Sharon Olds: «En mis poesías me quejo mucho»

mercedes gallego NUEVA YORK / COLPISA

CULTURA

Sharon Olds recibe el premio Joan Margarit de manos del rey Felipe VI.
Sharon Olds recibe el premio Joan Margarit de manos del rey Felipe VI. Ángel Colmenares | EFE

La poeta californiana de 80 años, que ha ganado el premio Joan Margarit, cree que el arte debería servir para que la ira no se aloje en el alma de los niños

23 jul 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Los premios sirven. Con el Pulitzer de Poesía y una larga trayectoria a sus espaldas, se diría que Sharon Olds no necesita mucha difusión. Se la considera una de las poetas estadounidenses más relevantes de la última mitad del siglo XX, pero cuando Felipe VI señaló el jueves que el Premio Joan Margarit que le entregaba ha ayudado a descubrirla, no era el único en pensar así. A sus 80 años, la poesía es para ella la pócima con la que arranca de sus entrañas el veneno que han dejado en su vida los hombres que la amaron y la ataron a la silla, desde el alcoholismo de su padre hasta los sinsabores del divorcio.

—¿Se considera una mujer valiente?

—No, estoy llena de temores. Lo sé, porque el miedo se siente.

—Para ventilar sus asuntos privados en público hay que tener mucho valor.

—O necesidad. No podría vivir sin escribir. Mi deseo de hacerlo es más grande que mi miedo.

—¿Quiere decir que utiliza la poesía para exorcizar sus demonios?

—Esa es una metáfora muy interesante, porque exorcizar significa purgar al diablo y decirle, «¡fuera de mi cabeza!». Y yo no quiero tener esos pensamientos de ira. Crecí en una cultura en la que no se suponía que los niños hablaran, y si lo hacían desde luego no era para quejarse, así que en mis poemas me quejo mucho. Me quejo y me desahogo, porque no está bien que un grupo controle a otro. No me gusta que nadie me diga lo que tengo que hacer. A la mayoría de las personas no le gusta. Pero me encanta quedarme sentada a descansar con mis propios pensamientos y dejar que llenen mi espíritu, así que de alguna manera les doy control sobre mi conciencia.

—¿Siente la responsabilidad de poner en palabras las emociones que otras mujeres no saben escribir?

—Siento el impulso de hacerlo. Me mueve intentar elogiar al mundo, en gran parte porque estoy en contra de la violencia. Creo que si amamos al prójimo no lo agrediremos. Siempre trato de calmar cualquier sentimiento negativo en mí o simplemente expresarlo en un poema.

—Usted dice que los premios la sorprenden. ¿No se ha acostumbrado aún a que elogien su obra?

—Ah, es que no fue siempre así. Hubo muchos editores que odiaban mis poemas. Me los devolvían con notas desagradables, diciendo «esto no es poesía, sino los delirios de una mujer encerrada en casa con un bebé».

—Pero no se rindió.

—No, al contrario, me hacían más decidida. Es como un mecanismo de protección, porque también me daba cuenta de que nadie debe decirle eso a un autor. Es como cuando de pequeña me decían que iba a ir al infierno, pero había una vocecita dentro de mí que decía, «no es verdad, no vas a ir al infierno». Supongo que en el fondo de mí tengo mucha confianza.

—Si pudiera hacer una sola cosa para cambiar al mundo, ¿qué sería?

—Dejaría que los niños en las escuelas pasaran las mañanas pintando, bailando, escribiendo, oyendo música. Luego podrían aprender cosas por la tarde. Creo que muchos de los crímenes que ocurren se deben a la ira que se queda alojada en el alma de los niños sin que nunca se les dé la oportunidad de expresarla, por eso de mayores algunos acaban haciendo cosas terribles.

—¿Ha perdonado a sus padres?

—Recuerdo haber oído a alguien que fue víctima de serios abusos decir que lo importante era no olvidar, pero también decía que perdonar era darte la libertad de que algo no te ronde cada día. Mis padres hicieron lo que pudieron, pero algunas veces no era suficiente. Entiendo a mi madre, que repetía los mismos pecados que se cometieron contra ella. A mi padre, no tanto. A Trump, nada en absoluto.