James Salter, «el arte de decir poco y transmitir mucho»

H. J. P. REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

James Salter (Passaic, Nueva Jersey, 1925-Sag Harbor, Long Island, Nueva York, 2015). A la derecha, portada de la edición española de sus «Cuentos completos».
James Salter (Passaic, Nueva Jersey, 1925-Sag Harbor, Long Island, Nueva York, 2015). A la derecha, portada de la edición española de sus «Cuentos completos».

La editorial Salamandra publica los «Cuentos completos» del narrador estadounidense con un breve pero magnífico prólogo de John Banville. El volumen agrupa los libros «Anochecer» y «La última noche» e incluye un relato inédito: «Carisma»

17 abr 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Afirma John Banville en su breve prólogo a la edición del sello Salamandra de los Cuentos completos de James Salter (Passaic, Nueva Jersey, 1925-Sag Harbor, Long Island, Nueva York, 2015), volumen que llegó el jueves 13 de abril a las librerías, que en el tramo corto el autor estadounidense «demuestra ser un magistral cronista de la vida cotidiana», un ejemplo en «el arte de decir poco y transmitir mucho», y que «consigue una y otra vez lo que John Updike definió como la tarea del escritor: ‘‘Descubrir la belleza en lo ordinario’’». Salter, incide el narrador irlandés, «muestra lo ordinario como lo que realmente es: lo verdaderamente maravilloso». Banville sitúa a Salter en el olimpo de Flaubert, Chéjov y Joyce, entre los mejores, aquellos, dice, que han tenido éxito en la tarea más difícil de la literatura: «Representar una realidad común y corriente», aquellos que «no escriben sobre la realidad» sino que su obra «es la realidad en sí misma». Inmerso en ella, el lector olvida que está «ante una versión muy elaborada y mediatizada del mundo» porque se enfrenta a escenas que le llegan «con la fuerza de una vida realmente vivida, inmediata, tangible, prosaica y sublime a la vez».

Algunas claves avanzaba el propio Salter en El arte de la ficción (Salamandra, 2018), que compilaba tres conferencias que, apenas unos meses antes de su fallecimiento, impartió en la Universidad de Virginia. Recordaba que los escritores que prefería eran «los que son capaces de observar muy de cerca». Porque, añadía, «los detalles son todo». Es más, decía que escribir no podía ser sentarse tras un biombo y anotar las conversaciones ajenas: «Hay que ir rascando y escarbando hasta encontrar entre los descartes unos pocos objetos de valor». Le gustaba, incidía, frotar las palabras como si las tuviera en una mano cerrada, «sentirlas dar vuelta, chocar, y después elegir nada más que las mejores». Eso sí, terminaba advirtiendo contra el peligro de dejarse caer en la tentación de «lo almibarado».

Salter también elogia el aprendizaje que halló en la lectura y la importancia que esta tuvo en su vida: «Nunca he llegado a tener afinidad ni a sentirme realmente cómodo con personas que no leen o que nunca han leído. Para mí, es un requisito esencial. De lo contrario, echo en falta algo, amplitud de miras, noción de la historia, una sintonía compartida. Los libros son contraseñas», proclama.