Crítica de «Indiana Jones y el dial del destino»: Fortuna y gloria, doctor Jones

miguel anxo fernández

CULTURA

Spielberg pone fin a la mítica saga con una última entrega que reivindica el cine popular con guiños al inicio de la historia

28 jun 2023 . Actualizado a las 20:10 h.

Indiana Jones es un icono pop desde que en 1981 Steven Spielberg y su amigo George Lucas trazaron la seminal hoja de ruta al personaje con En busca del arca perdida, construyendo una franquicia sólida a la que Indiana Jones y el dial del destino pone feliz colofón con ambos tutelando, Harrison Ford aceptando el paso del tiempo y James Mangold ejerciendo de director fiel al artesanado que consolidó el mejor entertaiment de Hollywood. Como no podía ser de otra manera, el pleno es total, aunque, como bien decía Harry Callahan (léase Clint Eastwood) en La lista negra (1988), «las opiniones son como los culos, todo el mundo tiene uno», de ahí algún sector de la crítica empeñada en sacar broza en donde solo hay voluntad de espectáculo, que al cabo nadie entre quienes participaron en el proyecto deseaban hacer valer aquel diálogo de «una vez vi una película de Rohmer y era como estar mirando crecer a una planta», que se escucha en La noche se mueve (Arthur Penn, 1975).

Que finalmente los exhibidores se forren vendiendo palomitas y bebidas carbonatadas no deja de ser una opción libre de los espectadores. En el ADN estadounidense está impresa a fuego la exigencia de diversión, y Spielberg siempre tuvo muy clara la condición de su criatura. Que Cannes haya acogido su estreno mundial con la coartada de una Palma de Oro honorífica para Ford es un reconocimiento al personaje y a lo que este cine representó para reivindicar el cine popular, el de pantalla grande ante cientos de butacas en una sala oscura. La despedida guarda mucha relación con el origen de la saga, por temática y hasta en el tono. En aquella era el Arca de la Alianza, aquí es el Dial de Arquímedes, ambos objetos necesarios para el Reich y sus delirios de grandeza. Allí eran los tiempos de la Segunda Guerra Mundial y aquí regresan a ellos en su primera mitad, recurriendo al lícito (y costoso) rejuvenecimiento de Indy para incorporarnos después a 1969 con nuestro arqueólogo jubilándose en las aulas y espoleado por su ahijada, que le requiere para abortar la conspiración de un exjerarca nazi, ahora empleado por la NASA, que ya sabemos cómo Norteamérica miró hacia otro lado para blanquear a científicos fugados de la represión aliada, tribunal de Núremberg incluido.

En cuanto al tono, mantiene el de toda la serie. Las secuencias trepidantes parecen cortadas por el mismo patrón rítmico, a punto de la taquicardia, aunque sea evidente que ahora el montaje es más acelerado de como lo era en las anteriores entregas, puede que a causa de la doctrina Greengrass y sus aportes desde el 2004 con su saga del agente Bourne con Matt Damon. La evolución del CGI (o, si se prefiere, de la Industrial Light & Magic de Lucas) se podrá analizar en el futuro a través del casi medio siglo de esta franquicia. Aquí no podía ser menos (buscar reproches a su calidad visual es puro oportunismo crítico). La muestra es una secuencia delirante ambientada en el mítico desfile de lo tres astronautas que pisaron la Luna, con Indy a caballo desbocado por la Quinta Avenida. Y alguna persecución más. El doctor Jones se confiesa envejecido, con problemas en la columna, placas en una rodilla, tornillos en la otra. En fin, que cualquier tiempo pasado fue mejor y es hora de retirarse... con Karen Allen. Hasta siempre, doctor Jones, nos vemos en el recuerdo. Y parafraseando aquel diálogo de Indiana Jones y el templo maldito (1984): «Fortuna y gloria».