Los 44 inviernos de Thoreau

Héctor J. Porto REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Retrato de Henry D. Thoreau realizado por el fotógrafo Benjamin D. Maxham en torno a 1856. A su izquierda, detalle de la portada de «El gran invierno» (Errata Naturae); a la derecha, ilustración que adorna la edición de «Walden» del sello Alianza.
Retrato de Henry D. Thoreau realizado por el fotógrafo Benjamin D. Maxham en torno a 1856. A su izquierda, detalle de la portada de «El gran invierno» (Errata Naturae); a la derecha, ilustración que adorna la edición de «Walden» del sello Alianza.

A punto de cumplirse los 160 años de su muerte, la figura y la obra del pensador estadounidense siguen creciendo; un volumen que recoge sus observaciones sobre el invierno y una nueva edición de «Walden» llegan a las librerías

06 dic 2021 . Actualizado a las 09:50 h.

La pérdida de la conexión del hombre con la naturaleza que caracteriza las sociedades urbanas y la creciente globalización —ay, las pantallas— ha convertido el invierno y las estaciones en general en un fenomenal marco cool (cuando no mero atrezo) para subir buenas fotos a las redes sociales. El sentido que tuvieron durante siglos asociado a las cosechas y el tempo vital de personas y animales es un pobre recuerdo antropológico. Hoy nadie con un móvil con conexión a Internet se asoma a la ventana ni para decidir de mañana coger la bufanda y calzar unas botas de agua. Y mucho menos preocupa el acopio de leña para alimentar el fuego que caliente el hogar. Claro que hay excepciones..., por supuesto.

Es este estado de cosas el que hace tan urgente libros como El gran invierno de Henry David Thoreau —que edita el sello Errata Naturae, cuyo catálogo es ya hogar inseparable del ilustre agrimensor, naturalista y uno de los pilares fundacionales de la literatura norteamericana—, el patriarca mayor y pionero en cuanto a esa idea filosófica que propugna la necesidad de que el hombre vuelva a la naturaleza para reencontrarse y encontrar su sitio en el mundo.

La llegada de los fríos reconcentraba el pensamiento de Thoreau (Concord, Massachusetts, 1817-1862). Dice su biógrafo Robert Richardson (Milwaukee, Wisconsin, 1934), refiriéndose a los días de diciembre de 1851: «El invierno, con su carácter interior, intensificó aún más el impulso de permanecer enclaustrado y dedicarse a la actividad intelectual». Pero esta vocación monacal y sus lecturas —entonces centradas en la botánica— no le impiden seguir con sus observaciones, su caminar, que después tenían un efecto directo sobre el papel. «En sus paseos, prestó especial atención a las puestas de sol, tratando de captar en palabras los colores y formas cambiantes, las glorias luminosas de los cielos al atardecer», prosigue el investigador estadounidense, que relata cómo Thoreau subió al monte Fair Haven, donde estuvo contemplando un halcón enorme. Un ave que, decía el autor de Musketaquid [A Week on the Concord and Merrimack Rivers], era «un símbolo del pensamiento, que se alza, desciende, se mueve en círculos cada vez más amplios, o cada vez más pequeños».

La fuente de los diarios

Precisamente ese invierno, en enero de 1852, relata Richardson, retomó el manuscrito de Walden —que tenía medio abandonado desde hacía dos años—, su obra maestra y que bebe de la fuente de las anotaciones en su diario, esa monumental creación que comenzó en 1841 y alcanzó los catorce volúmenes. Trabajó en borradores sucesivos hasta que Walden estuvo listo dos años y medio más tarde.

Aunque mana de sus diarios como ocurre igualmente con Musketaquid —donde narra el viaje de siete días en barco que en el verano de 1839 hizo con su hermano John por los ríos Concord y Merrimack—, Walden deja atrás la bisoñez de aquel primer libro y hace aflorar en toda su madurez y radicalidad la crítica a la sociedad materialista. Más allá de su omnipresente empatía con la naturaleza, que queda subrayada al darle a la obra la estructura del año natural, al ritmo del paso de las estaciones.

Cuando están cerca de cumplirse 160 años del fallecimiento de Thoreau —a las nueve de la mañana del 6 de mayo de 1862; de su última frase solo pudieron escucharse las palabras «alce» e «indio»—, la aventura de aquellos dos años de aislamiento en una cabaña a orillas de la laguna Walden conserva toda su fuerza y vigencia, más en esta época de plomo, de exceso de velocidad, ruido y bytes que toca atravesar.

Prueba de la absoluta pervivencia del texto —y no necesariamente relacionada con la devota vinculación a Linneo— es la nueva traducción al castellano que Carlos Jiménez Arribas preparó para la colección de bolsillo de Alianza y también la que Danele Sarriugarte vertió al euskera para Katakrak, que se suman a las hoy fácilmente encontrables en Cátedra y Errata Naturae.

Walden, dice Jiménez Arribas en el excelente ensayo que coloca a modo de prefacio, no busca una idealización o mitificación de la naturaleza ni tampoco un estudio científico sino que persigue superar la tradición puritana para «sumergirse en ella [la naturaleza] y destilar de ahí una escritura en la que la mirada fuera más cálida que la de la metafísica y más cómplice que la de la vivisección», arguye.

La preparación de la estufa y el arte de vivir

Sus advertencias y memoria sobre la extinción de la cultura india, la reclamación de la abolición de la esclavitud, la desobediencia civil pacífica (fiscal, por ejemplo) ante un Estado que no se ocupa de sus obligaciones y se embarca en la guerra contra México, la defensa de la vida salvaje... El legado de Thoreau es muy amplio y sus ecos persisten vigorosos —ante la tozuda sordera que aqueja a la sociedad—, y están de algún modo en este nuevo libro que ha publicado Errata Naturae, El gran invierno, que es una antología de «los mejores pasajes, pensamientos e intuiciones hibernales» extraída de sus escritos y que condensa los 44 inviernos que vivió en un único Gran Invierno. Y es que los editores han decidido prescindir del orden cronológico y disponer su recopilación como una sola narración, la de la vida, al igual que Thoreau convirtió los dos años pasados en la cabaña de Walden, al ponerlos en el papel, en uno.

El extracto inicial de una entrada, la del 20 de febrero de 1841, sintetiza la hermosa y sabia filosofía de Thoreau y de este volumen: «Cuando salgo al atardecer, preparo la estufa de manera que, a mi regreso, encuentre siempre un buen fuego ardiendo en ella, aunque, de estar presente, habría requerido mi atención frecuente; así, cuando sé que voy a estar en casa, a veces hago como si fuera a salir, para ahorrarme molestias. Y este es también el arte de vivir: dejar nuestra vida en un estado en el que pueda funcionar sola y no exija una supervisión constante. Entonces nos sentaremos tranquilamente a vivir, como si estuviéramos junto a la estufa. Cuando me siento de verdad, no debe haber nada en pie. Todo debe sentarse conmigo».

En fin, a buen entendedor...