«Blonde»: más luces que sombras en el tormento vital de Marilyn Monroe filmado por Andrew Dominik

José Luis Losa VENECIA

CULTURA

ETTORE FERRARI | EFE

Ana de Armas asume la fragilidad infinita de la actriz, en una de las más esperadas películas dela temporada

10 sep 2022 . Actualizado a las 22:26 h.

Conservo un recuerdo lejano pero intensísimo de la lectura de Blonde, la novela en la que Joyce Carol Oates navegó por las borrascas de la atormentada mente de Marilyn Monroe. El texto de Oates tenía algo de relato hacia el interior. Y mucho de la gran experiencia de la escritora norteamericana en el sondeo de las zonas más atormentadas de la mente humana. Trataba mucho más de las experiencias traumáticas que constriñeron hasta la destrucción la existencia de Norma Jeane Baker que de los detalles de su carrera o su vida en Hollywood, aunque las casi mil páginas torrenciales del libro daban para una opera summa.

La película de Andrew Dominik vivió un proceloso camino. Comenzó a rodarse en el 2019. Y tras la pandemia, Netflix ?dueña del proyecto- quiso que fuesen eliminadas del montaje final algunas secuencias de desnudos de la cubana Ana de Armas, esa excepcional Marilyn de Dominik, que la plataforma consideraba escabrosas y que podían ocasionarle una calificación por edades no rentable. Triste sino el de Marilyn. Han pasado 60 años de su muerte y los mercaderes siguen tratándola como a carne de la que extraer pasta gansa. Finalmente, el filme compite por el León de Oro en esta Mostra, con categoría de una de las grandes primicias de la temporada cinematográfica. Y se estrenará en Netflix el día 28 de este mes. Nunca sabremos si el director tuvo que dejarse muchos pelos en la gatera en ese pulso con la plataforma.

No estoy seguro de que la interesante película de Dominik esté a la altura de su base literaria. El monólogo interior de la actriz como base de su suplicio está acompañado por un montaje muy personal, un trabajo convulso que sí se compadece con el tormento vital que pesó tanto en la existencia de Marilyn que terminó por aplastarla. Y su narración es (muchas veces) intencionadamente inaprensible. Se construye sobre una concentración en dos ideas-fuerza: la del trauma por el padre que nunca conoció, y al que buscó toda su vida. Y la de la maternidad prohibida.

La primera de ellas aparece muy subrayada en las relaciones con algunos de los hombres primordiales en su vida, en los que buscaba la figura paterna y protectora. Un Joe Di Maggio que la maltrataba físicamente ?aunque, ya separados, mantuviesen una afectividad estrecha- y un Arthur Miller que nunca supo poner en valor la profundidad intelectual de aquella mujer donde todas las miradas devoraban lo superficial. Hay un tercer hombre. Clark Gable, esencial en los últimos meses de Monroe, durante el rodaje de aquel panteón tanático irrepetible, The Misfits, de John Huston, que aquí titularon zalameramente Vidas rebeldes.

Por eso no comprendo la exclusión en Blonde de imágenes del rodaje ficcionado de este filme de Huston y de cómo ella se refugió en Clark Gable. Un material tan relevante en la última parte de la novela de Joyce Carol Oates. Puede ser una cuestión de derechos de imagen innegociables. Pero su ausencia fractura el tramo final del filme. Y parece precipitarlo en esa indagación del padre (qué otra cosa fue para ella Gable) central toda la película hasta caer en el innecesario subrayado Andrew Dominik introduce en su guion el rodaje de solo algunas de las películas de la carrera de Monroe: en la primera de ellas, Eva al desnudo, desempeña ya una composición digital que le permite que Ana de Armas se introduzca en el lugar de Marilyn en la secuencia original del filme de Mankiewicz junto a George Sanders. Eso lo hará después en Los caballeros las prefieren rubias y en Con faldas y a lo loco, en la cual vemos a Ana de Armas en el coche-cama del tren junto a Tony Curtis. Es un acierto que transmite una sensación onírica, esa irrealidad que hace que Ana de Armas parezca habitar dentro y fuera de la acción. Como personaje que dialoga y como narrador externo.

CLAUDIO ONORATI | EFE

La otra columna central de Blonde es la del ansia de maternidad, unas veces fallida naturalmente. Y otras impedida por abortos que -en el momento en el cual Marilyn se relacionó con Kennedy- se encadenan en la historia como violentamente forzados por hombres del Gobierno. Y aquí surge la peor decisión de Andrew Dominik. Tan grave en su dudosa moralidad que es casi invalidante. Las imágenes del feto que (literalmente) habla con la actriz para reprocharle la interrupción del embarazo es -mucho más grave que un soberbio ridículo- una inconsciencia o algo peor, mucho más si pensamos en la situación que vive la legislación en los Estados Unidos.

Ese viaje de Marilyn Monroe al fondo de su mente en Blonde es un viaje desigual. En muchos momentos siento que me están envolviendo y atrapando emocionalmente en una elegía de la fragilidad a la cual Ana de Armas aporta unos registros interpretativos colosales, que parecen saber llegar a las raíces del trauma en cada gesto o mirada. Otros, como en la secuencia de sexo con Kennedy, semejan extraídos de otra película -bien zafia- en su torpísima resolución.

Salgo de Blonde, en cualquier caso, sintiendo que -con errores de bulto y logros innegables- he asistido a una exploración del dolor de una mujer cuyo calado en el inconsciente colectivo solamente pudimos llegar a entender cuando llevaba tiempo muerta. Porque, además de su arte, su vida fue una sucesión de utilizaciones -por sus parejas, por la industria de Hollywood como máquina trituradora de seres humano, por el poder absoluto de la Casa Blanca- que la elevan a mito. Fíjense que en julio estrenaron un filme sobre otro icono del siglo XX americano.

Elvis. Y aquello pareció del todo irrelevante, cuando ahora llega Blonde y todos los focos del show-business mundial giran hacia el Lido. Me permito una recomendación final: existe sobre la actriz otro texto -una non fiction novelada- titulado Últimas sesiones con Marilyn, de Michel Schneider. Es un texto fastuoso, con uno de sus psiquiatras, Ralph Greenson, que sale de esa relación de décadas con ella perdidamente enamorado, en una transferencia con aires de tragedia. Creo que supera aún en calado y en alcances al de Joyce Carol Oates. Lo editó Alfaguara en el 2008 y aún pueden encontrarlo y perderse en él.