresa a la familia. Explicó que tenía escritas las memorias de sus más de tres años de guerra, día a día y penuria a penuria, y les encargó que las publicasen en forma de libro después de su muerte. No antes, porque en esas páginas aparecen asesinatos, venganzas o actos de barbarie con nombres y apellidos que podían levantar ampollas. González falleció en el 2009, a los 93 años, dejándole a su familia el mandato de publicación. Y lo cumplieron. En el 2016 editaron ellos mismos mil ejemplares de La máquina de la guerra, un tomo de más de 300 páginas escrito en primera persona y plagado de documentos y fotos que Manuel guardó como meticuloso documentalista que era. Cuenta casi día a día sus más de tres años de guerra, con crudeza, convirtiéndose en uno de los pocos soldados que se atreve a relatar sus espeluznantes vivencias en el frente. En ocasiones sintió que eran sus últimos minutos pero, milagrosamente, pudo retornar, aunque marcado de por vida: «Nunca más pude volver a reír abiertamente», afirma Manuel. «Mi única pretensión era solo vivir en mi terriña, no volver a marchame nunca, volver a sonreír, aunque reír abiertamente ya me fue imposible; rodearme de mi gente, de mis excelentes vecinos, de la tranquilidad que allí tenemos, de las fiestas, la hermosa vegetación, mi trabajo artesanal, de paz en definitiva [...], ser libre y no depender nunca más de semejantes alimañas», dice refiriéndose a los jefes militares y al sistema bélico en general.
Por la memoria
Y, para colaborar en la medida de sus posibilidades, decidió que lo mejor que podía hacer era contarlo. «Mi objetivo es que pueda valerles para intentar evitar otra guerra. Y para lograrlo apelo a su solidaridad solicitándoles que lo leído en este libro, lo cuenten, transmitan y divulguen. Verán como la idea ayuda [...] Vaya por la memoria de todos los soldados fallecidos de uno y otro bando y de los que vivan que, por lo que fuese, no han podido contar por escrito lo que les pasó. En mi caso, hasta la fecha, fue por recelo», anota Manuel en el prólogo.
Su familia asumió tras su muerte la encomienda, no sin ciertos temores iniciales, porque conocían tristeza y desastres del libro, avalados con documentos reproducidos y fotografías. Incluso dejó el encargo a sus descendientes de que fuesen a fotografiar algunos pueblos en los que se produjeron miles de muertos y él sobrevivió milagrosamente, para publicar la foto en el libro. También les pidió que explicasen o actualizasen nombres de personas o lugares incorrectos.
El libro, que la familia suministra a algunas librerías de Lugo y A Mariña para cumplir con el mandato de publicidad del protagonista, lleva por título La máquina de la guerra, porque Manuel González, O Queitano, utilizó para escribir estas memorias una máquina Hispano-Olivetti que trajo de la guerra. La había dejado atrás alguien que huía por los Pirineos hacia Francia, en un barranco donde se amontonaban muebles, joyas, ropa y automóviles de las riadas humanas en fuga. Manuel, que en los últimos tiempos era conductor en el ejército franquista, fue enviado allí a buscar uno de aquellos coches para un general. Y se trajo aquella máquina, que le permitió escribir sus memorias, las cartas para las novias de muchos de sus vecinos en Riotorto e incluso décadas más tarde algunas de sus crónicas periodísticas en La Voz.