El valdeorrés Rodrigo Marini realizó con un socio el filme «Dragón blanco», que ganó el premio al mejor corto nacional en el Festival de Cine de Granada
05 feb 2024 . Actualizado a las 05:00 h.«Valdeorras es mi casa», dice Rodrigo Marini con su marcado acento argentino. Más de tres decenios lejos de su Buenos Aires natal no le han robado ese deje que denota las raíces de quien llegó a O Barco de Valdeorras a los 10 años y que después se marchó a Madrid. Ya nunca más volvió a Galicia, al menos no para quedarse, aunque regresa con frecuencia porque en el oriente ourensano siguen viviendo sus padres, el pediatra Ricardo Marini y la psicóloga Mirta Valsechi.
La pareja eligió Valdeorras para instalarse con sus dos hijos, que entonces tenían 4 y 10 años. Rodrigo, el mayor, estudió en el colegio Divina Pastora y en el IES Martaguisela barquense así como en el Pablo VI de A Rúa de Valdeorras para después irse a Madrid a hacer Comunicación Audiovisual. Hizo un máster de dirección de cine antes de coger las maletas y mudarse a Mánchester para mejorar su inglés. Estuvo casi un año y medio trabajando de camarero hasta que una beca le llevó a EE.UU. a estudiar producción y realización. «Cuando volví tenía claro que no descartaba la tele [ahora mismo trabaja en el programa La Roca de Nuria Roca, en La Sexta], pero tenía ganas de escribir y dirigir cine», relata.
Trabajando en televisión conoció a su socio, David Santamaría. «Tenía unas inquietudes muy parecidas a las mías, con los mismos directores de referencia como Tarantino, Gaspar Noé y Guy Ritchie», explica, así que no tardaron en fundar Black Fiction Producciones, una productora independiente con la que firman cine negro de carácter social. El primer proyecto en común fue Un mundo salvaje, que les dio varias alegrías y que puede verse en Filmin y FlixOlé. Ahora están en plena distribución de Dragón blanco, que se estrenó en el Festival de Granada y logró el Premio Lorca al mejor corto nacional. «No íbamos con la intención de ganar, sino a mostrar nuestro trabajo, defender el proyecto y ver lo que hacen nuestros colegas», recuerda Marini, que se reconoce encantado tras triunfar compitiendo «con lo mejor de lo mejor, cortos que tienen muchos premios, algunos que irán a los Goya». Cree que el punto fuerte de su propuesta es que es diferente. «Hacemos crítica social, pero no explícita, sino entre líneas», incide el cineasta. Y detalla: «Lo que intentamos es dar muchas preguntas y ninguna respuesta para que el espectador saque sus propias conclusiones cuando termine de ver la peli».
La cinta está ahora en fase de distribución por festivales, una ruta que durará algo más de un año. «Queremos mostrar el trabajo de todo el equipo en todos los festivales en que podamos, para ver la respuesta del público. Porque al final esto lo hacemos para la gente», añade. «Después la idea es que vaya a salas o a plataformas», avanza Marini.
Con Dragón blanco en manos de la distribuidora, el cineasta y su socio no paran. Sueñan con convertirlo en un largo (ya tienen el texto extendido, falta la financiación) y siguen creando. «Yo estoy escribiendo una novela negra que me gustaría publicar», dice. Y añade: «También estamos eligiendo temas para el próximo proyecto». No da pistas porque dice que en el proceso creativo todo puede cambiar mucho antes de llegar al plan final. Lo que tiene claro es el objetivo: «Con el cine negro intentamos hacer crítica social sin caer en el eslogan». La denuncia, dice, está en la ficción, pero en un segundo plano, y es la historia la que prima.
«Siempre tuve la ilusión de poder rodar en Galicia»
El protagonista de Dragón Blanco es Salvador, especulador inmobiliario y narco que usa como tapadera un restaurante chino. Además del tráfico de drogas está muy presente la nula propiedad, el intento de Salvador de acelerar el proceso de venta de ciertos pisos. Lejos de lo que suele suceder en los cortos (Dragón Blanco dura 20 minutos), Marini y Santamaría apuestan por un reparto coral en que «todos los personajes son imprescindibles para el desarrollo de la historia», así que disponen relatos paralelos que se van juntando a medida que avanza el filme, en el que participaron 14 actores. Entre ellos está el barquense José María Rodríguez, presidente del cine club Groucho Marx, que se convirtió en don Viloiro, «un cura poco ortodoxo», reseña Marini.
Rodríguez fue una de las personas que más ayudó a los autores a dar forma a la película, así como a lograr financiación en Galicia. Porque entre los muchos patrocinadores que halló el proyecto están los concellos de O Barco, Vilamartín de Valdeorras y A Rúa, así como la Denominación de Origen Valdeorras, lo que contribuyó a que «fuese creciendo un proyecto que nació muy pequeñito». Por eso las escenas finales de la cinta, ambientada en Madrid y Toledo, se filmaron en la provincia. «Siempre tuve la ilusión de poder rodar en Galicia, tenía muchas ganas de mostrar mi tierra adoptiva», señala con emoción. Además, asegura, los viñedos, las carreteras y los valles de Valdeorras eran el plano perfecto para la huida de los dos fugitivos que escapan de los bajos fondos madrileños.
Marini define la cinta como «un corto ambicioso, con mafia china y española; es cine negro con crítica social y humor seco inglés, que roza lo absurdo pero con un pie en la tierra». Y añade: «Intentamos mostrar que en el mundo del corto no todo tiene que ser uno o dos personajes o centrarse en un momento concreto. Un corto puede tener tramas, punto de giro y personajes secundarios muy potentes».