Atom Egoyan recupera algo de autoestima en la Berlinale con «Seven Veils»

josé luis losa BERLÍN / E. LA VOZ

CULTURA

Dar Salim, Sidse Babett Knudsen y Sebastian Bull, actores principales del filme danés «Vogter (Son)».
Dar Salim, Sidse Babett Knudsen y Sebastian Bull, actores principales del filme danés «Vogter (Son)». CLEMENS BILAN | EFE

La danesa «Son», un «thriller» carcelario con guion condenable

22 feb 2024 . Actualizado a las 20:34 h.

El de Atom Egoyan es uno de los más llamativos casos de autor venerado que, de pronto, cae en un pozo sin fondo de bloqueo creativo que llega a hacer su cine irreconocible. En una década, la que va desde El liquidador en 1991 hasta Ararat en el 2002, el director armeniocanadiense se enseñoreó del panorama internacional, con un universo definido por estudios de la más turbia naturaleza humana, como Exótica, El viaje de Felicia y El dulce porvenir, obra maestra perturbadora que marcó su cénit y llegó a llevar su cine lacerante a la carrera de los Óscar y a un premio gordo en Cannes. Aquel Egoyan, cuyos protagonistas extremaban su nihilismo en estremecedores viajes al fondo de dolor íntimo más intratable, comenzó a dar señales de agotamiento, y, en el 2009, filmó Chloe, un thriller de morbo barato y joven psicópata de estereotipo. Y a partir de ahí llegó su desparrame. Aquella capacidad suya para mostrar con ejercicios de alto estilo y sadomasoquismo ambiental las entrañas de monstruos que tenían la faz irrepetible y tan añorada de Ian Holm o Bob Hoskins se esfumó. Su cine parecían tv-movies.

Llegamos a hablar del artista antes conocido como Atom Egoyan. Esta Berlinale programó Seven Veils fuera de concurso, lo cual da una idea del poco crédito que conserva el director. Y, sin embargo, hay en ella un atisbo de recuperación de la autoestima creativa. No es, desde luego, cine arrollador, pero algo de su mundo perdido asoma a ratos en esta historia donde la preparación de la ópera Salomé se superpone a los traumas de la niñez de su regidora, una estupenda Amanda Seyfried. Y reconoces en sus giros, en el subsuelo marcado por secretos recónditos del alma herida de Seyfried, ecos de Egoyan que se entrecruzan con las incestuosas relaciones de la ópera. Y en esos vericuetos, agitados por la banda sonora de su sempiterno colaborador, Mychael Danna, aprecias que algo vuelve a latir en el corazón de un autor al que todos habíamos dado por amortizado.

La competición apura sus últimas llamadas, pero ninguno de los pasajeros en el dead-line está para grandes fiestas. Entro con muchas expectativas en Vogter (Son), thriller carcelario del sueco Gustav Möller. Y es que de Möller recordamos su pericia para dilatar el suspense en su anterior The Gulty, en la que mantenía las palpitaciones en todo lo alto durante 90 minutos de conversación telefónica entre un policía de los servicios de alarma extrema y una mujer raptada. Vogter posee el ritmo de montaje vertiginoso de su película anterior. Pero es una desgracia su guion random —cuenta el duelo entre una funcionaria de prisiones y el preso que asesinó a su hijo—, que parte de una situación de todo punto inverosímil para luego no hacer otra cosa que ir encadenando despropósitos con una empeñada torpeza digna de mejor causa. Y hasta su actriz solvente, Sidse Babbet Knudsen, protagonista de la serie Borgen, pierde pie con este revenge de madre escrito con las uñas de los pies.

La tunecina Mé El Aïn comienza prometedora con el retorno a casa de un hijo que se largó a Siria enrolado en el Estado Islámico. Pero descarrila cuando se asesta a sí misma un turning point que es como un esguince virado hacia el cine de maldiciones y fantasmas magrebíes. Y la película se descoyunta, se lesiona y pide la hora.