«A different man», perturbadora pesadilla en torno a belleza y deformidad

Jose Luis Losa BERLIN / E. ESPECIAL

CULTURA

El guionista y director Aaron Schimberg, posando ayer en la Berlinale con los actores Renate Reinsve, Adam Pearson y Sebastian Stan durante la presentación de la película «A Different Man».
El guionista y director Aaron Schimberg, posando ayer en la Berlinale con los actores Renate Reinsve, Adam Pearson y Sebastian Stan durante la presentación de la película «A Different Man». NADJA WOHLLEBEN | REUTERS

El equipo del filme «My Favourite Cake», que también presentó en la Berlinale, retenido en su país por el régimen iraní

16 feb 2024 . Actualizado a las 18:35 h.

Una película norteamericana, A Different Man, totalmente extraña al epicentro de Hollywood, llegó para convulsionar esta Berlinale aún recién comenzada. Y para garantizar que ya existe en esta edición una obra que generará debate y abrirá las carnes cinéfilas de la pasión como solo puede hacer hoy en día en el cine de ese país un obra realizada radicalmente fuera de la industria y su ramplonería moribunda. Todo lo que propone en A Different Man su director Aaron Schimberg procede de un filme suyo anterior y prácticamente inédito, Chained for Life, donde ya exploraba con el actor Adam Pearson, que sufre en la vida real neurofibromatosis en su rostro, el filo entre la belleza y la deformidad asociadas al cine y sus cánones estéticos. 

A Different Man profundiza en esa esquizofrenia y lo hace a partir de la transformación que sufre un actor que padece el síndrome de Proteus y que se somete a un experimento científico que modifica su rostro y lo convierte en una estrella de la publicidad. Aaron Schimberg sitúa la acción en una New York intemporal, anterior al aseamiento del alcalde Giuliani, con una fotografía sucia que remite a los primeros trabajos de Scorsese o De Palma. Y en este proceso devenido pesadilla hay ecos de La bella y la bestia, de El fantasma del paraíso, de Hermanas, del Dr. Jeckyll y Mr Hyde. O guiños al David Lynch de Twin Peaks.

Pero en modo alguno todo ese material es una cita o un acto parasitario. Solo un marco referencial sobre el cual Schimberg desarrolla esta fábula moral del horror innato. Este retablo sobre el concepto de lo freak, del monstruo no amado, está diseñado con semejante libertad creativa para lo tenebroso que muy pronto -como en el gran cine fantastique- nada importa lo que es o no verosímil. Ese turbión de insanias te invade y acabas por ver cómo la criatura o poor thing se transforma en Sebastian Stan, Adonis del cine de capitanes América. Y cómo desde ahí es desplazado por su otro yo, el citado Adam Pearson, la bestia preclara que le va a robar sus sueños aspiracionales de normalidad. Y por eso, A Different Man nos interpela desafiante. Y nos mira para recordarnos cómo nunca se puede abandonar el callejón de las almas perdidas cuando se ha habitado en sus entrañas. Qué fastuoso cine, intratable en su desafiante y fija mirada. Qué golpetazo a los cánones de la belleza Netflix.

La cena, un mexicano demasiado ambicioso

Es de sobras conocido el fenómeno de esa pléyade de autores mexicanos que han tomado por asalto los festivales internacionales y -aún más- Hollywood, donde han ganado en los Óscar Alejandro González Iñárritu, Alfonso Cuarón o Guillermo del Toro. A estos tres nombres hay que sumar -en Cannes o Venecia- los triunfos de Michel Franco y de Amat Escalante. A la Berlinale -mala suerte o consuelo de pobres- le ha tocado el que es claramente partícipe menos aventajado de esa generación acrisolada en oro. Alonso Ruizpalacios prometía bastante cuando ganó en este festival el premio a la mejor ópera prima por Güeros, en 2014. Una década más tarde, aquella pasa por ser -de lejos- la película más solvente de Ruizpalacios.

Pero sus dos restantes intentos por consagrarse en Berlín, Museo (2018) y Una película de policías (2021) se saldaron con sendos fracasos, pese a que nominalmente rascarse algún premio secundario en el palmarés. Como mexicano oficial de la Berlinale, lo nuevo de Alonso Ruizpalacios, La cocina, es la primera película que rueda en Estado Unidos, en concreto en New York. Y posee las clarísimas intenciones de declarar que él también -como sus compatriotas estelares- sabe brillar con ejercicios de estilo virtuosos, de lanzarse a filmar planos secuencia virgueros y aparatosos movimientos de cámara como los de Birdman, La forma del agua o Gravity. Lo que sucede es que toda esta fanfarria mareante la despliega Ruizpalacios en un totum revolutum sin sentido alguno. Nunca al servicio de una historia o de unas emociones que, muy al contrario, ahoga en este histérico circo de steady-cam, travellings, zooms desaforados, en un non-stop insufrible.

Su película, en blanco y negro, se mete para salir apenas en un par de ocasiones en el subsuelo: la cocina de un gran restaurante, copada por latinos y al que llega un joven mexicana sin papeles. Y empieza a contar la historia de amor de uno de estos inmigrantes con la camarera güerita que encarna una desglamourizada Rooney Mara. Digo bien que esto es la base argumental. Solo eso. Porque enseguida lo único que aquí importa es que Alonso Ruizpalacio se entregue a ese insoportable frenesí tontiloco, esa manera atosigante de querer mostrarse divino de la muerte en cada triple salto de montaje. Así de La cocina queda alguna secuencia bella ?esa pecera en la cual Rooney Mara ve la inmersión de las langostas- y, por encima de todo, un mareo de 140 minutos que te hace salir muy cabreado, con una indigestión visual merecedora de un Fortasec ocular. Y te acuerdas mucho y echas de menos aquella otra cocina subversiva y necesitada de una urgente reivindicación, la de Las truchas, la película con la cual José Luis García Sánchez ganó aquí el Oso de Oro, va para medio siglo.

Cine iraní represaliado antes de nacer

Si La cocina se envenena de ambición banal y se ahoga en su pretenciosidad a la película iraní My Favourite Cake le sucede lo opuesto. De tan chiquita o chata que es parece pedir permiso para estar en la competición. Por cierto, quienes definitivamente no estarán son su pareja de directores, Maryam Moghadamm y Betash Sanaeeha, a los que las autoridades de aquel régimen liberticida retiraron sus pasaportes y retienen en su país. Las protestas de la Berlinale han valido de poco. Y estremece pensar que My Favourie Cake, en su alcance de comedia sobre el amor en la tercera edad alcance para los ayatollahs categoría de cine peligroso.

Es cierto que la anciana protagonista añora el pasado, cuando podía ir de falda y tacones altos a escuchar a Albano y Romina Power al hotel Marryott, que ahora se llama -irónicamente- Hotel Libertad, en una tierra donde todo está prohibido. Es verdad que hay una secuencia donde la policía moral se lleva detenidas a unas jóvenes por no llevar correctamente el hijab.

Pero el tono de My Favourite Cake no es subrayadamente político y está acolchado por el humor de este romance en los tiempos del cólera y de la pildorita azul, entre una viuda y un taxista. Todo es maligna abyección para el régimen chiita de Teherán. Así, el país es ya una cárcel, de las mayores del mundo, aún sin la exposición narcisista de los bukeles que tristemente mandan en tantas plazas.