Julio Pérez de Gamarra, regresar al amparo de la musas

Héctor J. Porto REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

El poeta Julio Pérez de Gamarra, a sus 83 años, retratado en la biblioteca de su casa de Ferrol, un paraíso para letraheridos y otros enfermos de literatura conformado por miles de volúmenes, y en el que Tolstói, Stendhal, Rosalía, Rubén Darío, Julien Green, Juan Ramón Jiménez, Zweig, Shakespeare, Cervantes, Borges, Fernando Vallejo, Gide, Ernst Jünger, Henry de Montherlant, Paul Léautaud, Torrente Ballester y Juan Valera, entre otros muchos, tienen un lugar de privilegio.
El poeta Julio Pérez de Gamarra, a sus 83 años, retratado en la biblioteca de su casa de Ferrol, un paraíso para letraheridos y otros enfermos de literatura conformado por miles de volúmenes, y en el que Tolstói, Stendhal, Rosalía, Rubén Darío, Julien Green, Juan Ramón Jiménez, Zweig, Shakespeare, Cervantes, Borges, Fernando Vallejo, Gide, Ernst Jünger, Henry de Montherlant, Paul Léautaud, Torrente Ballester y Juan Valera, entre otros muchos, tienen un lugar de privilegio. José Pardo

El escritor ferrolano ultima la publicación de una antología de su obra, «La urdimbre de la nada», que incluye además tres poemas inéditos

14 jul 2024 . Actualizado a las 23:12 h.

La poesía rara vez abandona los lugares donde ha habitado con holgura. Quizá por eso Julio Pérez de Gamarra, a sus 83 años, y sin pretenderlo, mantiene su espíritu anegado en el verso, aunque sea a través de la lectura de la obra de otros y del debate crítico. Pese a que solo ha publicado dos poemarios, es eminentemente poeta. Y eso que han pasado más de treinta años desde la aparición de su último libro, Dispersa ya la arena (1994), al que había precedido En la mirada de los corzos (1990). Con eso basta para morar en el Parnaso de los poetas gallegos en lengua castellana, aunque la difusión de su obra no esté a la altura de su talento cuando uno se aleja de las queridas tierras de Ferrol (tierras que acogen, por cierto, grandes poetas en lengua castellana como Julia Uceda y Miguel Carlos Vidal).

Así como Pérez de Gamarra es pródigo en elogios a la obra de estos dos cofrades, acostumbra a quitarse mérito a sí mismo con una frase que suele repetir: «En mi caso la poesía —si poesía hubo— vino tarde y se fue pronto. Pero aun así, solo me cabe agradecer tan inesperada visita». Pérez de Gamarra rechaza el esfuerzo y la dedicación diaria, sentarse unas horas frente al papel en blanco, como estrategia para la escritura. Las musas, dice, lo frecuentaron un tiempo y no tiene previsto obligarlas a que permanezcan a su lado. Solo tomará su lápiz cuando su voz susurre de nuevo su canción.

Como dice Eloy Sánchez Rosillo en su poema The rest is silence, «La pluma se detiene al fin de tus palabras / y te sientes en paz contigo mismo. / No digas nada más: que digan estas páginas / lo que querías decir y acaso has dicho. / El eco de los días que viviste, el reflejo / de una ilusión, tal vez, guarda tu libro. / Cosas que fueron tuyas un instante y que el tiempo / te quitó de las manos cuando quiso. / Nada añadir deseas. Nada tu pecho turba / en esta lenta tarde que se apaga. / Que las palabras cesen y acabe aquí su música. / Mira el atardecer. Detente. Calla».

El caso es que preparando la publicación de una selección de su obra junto a su amigo Javier Fuentes García, la emoción de la rima lo ha asaltado de nuevo y fugazmente. Es así que La urdimbre de la nada (Antología poética, 1981-2021), además de volver sobre En la mirada de los corzos y Dispersa ya la arena, recogerá tres poemas inéditos. «En la bonanza, epicúreo. En la adversidad, estoico. Y siempre, escéptico», presume de íntimo lema sin ocultar su satisfacción por la factura final que apunta este trabajo.

Ay, es que la búsqueda de la belleza lo ha acompañado a lo largo de su vida. Quizá desde que, cuando contaba 12 años, aquel profesor de literatura hizo que la clase recitase La marcha triunfal de Rubén Darío. Para el chiquillo, en aquella España plúmbea, «fue un alumbramiento», «aquellas infrecuentes y mágicas palabras» desataron en su interior «un entusiasmo indescriptible». La lectura fue la puerta de acceso al conocimiento de otras artes como la pintura, la escultura, la música, el teatro, el cine... De pocas experiencias atesora tan grato recuerdo como de sus visitas al Museo del Prado, aunque sus años de sordera no han borrado la evocación de la voz del excelso y añorado barítono alemán Fischer-Dieskau cantando los lieder de Schubert.

El cine y la literatura han moldeado también su predilección por cuatro personajes históricos, todas mujeres: Cleopatra, María Estuardo, María Antonieta y Juana de Arco. Antonieta lo es por las obras de Schiller y Stefan Zweig; Cleopatra, en buena medida por el drama de Shakespeare; y Juana de Arco, por los filmes de Dreyer y Bresson. Dos cineastas a los que ama como ama a Visconti, Max Ophüls y Renoir.

Borges y Cervantes

Devoto de Rubén Darío, Borges y Juan Ramón Jiménez se sientan flanqueando a ese peculiar dios, que convive con la grandeza máxima de Shakespeare, Cervantes —«espero que nuestra fauna literaria se tiente la ropa antes de volver a decir que Pérez Galdós está a su altura»— y el conde Tolstói. En su biblioteca ideal de poesía se halla el libro de Dámaso Alonso Hijos de la ira —de cuya publicación se cumplen ochenta años— y Marinero en tierra de Rafael Alberti. Entre ellos, no halla hueco alguno para el premio Nobel Vicente Aleixandre, al que considera artificioso en exceso. Mucho peor concepto incluso tiene de Jorge Guillén y Pedro Salinas, «comadres de lengua viperina» que tanto daño hicieron a Cernuda, Juan Ramón Jiménez y Borges, reprueba. En su santoral pagano, hay un espacio de gran privilegio reservado para Rosalía de Castro, a la que sitúa no solo en la cima de las letras gallegas sino también entre lo más esencial de la lengua castellana.

La poesía, gusta de insistir Pérez de Gamarra, es respiración. He ahí la clave. Tan sencillo y tan complejo. Lo demás es versificar por versificar, esforzarse en vano, como si esto fuese la oficina o la viña, remacha mientras recita a su querido Borges —con el mismo brillo en los ojos que debió asomar en el adolescente de 12 años—, de quien lamenta que no esté reconocida no solo su poesía sino la forma en que revolucionó la escritura en lengua castellana.

«A veces hago un sitio a mi voz en el silencio»

«Tratamos de simplificar la realidad, de describirla con la menor cantidad posible de información [...]. Nuestra ansia de saber solo quedará colmada al conseguir la tercera oda que el poeta compone en el relato El espejo y la máscara de Borges. Una oda de una sola línea, que condense toda la belleza, que describa toda la existencia», evoca Javier Fuentes García a propósito de la poesía de Pérez de Gamarra. Los que siguen son sus tres nuevos poemas:

«En la distancia, en el silencio»

«Amar a Portugal en la distancia / como amo al Sur que nutre mis raíces, / como amo las palabras que al decirlas / configuran la trama de mi espíritu. / Amar a un Portugal imaginado / cual un mosaico de verdes y de azules, / de encinas y de rocas y de fuentes / que con su voz modulan a saudade. / Amar a un Portugal sereno e íntimo / como un deseo no manifestado, / para que los demás no lo profanen. / Amar a Portugal en el silencio».

«Enroque corto»

«A veces pongo un día entre paréntesis / para aliviar la carga cotidiana. / Para que las páginas ya tan emborronadas / no hayan de soportar algunas líneas más. / A veces pongo un día entre paréntesis / y dejo descansar el pensamiento, / porque son demasiados los signos / y excesivas las huellas que lo abruman. / A veces me quedo al lado de mí mismo, / tacho las palabras que no me pertenecen / y hago un sitio a mi voz en el silencio. / A veces me quedo al lado de mí mismo, / para que vuelva a mí lo que me quitan / y dejo fuera todo lo demás».

«Seguramente es tarde»

«Seguramente es tarde / y nunca serás libre entre las muchedumbres / ciegas y apresuradas de Manhattan. / Seguramente es, sí, bastante tarde / y ya no verás nunca / agonizar el sol en la Laguna, / mientras Venecia ostenta su fúnebre esplendor. / O lo que es más triste todavía: / ya nunca cruzarás aquellas calles / —Oxford Street, Picadilly, Northumberland— / donde respirar, caminar, sentir / tuvieron el sabor de una promesa. / Es tarde ciertamente / y ya no ocurrirán muchos milagros: / tendrás como es costumbre que así sea, / en la lenta rutina de tus días / rechazo, desamor, indiferencia / y el discreto artificio de estos versos / en nada alterará el resultado».