Tàpies, ante la puerta del misterio

x. f. REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Una de las exposiciones en la Fundación Tàpies.
Una de las exposiciones en la Fundación Tàpies. Marta Pérez | EFE

Dos exposiciones marcan el inicio del centenario del influyente artista

14 dic 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Antoni Tàpies, fallecido en el 2012, habría cumplido este miércoles cien años. Una efeméride redonda que marca el inicio de una serie de actividades en torno a su trayectoria y su influencia en la escena artística de la segunda mitad del siglo pasado. Dos exposiciones abren este período conmemorativo que, como ocurre con todos los clásicos, no solo revisita una larga y acreditada trayectoria creadora, sino que busca reinterpretar ese legado a la luz de la sensibilidad de hoy.

Acercarse a su obra desde la perspectiva que proporciona la distancia de un centenario implica examinar y evaluar sus aportaciones: su manejo de la forma y de la materia, la incorporación del gesto, del símbolo, la representación y, a la vez, inclusión del objeto cotidiano. Técnicas como la aglutinación, una exaltación de la materia que dota a la pieza de textura y profundidad a través de la estratificación de capas. Y, sobre todo, la constante búsqueda, la experimentación, la necesidad de indagar más allá de los límites físicos de la obra.

Sin embargo, ese acercamiento supone aceptar también que no todo puede quedar al descubierto. Hay una zona oculta, incluso para el propio creador, que encierra un misterio imposible de desentrañar. Tàpies lo resumía así a La Voz en el 2005: «Es difícil de explicar. Al final, después de investigar, pensar, meditar, llegas a una puerta, que es la puerta del misterio. Hay un misterio detrás y no lo hemos descubierto», describía. «Te da como una sensación curiosa: que estás junto a la puerta e intuyes lo que hay detrás, pero es prácticamente imposible describirlo plásticamente», añadía. 

En la casa del pintor

Tàpies creaba en la casa que le diseñó en 1960, en el número 57 de la calle Zaragoza de Barcelona, el arquitecto José Antonio Coderch (1913-1984). Como si fuese una metáfora de los lienzos del artista, la fachada se ofrece al exterior dotado del hermetismo de sus múltiples persianas de librillos. Tampoco hay una puerta al uso, sino dos portones, al estilo del acceso a un garaje. Hay que entrar en el inmueble, tal y cómo uno se adentraría en la materia áspera del cuadro, para atisbar su sentido.

Una vez dentro, la casa se transforma. La luz inunda, a través de celosías, el taller del pintor, iluminado cenital e indirectamente. Lo mismo ocurre con la parte reservada a vivienda, desde la que no se puede contemplar nada del exterior, pero sin renunciar a la claridad que se filtra desde el patio. Aquí, Tàpies se había rodeado de piezas distintas en su procedencia pero unidas por los vínculos a su espíritu: cuadros de Klee y Miró, una escultura de Giacometti, caligrafías orientales del siglo XVIII y un exvoto africano, tachonado de clavos. Uno de esos vínculos podría ser la «mirada no lineal del tiempo» de Tàpies, como la define la directora de la fundación que lleva el nombre del artista, Inma Prieto. También apunta al interés de Tàpies por el pensamiento oriental —significativamente, una de las exposiciones que abren el centenario se titula La huella zen—, cuya impronta fue definitiva en su obra y lo unió a espíritus afines como el escritor gallego José Ángel Valente. «Congeniamos mucho y estábamos de acuerdo en muchas cosas», recordaba el pintor en el 2005.

Ese interés filosófico y el pensamiento oriental también se puede rastrear a la figura paterna: Josep Tàpies era un abogado provisto de una biblioteca excepcional en la que su hijo leyó ensayos y divulgadores de las ideas del Este. Aunque le habría gustado que Antoni prosiguiese con el bufete de la familia, la exposición a las lecturas y la prolongada convalecencia por una tuberculosis pulmonar orientaron al entonces adolescente hacia el arte. Una beca para irse a París selló su destino y marcó el inicio de un camino que se celebra ahora, décadas más tarde.

Entre la música de Savall y las culturas de Oriente

Un concierto a cargo de Raimon, Jordi Savall y Marina Herlop comenzaron los actos que conmemoran el centenario de Tàpies, junto con las dos exposiciones que se han abierto en la sede de la fundación del artista. Por un lado, se puede ver Tàpies. La huella zen, que reúne cuarenta pinturas y dibujos, de los que quince son inéditos, para ilustrar la influencia que ejercieron sobre el pintor las imágenes y técnicas que utilizaban los monjes que practicaban el budismo zen. «No digo que lo estudiara de forma sistemática, pero estudié bastante filosofía oriental, y me quedé prendado del budismo mahayana y la rama que en Japón se llamó zen, que se ha hecho muy popular», recordaba en el 2005. 

Budismo zen

«De las culturas asiáticas, el budismo zen fue el que más sugestionó a Tàpies —confirma la comisaria de la muestra, Núria Homs—. Es un elemento esencial para entender su obra, pero no es demasiado conocido». Entre las obras que no habían sido expuestas antes destacan Autorretrato y Transformación N.6.327, en la que una mano parece sostener un cazo del que cae una flor de ciruelo. Paisajes de montaña, animales y otros elementos de la naturaleza y de la vida cotidiana recuerdan la impronta de lo zen en Tàpies. La otra exposición se titula A=A, B=B y presenta piezas de artistas contemporáneos.

A lo largo del 2024 se prolongarán las actividades expositivas y conmemorativas, además de un impulso a la investigación sobre arte y pensamiento a partir del currículo de Tàpies. Una cátedra universitaria y un certamen de escritura crítica se suman al centenario. Para los responsables de su fundación, se abre una nueva etapa, la de la perdurabilidad de la obra sin la presencia del artista.