
Noah Baumbach presenta en Venecia una adaptación de una de las pesadillescas novelas del gran Don DeLillo. Y Lars von Trier retoma «Kingdom Hospital», la serie de terror que comenzó en Dinamarca en 1994
01 sep 2022 . Actualizado a las 14:10 h.Hay tradición de que la película inaugural de la Mostra vaya luego catapultada a las finales de los Óscar. No sé si White Noise, la caústica y formidable adaptación de la novela de Don DeLillo que ha presentado aquí Noah Baumbach, será demasiado marciana para tal menester. O un tanto indigesta en su demolición del sueño americano hasta desenraizarlo de toda esperanza.
El filme se ambienta en la Norteamérica de la primera crisis del petróleo. La inflación se disparaba y la crisis del Watergate removía los cimientos del sistema. Tal y como entonces, hoy aterra la economía y Estados Unidos sale de la pesadilla de un Capitolio asaltado por bárbaros comandados por un presidente con furia por retornar al lugar del crimen. Por eso White Noise se entronca plenamente en el zeitgeist.
Ante aquella primera crisis de los 70, la industria del cine reaccionó inventándose un género tan exitoso como efímero, el de catástrofes, en el cual los símbolos del progreso -un trasatlántico, un Concorde o un rascacielos titánico- se desmoronaban.
El epicentro de White Noise lo ocupa una situación similar: una nube tóxica que amenaza el modo de vida americano. Es verdad que es solo el núcleo de la acción pero en torno a él -y a los apuros de Adam Driver, Greta Gerwig y su prole por sobrevivir- se construye esta visión de una sociedad entendida como frágil y pesadillesca farsa.
Sucede siempre con las adaptaciones de DeLillo -piensen en la Cosmópolis de Cronenberg- que la plasmación de sus universos lisérgicos parecen irse desmigajando en retazos de irrealidad en la pantalla. De eso se trata. La forma narrativa por la que opta Baumbach -esas abruptas elipsis que brincan en un fundido desde el fin del mundo a la tarde de compra familiar en un supermercado rosa- es sabia porque asume la esencia de la materia que maneja. Esto es, una feroz crítica a una sociedad del consumo rampante, desde luego. Pero no como drama social sino como emanación, vapeo alucinógeno, viaje por los estados alterados de la mente.
No es casual que las primeras señales de alarma en nuestra familia nazcan del consumo por parte de la madre -Greta Gerwig- de unas pastillas clandestinas que ningún laboratorio conoce, que ella esconde en un fondo de maleta y que le provocan amnesias temporales o sibilinas idas de olla. Este guiño iniciático toxicómano -puro DeLillo- es la llave para que White Noise se abra como puerta de paso hacia delirios como que Adam Driver ponga de moda a Hitler en sus clases. O que su colega de cátedra -Don Cheadle- quiera establecer un juego de vidas paralelas entre el Führer y Elvis Presley.
Por cierto que Cheadle es también el maestro de ceremonias que nos introduce en esta América salvaje con un desarrollo filosófico desopilante, según el cual los accidentes de vehículos de motor se celebran en los Estados Unidos como un motivo de fiesta, como una épica del espíritu nacional.
Así, White Noise se eleva como una antipastoral norteamericana. La mordacidad de Noah Baumbach al vehicular ideas verdaderamente bizarras a lomos de una familia (solo en apariencia) mainstream hace que esa sensación de irrealidad bárbara fluya en un crescendo que incluye a un médico -Lars Eidinger- que obtiene favores sexuales a cambio de esas pastillas tan hitchcockianas, o a una enfermera atea con el rostro de bruja de Barbara Sukowa. Ambos, por cierto, tan germánicos como la fascinación insana del profe Adam Driver por Hitler.
Y la coreografía -ya con los créditos finales- de terror en el hipermercado te termina de aclarar que todo cabe en la trepidación de White Noise: desde el encanto de un bote de mantequilla de cacahuete hasta la Norteamérica de las praderas de los niños del maíz colapsada por la invasión zombi de los autos locos.
Lars von Trier y el hospital maldito
Tras las malas noticias sobre el estado de salud del indomeñable, jupiterino, bocazas y -casi siempre grandioso- Lars Von Trier, el estreno en esta Mostra de su retorno con una inesperada nueva temporada de la serie Kingdom Hospital, que creó nada menos que en 1994 en Dinamarca, era cita imperdonable para quienes saborearon aquella experiencia de horror atmosférico tan peculiar como indeleble que Von Trier dirigió cuando aún no había tenido sus dos actuaciones más sobresalientes en Cannes: cuando ganó la Palma de Oro por Dancing in the Dark y en el momento en el cual fue expulsado del festival, en el 2011, cuando se le fue de las manos lo que quería ser una broma sobre el nazismo y fue un encarnizado tiro en su popio pie. Porque, ese año, competía con la obra maestra absoluta Melancholia, con todas las opciones para premio. Y tras la performance se fue, claro, de vacío y antes de tiempo desterrado del paraíso.
Kingdom Hospital fue una producción televisiva absolutamente insólita en el tiempo de su gestación. En ese 1994, Von Trier se inventó un hospital habitado por las fuerzas del mal. La fuerza atmosférica de aquella capilla Sixtina del terror conoció una segunda temporada en 1997. En nuestro país no tuvo mucha difusión -ninguna cadena de televisión apostó por estrenar ese teatro macabro- y solo se conoció por su edición en DVD. En el 2004, Von Trier decidió hacer caja y vendió los derechos para un remake norteamericano muy digno, pero sin esa autenticidad del espanto luterano del original.
Esta nueva apertura del hospital de Von Trier abunda en las virtudes de la casa. Y -aunque puede seguirse de modo independiente- es conveniente ir enseñado porque la mayoría de los personajes de aquellas dos temporadas de vorágine danesa repiten en esta resurrección, con algún fichaje estelar como el de Alexander Skaargard, tan bien pagado en Hollywood
Como decíamos ayer, en el Kingdom Hospital de Von Trier la vida se lleva muy malamente. La idea del Mal como presencia inmanente -pienso en El resplandor como inspiración indudable- se retroalimenta de recuerdos y de claroscuros del pasado pero la nueva entrega no vive de rentas.
Su guion y su puesta en escena de las abominaciones sigue siendo (casi) irrepetible. Digo esto porque siempre he pensado que el colosal Ryan Murphy logró alcanzar las cotas de Von Trier en su segunda temporada de American Horror Story, titulada Asylum.
En Venecia hemos visto cinco episodios del revival hospitalario danés. Hay buenas noticias. En España se podrá ver la serie al completo en Filmin, y en noviembre, la nueva temporada estrenada aquí. Y antes, la plataforma programará las ya antológicas temporadas de la serie filmadas por Von Trier con sabia insania en los noventa. Pues eso, prepárense para el médico a palos.
Un pillo llamado Mark Cousins
También nos han pasado una obra de montaje del sospechoso habitual Mark Cousins. Este irlandés, pseudo-historiador del cine, alcanzó en su día cierto poco comprensible prestigio con una Historia Universal del Cine documental que presentó en el 2011. Tras vivir del cuento a base de rendir tributos a nombres tan inatacables como Orson Welles, el pasado año presentó en Cannes una remozada Nueva Historia del Cine, que ya no aguantó ni el proyeccionista.
En esta Mostra ha aterrizado con La Marcha sobre Roma, un documental de montaje oportunista con motivo del centenario de aquella maniobra célebre que llevo a Mussolini a tomar el poder de modo fulminante. Y con guiños a la campaña electoral que mantiene este mes a Italia electrizada.
Hay algunos materiales de un filme original de 1922 que recoge imágenes de aquel desfile de camisas negras y que posee indudable interés. Pero las ideas que maneja Cousins, su infinita torpeza a la hora de hilvanar un discurso histórico o político, son exasperantes. Y ya, como tomando carrerilla, mete en el mismo cesto de la marcha mussoliniana todos los desastres totalitarios que se le ocurren. Y llega hasta incluir una secuencia de la toma del Capitolio en el 2021. ¿Por qué, Cousins? Acabo más rápido si me permito un irrelevante spoiler y les cuento que la función termina con la actriz Alba Rohrwacher entonando el Bella Ciao. Pues eso, todo muy sutil.