
El actor, también conocido por su papel en la primera «Shogun», tenía 90 años
31 mar 2025 . Actualizado a las 12:24 h.Una antigua leyenda celta, que concluye que todo lo bueno deviene en dolor, cuenta que hay un pájaro, el espino, que canta una sola vez en su vida y que únicamente emite ese canto —el más bello del mundo, capaz de estremecer el alma humana y hacer sonreír al mismísimo Dios— en un momento de agonía que alcanza insertando en su cuerpo la púa más larga y afilada de un árbol espino. Esta idea de que la concreción del deseo va de la mano de muerte fue la inspiración de la novela de Colleen McCullough que posteriormente se adaptaría a la pequeña pantalla. El pájaro espino, estrenada durante los cuatro días consecutivos de la Semana Santa de 1983, se convirtió al instante en la segunda miniserie más vista de la historia, solo superada por Raíces. El secreto del éxito fue aquí doble: una transgresora propuesta —una historia de amor prohibida entre una joven de buena familia y un sacerdote veinte años mayor en la Australia rural de 1920— y un protagonista, el padre Ralph, que se convirtió en galán televisivo por excelencia. Interpretaba al seductor del alzacuellos Richard Chamberlain, fallecido este fin de semana a los 90 años.
Ya el primer Shogun —adaptación de la novela histórica de James Clavell a la que Disney Plus dio una nueva vida el año pasado— había convertido en toda una estrella al actor californiano al alcanzar en 1980 picos de audiencia de 26 millones de espectadores, pero el delirio a nivel planetario llegaría después, cuando el término pájaro espino pasó a hacer referencia a todo hombre consagrado a Dios con un atractivo irresistible. La relación a la que insuflaban vida Chamberlain y Rachel Ward, tan trágica y tan furtiva, tan contradictoria emocional y espiritualmente, alimentó de tal manera su encanto que alrededor del de Beberly Hills se desató un desmesurado y, por momentos, incontrolable fenómeno. Y eso que el actor se esforzó por desprender a su personaje del aura de donjuán de telenovela: pasó un par de noches en un seminario de Los Ángeles para impregnar al de Bricassart de fuerza y decisión, para hacer de él un hombre dividido entre su vocación, su ambición y el amor.
Su popularidad alcanzó cotas elevadísimas: recibía 12.000 cartas a la semana y hasta se comercializaban estetoscopios con su rostro. Aunque previamente había trabajado en películas como Los tres mosqueteros (1973) y El coloso en llamas (1974), y durante 191 episodios se había puesto la bata blanca en Doctor Kildare, Chamberlain nunca dejó de ser Ralph, y en 1996 volvería al redil con la secuela Los años perdidos.
Siete años después, el hombre deseado por millones de mujeres salió oficialmente del armario, reconociendo públicamente su homosexualidad. Habló de ello en profundidad en su autobiografía Shattered Love, publicada en 2003, en donde confesaba que ya a los diez años sabía que era gay, pero que no estuvo con un hombre hasta los 23; también, una difícil infancia marcada por un padre alcohólico. Sus últimos años los pasó pintando en Hawái, entre la selva y el océano.