Marta Sanz: «Hay escritores que han llegado muy alto sin prácticamente hacer nada»

María Viñas Sanmartín
maría viñas REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

A. Pérez Meca / Europa Press

Escribió «Los íntimos» (Anagrama) para recuperar la pureza de una literatura sin la «mugre de la envidia», la negociación del anticipo y las listas de más vendidos

05 ene 2025 . Actualizado a las 17:02 h.

Aunque Los íntimos (Anagrama) suene a elegía, a arranque último de sinceridad, Marta Sanz (Madrid, 1967) no se va. Niega rotundamente que este «despacharse a gusto» sea una despedida. ¿Qué es entonces este artefacto?

—Empieza avisando de que su pretensión primera era hacer un exorcismo.

—Yo era una escritora que me sentía endemoniada, absolutamente poseída por el amor por las palabras y, al mismo tiempo, por las exigencias de un campo cultural completamente dependiente de los rigores del mercado, dominado por una competitividad que puede llegar a resultar malsana. Y cuando se escriben textos autobiográficos desde la conciencia de que lo personal es político, como este, la escritura suele servir para dar sentido, para intentar comprender lo que resulta caótico, pero también para lo contrario, para romper todo un orden institucional que te está haciendo daño. Con este libro, creo, se cumplen y se juntan las dos cosas: he intentado ordenar las piezas de mi experiencia personal, que tan angustiosa me estaba resultando, para poder ver las rosas, lo cosechado, los privilegios, no solo los esfuerzos para ganarme el pan. Una vez, Núria Espert dijo algo así como que había sido muy valiente porque había tenido mucho miedo. Los íntimos va un poco de eso, de cómo las personas valientes lo somos porque hemos pasado mucho miedo.

—¿A qué le ha tenido más miedo?

—A que me hicieran daño. Es una cosa un poco neurótica. Y he tenido miedo a tratar de dar lo mejor de mí y que ese esfuerzo no fuese reconocido, a la herida por no ser bien recibida; también, a la asimetría. He tenido miedo a que me trataran de forma violenta.

—¿Sigue habiendo asimetría dentro de la literatura, escritores de primera y de segunda?

—Naturalmente. En el campo literario, la igualdad de oportunidades es un mito. No es lo mismo arrancar una trayectoria literaria e intentar hacerla perdurar siendo un hombre que una mujer; eso para empezar. No es igual naciendo en un país privilegiado, escribiendo en inglés, teniendo una propuesta estilística gentrificada y altamente traducible, y, desde luego, no es igual si uno tiene desde muy pronto contactos en el mundo de la cultura. Hay escritores que llegan muy alto sin prácticamente necesitar hacer nada para vender muchos libros. Luego, hay una clase media inmensa, que un día estamos arriba y otro abajo. En cualquier caso, no por vender mucho uno puede ser directamente considerado un gran autor. Y al contrario: ser un superventas no te desactiva literariamente, como tampoco ser minoritario te legitima. La cantidad no es criterio para valorar la calidad.

—Se incluye en la clase media, ¿no se siente una privilegiada?

—Este libro lo he escrito para contar que soy una mujer resentida e insatisfecha y, a la vez, agradecida, consciente de mi privilegio. Vivo en esa contradicción y eso produce inseguridad. Tendemos a hablar de la literatura siempre desde una posición muy sacralizada: la vocación, la dedicación a lo que a uno más le gusta… Pero esto también tiene que ver con anticipos y con venderte a una misma. Yo voy de lugar en lugar como los cómicos, hablando de mis libros, y eso es un honor, pero desgasta; estoy ya bastante cansada. Soy consciente de que he llegado a un sitio al que no todo el mundo llega, pero también quiero contar las heridas del camino, neurosis que no solo tienen que ver conmigo, también con el sistema económico y el concepto de cultura. Las escritoras cada vez tenemos menos visibilidad pública. Ahora son otras personas quienes llevan la voz cantante.

—¿Quiénes?

—Las influencers o las escritoras que asumen el rol de influencers.

—¿Se siente obligada a estar permanentemente participando en el debate de turno, a tener siempre una opinión?

—Creo que las personas con cierta visibilidad en el espacio público tenemos una responsabilidad, pero yo he decidido no hablar de nada de lo que no sepa, intentar no hablar de nada desde el calentón o la visceralidad.

—¿Qué le diría a la Marta que empezaba a escribir hace 30 años?

—Que persistiera, porque probablemente cualquier otra actividad que hubiera desempeñado en la vida le hubiera resultado insatisfactoria. Y, sobre todo, que no fuera tan vergonzosa; siempre me ha obsesionado ser correcta, estar en mi sitio, no sacar mucho los pies del tiesto. Le diría que fuera un poco más tintineante, libérrima, y que se descomprimiera desde un poco más joven.

«Los lectores son tratados cada vez más como clientes»

En una sociedad donde la cultura se asocia «única y exclusivamente» al ocio y al espectáculo, lo que abundan son los «estilos literarios gentrificados que plantean pocos retos intelectuales y emocionales» al lector, lamenta Sanz. «Los libros más vendidos y traducidos resultan siempre familiares, siempre confortables», incide.

—En España se editan al año 92.000 títulos. ¿Se han convertido los escritores en competidores por la atención del lector?

—A veces sí, y cada silencio y cada comparación pueden resultar muy dolorosos. Y a la vez siento que los lectores cada vez más son tratados como clientes. Todo eso me parece faltar al respeto tanto a quienes escriben como a quienes leen, que no solo consumen. Los lectores son lo que da el sentido a los textos literarios y al impulso comunicativo y creativo que subyace a la literatura.

—¿No cree que, a veces, son los propios lectores los que se tratan a sí mismos como consumidores? Nos marcamos retos de lectura en Goodreads, escuchamos audiolibros a 1,5 de velocidad.

—Eso no tiene nada que ver con la palabra literaria ni con lo que de verdad nos puede aportar la literatura, que es lentitud para mirar espeleológicamente por debajo de la superficie, de la epidermis, de los textos y de la realidad. Cuando todo se reduce a superficie deslizante, a scrolling, tenemos dos maneras de acercarnos a la literatura: o bien pensando que es solamente eso, patinaje artístico sobre hielo, espectacularidad, «no me cuentes el final que me destripas la novela», o desde un espacio de resistencia política, entendiendo la lectura como algo que exige un esfuerzo y un compromiso vital para salir de las casillas en las que estamos encerrados.

—Sostiene que el panorama literario está viviendo un momento de crisis, de transformación. ¿Le asusta?

—Claro que asusta todo un poco. Hay propuestas muy interesantes y luego hay propuestas que se consideran muy novedosas y no lo son, en realidad; solo reproducen posicionamientos. Y la sociedad es muy alarmista y ha perdido el sentido de la Historia.