«Recorre los campos azules», los cuentos de Claire Keegan, crudos, pero hermosos

H. J. P. REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Retrato de Claire Keegan (condado de Wicklow, Irlanda, 1968). A la izquierda, portada del libro editado por Eterna Cadencia.
Retrato de Claire Keegan (condado de Wicklow, Irlanda, 1968). A la izquierda, portada del libro editado por Eterna Cadencia.

El sello argentino Eterna Cadencia rescata un volumen de relatos de la escritora irlandesa

27 mar 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

¿Quién dice que esas historias de soledad y de infelicidad de puertas adentro tienen que surgir en una gran ciudad? ¿Que para sufrir solo, sin alguien que ofrezca consuelo, hace falta vivir en un apartamento en un enorme edificio de hormigón, en un silencio ensordecedor, entre el intermitente ulular de la sirena del coche de policía amortiguado por las ventanas? Si alguien mantiene todavía tal cosa, debería leer los cuentos que Claire Keegan (condado de Wicklow, Irlanda, 1968) reúne en Recorre los campos azules (2007), un prodigio de delicadeza narrativa que retrata el modo en que la desazón rezuma también en el supuesto retiro de paz de la vida rural, y que acaba de reeditar Eterna Cadencia. El sello argentino es, por cierto, el único que se ocupa en lengua castellana de su obra, que, además, fue traída al gallego por Rodolfo e Priscila (Cousas pequenas coma estas, 2024) y al catalán por Minúscula (Tres llums, 2017; y Coses petites com aquestes, 2022). Sus relatos se han situado a menudo en la estirpe de Antón Chéjov, Carson McCullers, Raymond Carver, Richard Ford y Lorrie Moore. Son palabras mayores, pero, en el fondo, Keegan se basta a sí misma. Es la escritura desde la infancia, la memoria, la pobreza, la incomunicación, la insatisfacción, el dolor, la pérdida... Desde la dura y cotidiana realidad de vivir, sin autocomplacencias ni glamur. También desde la mirada de alguien sin ego ni ambiciones, alguien que ni siquiera pensaba en escribir; que comenzó a hacerlo porque se hallaba en el paro, ya casi sin desesperación, y con la lectura como único paraíso habitable. Y, por supuesto, no hay nada de bucólico o romántico en el paisaje que enmarca sus historias. Para contrarrestar todo ese oscuro caudal, Keegan va sobrada en su prosa de sensibilidad, sencillez, sabiduría vital, calma, austeridad, poesía y paciencia. Es así como resultan sus cuentos, crudos, pero hermosos.