Michael Dudok de Wit, ilustrador y cineasta: «En los festivales de animación interesa el trabajo, no los egos»
CULTURA
Ganador de un Óscar por el cortometraje «Padre e hija», apadrina Imaxinaria
13 may 2023 . Actualizado a las 05:00 h.En un corto de ocho minutos, sin diálogos, resumió la vida de una mujer que anhela el regreso de su progenitor. Por ese Padre e hija recibió en el 2000 el Óscar al mejor cortometraje de animación. Más adelante, los estudios japoneses Ghibli, referente mundial en cine de animación, lo convirtieron en el primer extranjero que rodaba para la compañía tokiota. El resultado fue La tortuga roja, primer largometraje de Michael Dudok de Wit (Abcoude, Países Bajos, 1953). En medio, trabajó para Disney un tiempo: «Tenía la posibilidad de colaborar con ellos, quería aprender y estaba bien pagado. Los compañeros eran muy buenos dibujantes y yo no tenía ese talento…». Lo dice quien ha sido premiado en Cannes o en Bélgica y que gusta de los días nublados, de los «colores tenues, no saturados», porque, «cuando una película tiene mucho color, parece que tiene mucho azúcar». Esto decía ayer mientras tomaba un capuchino bajo el cielo gris de A Coruña, donde apadrina el Festival Internacional de Animación Imaxinaria. Este sábado, a las 17.30 horas, en la sede de Afundación, organizadora del evento que dirigen Matilde Rodríguez y Alberto Vázquez, Dudok hablará de la que considera su tarea, de lo que ha aprendido y sobre todo de creatividad.
—¿Qué le parece Imaxinaria?
—Se nota que al que creó este festival le gusta la animación. Eso es muy importante: Alberto [Vázquez] entiende la mente de los animadores, sabe ponerse en su lugar… y eso que es un grupo extraño [risas]. Son muy creativos, ya lo noté en mi primer festival en Francia. Son todos muy trabajadores y no se centran en estar compitiendo ni en quién tiene más ego, sino en las películas. En los festivales de animación se centran más en el trabajo que en el glamur, más en la película en sí que en si ellos están guapos. Hay esa honestidad en toda la industria de la animación.
—¿Por qué se hizo dibujante?
—Dibujé mucho de pequeño, en la mesa de la cocina [y después había que limpiarla para poder comer], en la escuela, en todos lados. No tenía televisión. La pasión de mi hermano eran los cómics. Soy el segundo de cuatro hermanos. A todos nos gustaban mucho los cómics y dibujar. La ilustración estaba muy presente en la familia. La mayor influencia fue la de Tintín.
—¿Qué supuso «La tortura roja», su primer largometraje?
—Para personas como yo, que somos animadores independientes, hacer algo así es imposible, muy grande. Necesitas muchos años de investigación, dinero, buena producción, compañías fuertes, grandes… A mis amigos y a mí nos gustan más los cortometrajes, porque nos parecen más poéticos, más íntimos. Un día me contactaron para hacer este largometraje. Dije: «Estoy preparado, vamos a hacerlo». Eran los famosos estudios Ghibli, número uno en el mundo. Para los americanos o para Disney no es muy llamativo, pero para mí era impresionante.
—Es un tema universal, el de un náufrago en una isla, pero ¿por qué una tortuga roja?
—La tortuga tiene que ser diferente, tiene que ser como un shock, tiene que llamar la atención. También pensé en la tortuga negra, que habría sido increíble.
—Y se transforma en mujer...
—Es algo intuitivo, no tiene ninguna lógica detrás. Buscaba la sorpresa. Hay algo mágico detrás de las tortugas marinas. No son dulces, no son bonitas. Duran mucho tiempo. Son solitarias, pero muy amigables y muy buenas.
—¿Le interesa la soledad?
—Mucho. Me gusta estar solo durante un tiempo, pero también me encanta trabajar con personas [risas]. Quería mostrar cómo se siente uno al estar solo cuando estás en una isla. Los demás nos dicen cómo somos o cómo tenemos que ser, y eso en una isla no pasa. Nadie te puede decir nada.
Tocando el piano descubrió «la unión entre crear películas y crear música»
Los productores del filme La tortuga roja sostienen que es «una obra maestra del cine de animación». Se proyectará este sábado, a las 19.30 horas, tras la clase magistral de su director, guionista e ilustrador. Viendo pasear a Michael Dudok de Wit por las calles coruñesas pocos lo situarían como esa referencia que es para muchos aficionados. Al entrar en una cafetería para la entrevista se fijó, musitando el texto, en «menú del día», quizá evocando la temporada que pasó en Barcelona, donde iba a comer a un local de barrio. Confiesa una conexión especial con el festival Imaxinaria, aunque es la primera vez que está en Galicia, porque le gusta mucho «España, la lengua, el país... Todo».
Sorprendido ante la pregunta de si toca el piano, comenta: «Cuando trabajo tanto tiempo solo para una película, es importante para mí sentarme al piano y ser creativo en ese momento. Descubrí esa unión entre crear películas y crear música, hay ese parecido, las dos son formas técnicas e intuitivas en la manera de crear». Ama el jazz y el blues.
En cuanto a la vinculación que mantiene con la cultura japonesa, explica: «Cuando era adolescente estaba muy conectado con ese universo. Los espacios vacíos, que en inglés se llaman espacios negativos; allí tienen eso culturizado. Es la belleza de la simplicidad. Los japoneses también adoran la naturaleza; su religión tiene como ese lado animista. Les encantan las estaciones, el viento, la lluvia. Reconozco la belleza en toda esa naturaleza», evocaba mientras empezaba a lloviznar.