El gallego Oliver Laxe toca el cielo al ganar el Premio del Jurado de Cannes

José Luis Losa CANNES / E. LA VOZ

SOCIEDAD

El cineasta gallego Oliver Laxe con el Premio del Jurado del Festival de Cannes
El cineasta gallego Oliver Laxe con el Premio del Jurado del Festival de Cannes Benoit Tessier | REUTERS

Antes de él, solo Buñuel, Saura, Erice y Almodóvar en toda la historia el cine español habían visto galardonadas sus películas en Cannes

25 may 2025 . Actualizado a las 11:42 h.

 Oliver Laxe ha dado esta noche en el Festival de Cannes un paso de titán dentro del panorama del cine internacional. El Premio del Jurado presidido por Juliette Binoche a su abrumador viaje por el estremecimiento y la piedad titulado Sirât lo sitúa en la posición de los autores cuyo genio queda ya acrisolado al entrar a formar parte del corazón de la Croisette, que es como decir el pálpito mundial del cine sensible. Para aportar una dimensión de la relevancia de este reconocimiento, basta con reflexionar con que solo cuatro directores en toda la historia del español habían logrado ver su película premiada en la sección oficial del festival de Cannes. Sus nombres —reverenciados— son Luis Buñuel, Carlos Saura, Víctor Érice y Pedro Almodóvar. Y de ellos, solo el manchego lo ha obtenido en el siglo presente.

Los años de alejamiento de Cannes con respecto al cine que se hacía en España ven esa brecha cicatrizada ahora con vibrante hilo de oro y de arena del desierto. Por ese camino más estrecho que la hebra de un cabello y más afilado que una espada —el mismo que siguen los agonistas de Sirât en su camino por el dolor, el caos y la posibilidad de una redención— es por el que ha discurrido a lo largo estos doce días en la Croisette Oliver Laxe.

El impacto —lo que describimos como estado de shock emocional»— respirado en la proyección oficial de Sirât del pasado 15 de mayo debía aún pasar una prueba de fuego: la capacidad de mantenerse sostenido durante esas jornadas del festival, donde tantas otras películas nacen después para tratar de acallar todo lo anterior. Los ecos de esa emoción expansiva se han demostrado perennes, inmanentes. Oliver Laxe ha soportado esa espuma de los días que en Cannes te puede llegar a hundir. Y esa competencia en la línea de flotación con el mejor del cine que se hace en el mundo ha demostrado que su cine del quebrantamiento seco es insumergible. Y este triunfo mayúsculo suyo es también el de aquel joven Laxe que llegó hace quince años a Cannes y encontró acogida con su primer largo, Todos vós sodes capitáns. En ese otro viaje personal —entre tanto, en Galicia han surgido ya no una, dos generaciones de cineastas que ilusionan— retorna Oliver a esa Ítaca que para él es, sin duda, la Croisette. Como homérico es su triunfo. Sirât comparte este Premio del Jurado en un ex aequo con la excepcional película alemana Sound of Falling, de la debutante Mascha Schilinski.

Sirât, la película con la que le ha movido el piso a las estructuras cannoises sobre cualquier expectativa previa, arranca de una pérdida. La de una hija desaparecida. Y una tenaz búsqueda a cargo de su padre (Sergi López) y su hermano (Bruno Núñez Arjona) en una rave de las montañas de desierto de Marruecos. Lo que a esto prosigue es una ruta rumbo a Mauritania, mientras vamos conociendo detalles difusos de un conflicto armado internacional. Ese ruido de fondo acompaña la marcha por ese puente (sirât) que separa el cielo del infierno. Y ahí la escritura narrativa de Laxe y su habitual Santiago Fillol introduce uno de esos turning point que sabes que se te quedará grabada en la retina, en el disco duro de las imágenes de la perturbación. Sobre ese punto de giro, en ese mar de arena y desolación, surgen secuencias para lo memorable. Unas fosas en la arena que Sergi López cava como en un filme de Ford. Un poema sobre la piedad. Una sublimación del survival hacia un territorio desconocido hasta ahora en el género. Y de nuevo, el estremecimiento. La violencia que hunde sus raíces en el pasado colonial del desierto o en el caos de ese apocalipsis que se está anunciando. Vemos en un tren —que semeja la centroamericana Bestia— las miradas no ya desencajadas sino dirigidas al vacío, de Sergi López y sus compañeros en ese viaje a ninguna parte mientras los mundos chocan.

Para Oliver Laxe, el camino tuvo este sábado un destino preclaro. Su consagración en el Gotha de los autores incontestable. En su discurso de reconocimiento, Laxe afirmó mientras recogía su Premio del Jurado en la sala Lumiére que un taxista palestino con el que había viajado esta semana le habló de que en el mundo a los seres humanos los han hecho diferentes para que se conozcan entre ellos. Del fondo de la llamada del caos del que nace Sirât, Oliver Laxe surge en Cannes ya reconocido como cineasta esencial entre sus semejantes.

Inevitable Palma de Oro y triple corona para Panahi

En los grandes festivales sabes en ocasiones que algún premio va a ser concedido de modo ineluctable. Como una ley de hierro en torno al prestigio de determinados autores. Eso ha sucedido con el iraní Jafar Panahi y su primera película puramente narrativa desde que comenzó a filmarse a sí mismo. A mí —creo no estar solo—, Un simple accidente me parece un mal Panahi. Su guion parte de una premisa interesante, la del torturador del régimen teocrático que es reconocido por una de sus víctimas, pero no es original: recuerden La muerte y la doncella, la obra de teatro de Ariel Dorfman, y luego filme de Polanski. Y Un simple accidente se desperdiga cuando los captores del verdugo se aturullan, se tiran unos a otros el cuerpo del reo. Parece La Vaquilla. No estará prohibido decir que a Jafar Panahi su película se le hace una bola. Da igual. Si a Panahi le ofrendan una plata o un bronce en cualquier parte por presentar una home-movie, si ya te cuenta una historia, el oro es inevitable. Puedo intuir la satisfacción de Juliette Binoche al convertir al iraní en el primer director que ha logrado la triple corona: el oso, la palma y el león. Todo para el gran timonel de los artistas represaliados.

«O agente secreto», más que un ganador moral

El balance del palmarés deja —además de Panahi— otro claro vencedor. El brasileño Kleber Mendonca Filho, con O agente secreto, representaba junto al de Oliver Laxe y, en otro sentido, al de la preterida Kelly Reindhart, el verdadero cine corsario en la competición. De ahí que esos dos premios —mejor director y mejor actor para Wagner Moura— la refuercen como la ganadora de muchos en este Cannes 2025.

Su desromantización de la clandestinidad o la desmitificación del revolucionario profesional son un acto del coraje que no masajea buenas conciencias. Es, además, una forma de rebajar esa plata que ha arañado el danés Joachim Trier, finalmente gran premio del jurado por Sentimental Value, su mal sucedáneo de Bergman sin alma. Una impostura embalada para colarle el gato a otros. Me da mucha grima Trier, y aún más su psicodrama trucho. Me parece bien premiar a la debutante Nadia Mellitti por su despertar sexual en La petite derniére. El premio al guion para los Dardenne me suena a la eternamente anunciada y nunca cumplida jubilación de Los Chalchaleros. Y la limosna a la ampulosidad ególatra de Resurrection es el justiprecio a la megalomanía.

Palmarés de la 78 edición del Festival de Cannes

  • Palma de Oro: Un simple accident, de Jafar Panahi.
  • Gran Premio: Sentimental Value, de Joachim Trier.
  • Premio a la Mejor Dirección: Kleber Mendonça Filho, por O agente secreto (Agente secreto).
  • Premio al Mejor Guion: Jean-Pierre y Luc Dardenne, por Jeunes mères.
  • Premio del Jurado exaequo: Sirât, de Oliver Laxe, y Sound of Falling, de Mascha Schilinski.
  • Premio a Mejor Actriz: Nadia Melliti, por La petite dernière.
  • Premio a Mejor Actor: Wagner Moura, por O agente secreto.
  • Premio Especial del Jurado: Resurrection, de Bi Gan.
  • Cámara de oro a la mejor ópera prima: The President's Cake, de Hasan Hadi.
  • Mención especial de ópera prima: My Father's Shadow, de Akinola Davies Jr.
  • Palma de Oro al mejor cortometraje: I'm Glad You're dead Now, de Tawfeek Barhom.