![Ejemplar de gibón de manos blancas [«Hylobates lar»], una especie de primate hominoideo, en el bosque de Jantho, en el municipio de Aceh Besar, en Indonesia.](https://img.lavdg.com/sc/NsMCJqpLXiULbRWFuq4h6VN9fmU=/480x/2021/09/26/00121632671222128762508/Foto/HS27C7F1_174441.jpg)
El pensador galo aboga por una reconexión del hombre con las demás especies
27 sep 2021 . Actualizado a las 19:51 h.La necesidad urgente del hombre de reconectar con la naturaleza, con las demás especies, es una idea que gravita desde hace tiempo sobre la mayoría de los movimientos del ecologismo. Está en juego, claro, reconducir el futuro del planeta. Este mismo año, en mayo, la editorial Errata Naturae traía al castellano un texto clásico que viaja en esta dirección, Biofilia, obra del investigador estadounidense Edward O. Wilson, que ya predicaba en la década de los ochenta sobre la importancia de hacer reverdecer el amor entre especies distintas, que, por otra parte, sostenía, fue el gran motor de la vida en la Tierra durante millones de años.
Un pensador galo nacido solo un año antes de la aparición original de Biofilia, Baptiste Morizot (Draguignan, 1983), acaba de aportar renovadas fuerzas argumentativas a esta narrativa. Apenas un año después de su publicación en Actes Sud, en Francia, Errata Naturae suma otro tesoro a su colección Libros salvajes con el volumen Maneras de estar vivo. La crisis ecológica global y las políticas de lo salvaje, que llegaba este lunes a las librerías y que reúne seis ensayos que el propio autor denomina, también por su tamaño, nouvelles filosóficas.
Profesor de pensamiento contemporáneo en la Universidad de Aix-Marseille, su discurso está pegado sin embargo a la exploración sobre el terreno, el rastreo, el cielo abierto, y eso -sumado a su magnífica prosa- convierte estas piezas en un ejemplo de saber vibrante y motivador. Como él mismo asegura, estas piezas están concebidas para, juntas, contribuir «a crear un efecto más amplio sobre aquel que las atraviesa: preparar los encuentros con lo vivo, trabajando en otro estilo de atención (algo así como una disponibilidad a las maneras de estar vivo)». «Y, sin el sauce, ¿cómo íbamos a conocer la belleza del viento?», evoca Morizot el cuestionamiento de Lao Tsé.
El autor aboga por una suerte de reeducación, por crear una filosofía de los seres vivos, que lleven al hombre una transformación de sus «maneras de vivir y habitar en común». Y eso exige ampliar la mirada, un reto de gran envergadura, dice, «reaprender, como sociedad, a ver que el mundo está habitado por entidades que son prodigiosas de otra manera, distintas de las colecciones de coches y las galerías de los museos». Se trata de un camino que debe superar una herencia cultural, la de la socialización, revertir un proceso en el que el hombre -según recoge la fábula- optó por separase de los otros diez millones de especies que pueblan la Tierra, pese a que el parentesco dentro de la gran familia biológica era incontestable. Decidió asimismo llamarlas «la naturaleza» y comenzó de este modo a cosificarlas, a verlas como meros recursos a su disposición.
La filosofía de los seres vivos que preconiza Baptiste Morizot invita al hombre a llevar los ojos abiertos, atentos «a la prodigalidad de los signos del mundo vivo denso de tiempo y entramado de familiares ajenos».
Sobre el fin de la civilización y la belleza
Mientras Baptiste Morizot indaga cómo sustituir la pulsión de control, dominio y domesticación -que mueve al hombre desde el Neolítico- por un ethos del encuentro y la acogida, otros como el profesor estadounidense Roy Scranton (1976) reflexionan sobre el cambio climático y el fin de la civilización, sobre el terrible futuro que aguarda al ser humano, en Aprender a vivir y a morir en el Antropoceno (Errata Naturae). Su experiencia como soldado y superviviente en los campos de guerra del Irak de comienzos del siglo XXI condiciona decisivamente su óptica y también su cruda franqueza: «Nos vamos a la mierda. Las únicas dudas que caben son cuándo y cuánto», aunque también sabe que se precisa un nuevo humanismo para enfrentar esta verdad e incluso para aprender a morir.
Otra perspectiva maneja Barry López (Port Chester, Nueva York, 1945), quien en medio de tanta belleza se preguntaba: «¿Qué va a ser de nosotros?». De él se ha dicho hasta la saciedad que es el mejor escritor de naturaleza del mundo, y, sin necesidad de ir tan lejos, cabe adentrarse sin dudarlo en Horizonte (Capitán Swing), un libro de memorias que reescribió durante los últimos 30 años, que lo acompañaba en sus viajes y que dejó listo poco antes de fallecer a finales del 2020 víctima de un cáncer. López lo organizó en siete relatos que comparten el hilo autobiográfico y que se construyen en torno a sus muchas aventuras, observaciones e investigaciones por todo el planeta. Y afila el espíritu crítico con las políticas de su país, EE.UU., y la retórica de la libertad, para acabar planteándose una afirmación sencilla que brota además del sentido común: una sociedad madura exigiría personas «que dejaran de pensar solo en sí mismas» y en la mera riqueza material.