Quince tertulias con Tino Grandío, el señor de los grises

Tamara Montero
Tamara Montero SANTIAGO

CULTURA

Inauguración de la exposición sobre Tino Grandío en el Centro Obra Social Abanca
Inauguración de la exposición sobre Tino Grandío en el Centro Obra Social Abanca Sandra Alonso

Abanca abre en Santiago un diálogo su colección de cuadros de un artista gallego difícil de etiquetar con la mirada de quince artistas contemporáneos. El resultado es «Tino Grandío. Correspondencias»

26 oct 2023 . Actualizado a las 21:37 h.

Los paisajes monocromos y las estampas grisáceas de la sala hacen juego con los tonos plomizos que fuera dejaba una mañana borrascosa. Tanto, que el temporal de este jueves lo podría haber pintado el mismísimo Tino Grandío, gallego, pero difícil de encajar en la historiografía de Galicia, y cuya obra, que se desplegó fundamentalmente en los años de la dictadura, se adelantó a grandes nombres de la contemporaneidad como Luc Tuymans o Gerhard Richter.

«Es un honor, una responsabilidad y un enorme riesgo colocar una obra mía (una versión en este caso) junto al legítimo dueño de los grises de Galicia». La frase de Vítor Mejuto viene a convertirse en titular improvisado de la apertura de una exposición que, a través de cuarenta obras,15 artistas y la colección de arte de Abanca y Afundación, reverbera el mismo juego de espejos que se produce entre esa Compostela desapacible y el interior del Centro Obra Social Abanca: un diálogo constante y borroso, sin bordes —igual que la pintura de Grandío— entre la plástica actual y el pintor huérfano de colectivo artístico del que en el 2024 se celebra el centenario de su nacimiento.

Mejuto se coloca frente a dos cuadros de gran formato que reproducen la misma estampa: Guardia civil, mujer, vaca. Uno, pintado en 1966; el otro, en el 2023. Al otro lado de la sala, hay un Café Gijón del 68 y otro del siglo XXI. Mientras se concentra en la explicación del proceso, parece pintar sus obras de nuevo, esta vez solo con gestos y palabras, mientras bosqueja en el aire una correspondencia constructivista. La misma que pone título a la exposición, comisariada por la Cooperativa Performa (David Barro, Mónica Maneiro e Iñaki Martínez Antelo) sobre un artista que, por su lenguaje pictórico es «muy difícil de etiquetar» y que permanece fuera de los archivadores de grupos artísticos.

Hasta el 27 de abril, el centro de Abanca en la compostelana plaza de Cervantes quedará inmerso en la neblina del efecto Tyumans: esa forma de pintar desde la borrosidad, «como intentando el fracaso técnico». Una pintura que no permite acceder a la imagen, de fondos cromáticos, que es más sensación, baiconiana, cercana al cine de Tarkovski y con ecos de Velázquez, Picasso y Goya.

La obra de Tino Grandío, explica David Barro, es radical en su tiempo y, en medio de la explosión expresiva del colectivo Atlántica, «se queda como sin hijos». Y sin embargo, su Galicia de azul realista, apagado y gris, es referente en los creadores contemporáneos. «Aunque Grandío es un pintor que está en las formas diluidas, es un pintor que construye cuadros. Ahí enlacé con él», explica Mejuto.

«Aun siendo un pintor muy contemporáneo, trabaja géneros muy habituales en la historia del arte desde el medievo», explica Mónica Maneiro mientras va dejando atrás el diálogo geométrico de espacios sociales con el que abre Tino Grandío. Correspondencias, para adentrarse en una sala repleta de marinas que desembocan, al fondo, en un cementerio de Lousame que parece monocromático. Sin serlo. 

«Para min os cadros de Grandío son peso. Peso deses ceos e destes monocromos nos que acaban aparecendo moitas cores dentro». Manuel Eirís piensa en el peso como algo que falla, que cae, difícil de sostener. El peso de Grandío, «que é o peso da pintura». De la masa de óleo que hay que saber tratar para que no craquele. Y también del fallo, que es parte de la paleta de Grandío, «ao que non lle importa mesturar cores, que é o que nos leva a atopar eses verdes»

El artista se coloca al lado de un gran lienzo en el que ha ido acumulando capas, mezcla de colores primarios que todavía se adivinan en los bordes y que han sido clausurada con bitumen, que se utiliza para el asfalto. «Todas estas cores, que pretenderon ser algo, rematan sepultadas».

Jesús Madriñán fotografió un «choque de trenes»: la generación millennial se topa de bruces con una cámara del siglo XIX, la que utilizó para retratar a una mujer. Una fotografía que transmite calma y serenidad a pesar de haber sido tomada en un lugar bullicioso de madrugada. «Sucede esta magia en la que toman conciencia de que les van a hacer un retrato». No es lo mismo acercarse a una persona con un smartphone o una cámara digital, a que alguien aparezca con un estudio portátil, iluminación y una antigua cámara de placas.

Esa joven, que tiene un aquel con La joven de la perla de Vermeer si estuviese en una discoteca londinense a las 3 de la madrugada, mira desde la pared opuesta la interpretación de La venus del espejo de Velázquez con la que Grandío participó en una bienal en Marbella en los años 70. El cuadro viene a abrir otra línea temática: la del universo femenino, que cierra quince tertulias de creadores de distintas generaciones con el pintor de Lugo que supo captar los colores de Galicia.