Habla por primera vez de su enfermedad en las memorias que publica este jueves
21 oct 2024 . Actualizado a las 16:42 h.«Me dijeron que me voy a morir». Así, directo al grano —pura deformación profesional—, arranca el periodista y escritor Martín Caparrós (Buenos Aires, 67 años) sus memorias, más de 600 páginas en las que por primera vez habla de la esclerosis lateral amiotrófica (ELA) que padece desde hace dos años y medio. Antes que nada (Random House) es un compendio de «militancias y exilios, selvas y redacciones, amores y derrotas», resultado de la «estúpida urgencia» de mirar al pasado cuando se es consciente de que no hay futuro. «Escribir es el penúltimo refugio: aquí todavía puedo, todavía soy, de algún modo, el que era». El jueves llega a librerías.
Todo comenzó, se remonta en el segundo párrafo del libro, con una «tonta» caída de la bicicleta el verano del 2021. Tras el golpe, el dedo gordo de su pie derecho dejó de seguir sus órdenes. El traumatólogo le dijo que se había seccionado un tendón y que debía operar, pero el argentino pensó que no valía la pena, que bien podía vivir con un dedo del pie «levemente rebelde». «Después, poco a poco, fui notando que mis piernas se cansaban pronto». Tras peregrinar por varias consultas y atender a todo tipo de explicaciones —efecto secundario de algún medicamento, una vértebra estrechada, el eco de un tumor menor—, los médicos «tuvieron que rendirse, al fin, a la evidencia». «Estaba condenado», dice.
El prólogo de este relato de vida es todo un ejercicio de franqueza en el que el cronista documenta cómo se le comunicó la noticia —«un momento casi banal» en el que «un hombre amable, durante una charla amable» le dijo que no tenía cura y que lo sentía—, cómo la recibió —«no sabés qué hacer con eso», con «el hormiguero, el nudo en la garganta, el peso en el cerebro»— y cómo la ha ido asimilando a lo largo de todo este tiempo. «Trato no hablar del tema: no quiero convertirme en ay pobre, qué mala suerte tuvo; ay qué pena qué mal lo debe estar pasando. No quiero convertirme en ese héroe de la época: la víctima».
Sin embargo, no le pone nombre hasta la página 642, ya dando pinceladas de su estado actual. En su narración convive la humillación, el humor —«en cualquier discusión boba, alcanza con deslizar que tengo ELA y dejan de contradecirme»— y también la aceptación. «Ahora empiezo a entender que es raro que lo que se lamente sea la muerte y no la vida (...) El problema es quien se muere sin haber vivido. Y son tantos, tantos».