Veinte años sin Eduardo Chillida, el arquitecto del vacío

Miguel Lorenci MADRID / COLPISA

CULTURA

Eduardo Chillida, retratado trabajando en la forja en 1952.
Eduardo Chillida, retratado trabajando en la forja en 1952. Sucesión Eduardo Chillida | Hauser & Wirth

El gran amigo del hierro, aliado del fuego, la tierra y el viento, mantiene firme su cotización como uno de los escultores más influyentes del siglo XX

17 ago 2022 . Actualizado a las 22:17 h.

Eduardo Chillida Juantegui (San Sebastián, 1924-2002) fue un mago del volumen y el silencio. El mejor amigo del hierro, aliado con el fuego, la tierra y el viento. Este viernes se cumplen veinte años de la muerte del genial arquitecto del vacío, uno de los escultores más influyentes del siglo XX, amante también de la palabra en la incesante búsqueda que fue su vida.

«Lo profundo es el aire», era su lema. Lo tomó prestado de un verso de Jorge Guillén y resume su afán de alcanzar la etérea esencia de las cosas en su cordial batalla con los materiales. Genio parejo a los de Brancusi, Calder o Giacometti, su obra está en los mejores museos y colecciones del mundo, y se ha mostrado en más de 500 exposiciones individuales. Con más de cuarenta grandes piezas repartidas por espacios públicos del globo, su legado brilla en Chillida Leku, en Hernani. Acoge lo mejor de una obra universal, viva y pujante que no ha perdido un ápice de su elevada cotización. Su mejor herramienta fue la sencillez que transmutó en magia y cosmopolitismo.

Su infancia junto al mar en la bahía donostiarra marcó su relación con el paisaje y el espacio. De crío se ensimismaba viendo romper las olas en el lugar donde años más tarde colocó su popular Peine del viento (1976) como un homenaje a su ciudad.

El fútbol fue su primera pasión. Con 18 años era portero de la Real Sociedad. La afición txuri urdin le apodaba el gato por su agilidad. Una lesión de rodilla lo apartó del deporte. Cambió las botas y los guantes por una manos desnudas en busca de volúmenes, incitado por su tardía vocación artística. Optó por estudiar arquitectura en 1942, pero abandonó para dibujar en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Siempre tendría presente los principios de la arquitectura y se autodenominó «arquitecto del vacío».

Con una beca llegó a París en 1948. Realizó sus primeras esculturas figurativas en yeso influenciadas por las de la Grecia arcaica del Louvre. Reconocido en el Salón de Mayo de 1949, un año después exponía en una colectiva de la Galerie Maeght dedicada a artistas emergentes. Aimé Maeght lo fichó para incluirlo en su potente nómina junto a Chagall, Miró, Calder o Giacometti.

Crisis creativa

Una crisis creativa le hizo regresar al País Vasco en 1951. Se reencontró con sus raíces y descubrió el hierro. Ya se había casado con Pilar Belzunce, con quien tuvo ocho hijos. El retorno propició el hallazgo de su lenguaje más personal. Ilarik fue su primera escultura abstracta, en la que reinterpreta las estelas funerarias vascas. Sus obras posteriores, inspiradas en la naturaleza, la música y el universo, parten de una inquietud filosófica. Con las puertas para la Basílica de Aránzazu se inició en la obra pública en 1954. Sus más de 40 piezas para espacios públicos aluden a valores universales como la tolerancia o la libertad.

Se tenía a sí mismo por «un especialista en preguntas». Y no solo en sus obras ensayaba respuestas. «No hay nada que haya hecho más por la cultura que el deseo de saber del que no sabe», escribió un creador tan genial como dubitativo. «Mi vida ha consistido en hacer siempre lo que no sé hacer, porque lo que sé hacer ya lo he hecho, de modo que toda mi vida pasa por los verbos buscar, dudar y preguntar», decía en 1998, cuando el centro Reina Sofía presentó la muestra que recorría toda su carrera. «Tengo las manos de ayer, me faltan las de mañana», repetía.

Gran lector, tuvo en la poesía uno de sus faros y buscó la hermandad de grandes poetas y narradores como San Juan de la Cruz, José Ángel Valente, Neruda, Goethe y Edmond Jabés para componer sus poemas tridimensionales.

En septiembre del 2000 se inauguró Chillida Leku [el lugar de Chillida], un parque de 12 hectáreas en torno al caserío de Zabalaga, joya del siglo XVI que Chillida compró en 1983 y salvó de la ruina. Elegido por el artista para perpetuar su legado y mostrar su obra en diálogo con la naturaleza, su azarosa historia, con crisis y desencuentros entre la familia y el Gobierno vasco, llevó a su cierre en el 2010.

Reapertura del Chillida Leku

Reabierto en el 2019, lo gestiona hoy la poderosa galería suiza Hauser & Wirth, gigante del negocio del arte que comandan Manuela Hauser e Iwan Wirth. La pareja más influyente del mercado mundial del arte, según la revista Art Review, se hizo en exclusiva con la administración de la Sucesión Chillida y la gestión de Chillida Leku. Allí reposan los restos del escultor fallecido con 78 años en su casa del Monte Igueldo de San Sebastián, derrotado por el alzhéimer y sin poder culminar uno de sus más grandes (y polémicos) proyectos: un gran monumento a la tolerancia en el corazón de la montaña Tindaya en Fuerteventura.

Hacer vanguardia desde lo más ancestral

El magisterio de Eduardo Chillida, cimentado en su capacidad de hacer vanguardia de lo más ancestral, se reconoció desde los años sesenta. Su primera gran retrospectiva la ofreció el Museo de Bellas Artes de Houston en 1966 y a finales de los setenta se consagró como uno de los escultores más importantes del siglo XX. En 1980 expuso en el Guggenheim de Nueva York, en el Palacio de Cristal de Madrid y, por primera vez en el País Vasco, en el Museo de Bellas Artes de Bilbao. El Reina Sofía acogió su mayor retrospectiva en 1998. El Guggenheim de Bilbao lo hizo en 1999, el Jeu de Paume de París en el 2001, el Hermitage de San Petersburgo en el 2003, el japonés Mie Prefectural Art Museum de Tsu-Shi en el 2006, el Graphikmuseum Pablo Picasso de Münster en el 2012 y el Rijksmuseum de Ámsterdam en el 2018. El Gran Premio de Escultura de la Bienal de Venecia y el de la Fundación Graham de Chicago abrían en 1958 un palmarés al que se sumaron galardones como el Kandinsky (1960), el Wilhelm Lehmbruck (1966), el Kaissering (1985), el Príncipe de Asturias de las Artes (1987) o el Praemium Imperiale de Japón (1991). Chillida era miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando desde 1989.