Lluís Pasqual: «María Casares siguió hablando y pensando en gallego toda su vida»

Javier Becerra
javier becerra REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Lluís Pasqual, retratado en su casa de Madrid.
Lluís Pasqual, retratado en su casa de Madrid. Javier Lizón | Efe

Evocará su experiencia como espectador de la mítica actriz en unas jornadas en el Museo de Belas Artes de A Coruña

13 mar 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Sostiene Lluís Pasqual (Reus, 1951) que los actores de teatro son «como los poetas que escriben en la arena, pasa la ola y borra el poema». El director teatral que fundó y durante años dirigió el Teatre Lliure opina que, precisamente por ello, «si algún tipo de actos están justificados son los dedicados a revivir la memoria de alguien que tiene un arte efímero e inmaterial». Es el caso de María Casares que, en el año del centenario de su nacimiento, está siendo honrada en el ciclo María Casares: del exilio al escenario, impulsado por la Xunta. El miércoles 16 de marzo estará hablando de su experiencia como espectador de la actriz en el Museo de Belas Artes de A Coruña junto a Anne Plantagenet, biógrafa de la genial intérprete.

—Johanna Silberstein, codirectora de la Maison Maria Casarès, decía que el drama general de los actores de teatro es caer en el olvido por esa condición efímera.

—Es que el teatro tiene eso: o estás en ese momento o no estás. Quedan fotos. También alguna filmación, generalmente muy malas. Ahí se intuye lo que podía ser. Pero queda fuertemente impresa en la memoria de quien la vio. Esa experiencia no se olvida.

—Eso hace que a su figura la envuelva un aire mítico y misterioso. ¿Es justificado?

—Misteriosa lo era también cuando estaba viva. Los que asistían a la representación estaban igual. La interpretación de María tenía siempre una temperatura especial. Es como si estuviera siempre a 38 grados de fiebre. Algo muy difícil de contar.

—¿Qué va a explicar en su charla «Espectador privilegiado»?

—Quería decir que María Casares siguió hablando y pensando en gallego toda su vida. Galicia se transportó con ella en el exilio. Los franceses decían que tenía un acento particular, que ella se había inventado una música que la había incorporado al francés. Pero eso, en realidad, era un acento gallego. Porque María hacía teatro con el corazón y en su corazón tenía muy dentro esos años que había vivido en Galicia, esos en los que un ser humano se forma. Era extraordinario verla recitar a San Juan de la Cruz con un acentazo gallego maravilloso.

—Dijo que apenas medía 1,62, pero en el escenario era gigante. ¿Qué dimensión alcanzaba?

—Es lo que les pasa a los grandes intérpretes, los que poseen los secretos de esa transformación. Hay personas que en el escenario se vuelven hermosas, más de lo que son la vida. Otras, no. Gente muy bella que en el escenario no logra transmitir esa belleza. En el cine es más fácil verlo. Pensemos que Paul Newman medía 1,68, pero nos parece gigante. El milagro de María se producía en vivo. La veías en el escenario y medía dos metros.

—¿Qué cualidades tenía?

—Dos cosas imprescindibles para un actor: la voz y los ojos. María tenía unos ojos de bruja benéfica, dos pozos enormes donde uno se podía perder. Esa mirada llegaba al espectador junto a su voz, cálida y más bien baja, que invitaba al reposo y a escucharla.

—Y con denominación de origen, por lo que cuenta.

—Eso es de una evidencia absoluta. No hay más que escucharla. Yo, que he tenido relación con Galicia y he tenido un marido gallego [el editor Gonzalo Canedo, fallecido en el 2013], conozco ese humor. Ella tenía una carcajada gallega, ese humor del cual solo estáis dotados los gallegos a fuerza de ser apaleados a través de los siglos. Hay un sentido del humor que yo reconocía en María, comparado con los gallegos que había reconocido antes y con el humor del propio Valle Inclán.

—¿Tuvo trato con ella?

—Sí, porque la quise conocer y ofrecerle trabajar, tras verla muchas veces en el escenario. Estuve con ella en dos ocasiones.

—¿Cómo era?

—Una persona afable, que te trataba como si te conociera de toda la vida. Te acogía. Creo que es una característica de los exiliados, en general. La gente que ha tenido que exiliarse y que ha sido acogida es de una profunda generosidad, porque sienten que están de paso. En la biografía vemos que pasa gente diversa y constante por su casa. Es un sentimiento que yo he encontrado en muchos exiliados. El exilio tiene un color y un olor que no se puede describir, pero ella lo llevó siempre. Por eso el trato era tan fácil.

—¿Tenía la sensación de estar ante algo extraordinario e histórico?

—Absolutamente. Yo y todos los espectadores que me acompañaban en ese momento. Les gustaba más o menos, porque este tipo de actores con una fuerte personalidad pueden incluso no gustarte, pero no puedes dejar de mirarlos. Un ejemplo fácil: Jack Nicholson. Hay gente que no lo soporta y otra que lo adora. Con María había más unanimidad. Sabían que estaban ante una figura excepcional.