Virxilio Viéitez, el fotógrafo de pueblo que corrigió al maestro Cartier-Bresson
CULTURA
Madrid acoge las imágenes del autodidacta, un hombre sencillo que retrató a gentes sencillas
29 ago 2022 . Actualizado a las 05:00 h.Se puede ser universal desde lo más local. Ser un fotógrafo de pueblo, de bodas, bautizos y funerales, como el pontevedrés Virxilio Viéitez (Soutelo de Montes, 1930-2008), y seducir y corregir a uno de los grandes genios del oficio como Henri Cartier-Bresson. «Sé de tu pueblo y serás de tu región, de tu país y del mundo», pedía Unamuno, y es lo que hizo el talento autodidacta de Viéitez. Las sencillas y conmovedoras imágenes de la Galicia humilde en las que Viéitez congeló una época pueden verse ahora en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
Viéitez hizo de las calles y los prados su estudio, retratando a sus paisanos, a menudo por encargo, en huertos, brañas, cementerios, patios, plazuelas o cruces de carretera. En fiestas, comuniones o velatorios. «En estos escenarios realizó sus mejores imágenes de luto y celebración, sencillas y despojadas, de una pureza inmaculada, como un certificado de la vida y la muerte de sus paisanos», escribe Publio López Mondéjar, historiador de la fotografía y académico de Bellas Artes. Unas fotos que, ante su propio asombro, le otorgaron celebridad internacional cuando su hija Keta, también fotógrafa, las difundió en 1997. Positivadas por ella en gran formato, y casi todas tomadas en su pueblo natal, conforman la muestra Virxilio Viéitez: El tiempo detenido, en cartel hasta el 11 de diciembre.
Desde la Galicia recóndita que retrató, Viéitez mantuvo relación con Cartier-Bresson. Conoció al maestro francés en un encuentro fotográfico en Salamanca. Viéitez no sabía entonces quién era, pero charló con él y se hicieron amigos. La complicidad que establecieron pudo deberse a la espontaneidad y la sinceridad del gallego, según su hija, que habla de «amor a primera vista». «Creo que Cartier-Bresson sentía que mi padre le trataba con naturalidad, sin el filtro que todos los demás ponían ante él», asegura Keta Viéitez. Tal era la confianza entre ambos que el gallego se atrevió a decirle al padre del instante decisivo que hacía «fotos desenfocadas y sin luz».
No en vano, para Viéitez «la nitidez era lo más importante», recuerda su hija. Fueron grandes amigos. Tanto que Cartier-Bresson, incluyó una de las fotos del gallego en su libro Mis fotos favoritas y en una exposición en Francia. Una imagen presente en la muestra en la que aparecen una mujer y un niño con un perro ante un cochazo, quizá el de un emigrante retornado que quiere mostrar su éxito.
Sin conocer a su padre, Viéitez creció en una aldea rodeado de mujeres y entre aperos de labranza. Se buscó la vida desde la infancia. Sin visitar apenas la escuela, aprendió a leer y escribir por su cuenta. Ese afán autodidacta condujo su vida. Con 16 años trabajó como albañil en la ampliación del Aeropuerto de Santiago. Pero como tantos de sus paisanos, optó por emigrar. Probó suerte en Vigo y en el Pirineo Aragonés, donde trabajó, con 18 años, en la construcción de los teleféricos de Panticosa.
En Cataluña fue ayudante en un estudio fotográfico en Palamós. Cuando supo manejar la cámara y vio que podía ser su medio de vida, dejó la obra y se hizo fotógrafo callejero. Recorrió la Costa Brava durante siete años retratando a los primeros turistas ávidos de sol y playa. Pudo ahorrar, ya que a menudo le pagaban en dólares, libras o marcos y recibía sustanciosas propinas.
Regreso a Galicia para establecerse como retratista
Afianzado en el oficio, Virxilio Viéitez regresó a su tierra gallega para establecerse como retratista y notario de su entorno. Trabajó con una Kodak de cajón y gran formato. «Le encantaba estar con la gente, era muy conversador, y de ahí surgían muchos de sus trabajos», explica su hija Keta. «Durante más de veinte años, sin la más mínima pretenciosidad, solo con la fuerza de su instinto, la delicadeza de su mirada y un profundo dominio de su oficio, fue construyendo una obra honesta y coherente que conmemora la vida pública y privada de Terra de Montes», concluye Mondéjar. Enrica Viganó, comisaria de su reveladora primera muestra en la Fundación Telefónica hace una década, compara sus fotos «intensas, nítidas y potentes» con las de gigantes como August Sander, Ortiz Echagüe o Malick Sidibé.
Entre 1953 y 1980 Viéitez realizó más de 50.000 instantáneas. Sus negativos estuvieron arrumbados en la casa familiar —«incluso en la cesta de los gatos»— hasta que su hija le hizo comprender su valor. De ser un desconocido fuera de su tierra pasó a ser valorado y admirado en Europa y a formar parte de las colecciones de grandes museos. Estaba «asqueado de la fotografía, cabreado y aburrido, pero al ver que los expertos apreciaban su obra recuperó cierta ilusión por el oficio», contó su hija.
La Academia de Bellas Artes expone además documentos de la colección de Pedro Melero y Marisa Llorente, revistas y álbumes dedicados en exclusiva al trabajo de Viéitez. Un código QR da acceso al documental La voz de la imagen. Maestros de la fotografía española, de José Luis López Linares, en el que aparece Viéitez y accesible en Youtube.