Mario Praz, fragmentos para apuntalar las ruinas

Héctor J. Porto REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

El ensayista Mario Praz (Roma, 1896-1982), sentado a su máquina de escribir. A La izquierda, portada del libro «La voz tras el escenario».
El ensayista Mario Praz (Roma, 1896-1982), sentado a su máquina de escribir. A La izquierda, portada del libro «La voz tras el escenario». Atalanta

El sello gerundense Atalanta publica la antología que el crítico, historiador y coleccionista italiano hizo de su producción ensayística

20 abr 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Mario Praz (Roma, 1896-1982) es un hombre de otro tiempo. Un hombre renacentista moviéndose con ágil dificultad por el siglo XX. Historiador, crítico literario y de arte, coleccionista, erudito, anglista —impartió clases como catedrático en las universidades de Liverpool y Manchester—, su voz es única, complicada de aprehender. Quizá que haya tomado el testigo espiritual de artistas esquivos (y amigos) como Vernon Lee y Giovanni Papini —uno de los genios más ocultos y periféricos de la literatura universal, lo sabía Borges— pueda dar una pista de qué clase de grafómano se trata. Aquel lema de coleccionista que gustaba de esgrimir —el hombre pasa, el mueble permanece— expone a las claras su interés por las cosas, los objetos, de los que era capaz de captar sus ecos llegados de otras épocas pretéritas para extraer auténticas estéticas.

Ha escrito mucho, pero, por ejemplo, su ensayo autobiográfico La casa de la vida (1958; Debolsillo, 2004) da buena cuenta de esa dimensión suya al extraer todo un universo de sensaciones de los pequeños tesoros que atestaban su apartamento en el impresionante Palazzo Ricci de la romana Via Giulia, no lejos del río Tíber, y que hoy es un peculiar museo. Su estetoscopio detectaba ese latido de la belleza, que no deja de ser reconocimiento, familiaridad, y que acaba por reconstruir la partitura, la sonoridad de un tiempo.

Véase si no La carne, la muerte y el diablo en la literatura romántica (1930; Acantilado, 1999), un libro que es ya una referencia clásica para comprender la mentalidad europea del siglo XIX, todo un asombroso tratado sobre la literatura que medra gracias a esa sensibilidad e intuición —percepción metafísica, podría afirmarse— que manejaba con tanta levedad para tejer conexiones y relaciones en un seductor relato del que, en su riqueza, cuesta desprenderse. Quizá sea esa la fundamentación de su maravilloso estilo, sin ansiedades, pleno de calma y rigor, tentado por la melancolía, por la nostalgia de tiempos históricos que nunca vivió.

Titán antimoderno

Nada mejor para acercarse a este paraíso desterrado, habitado por un titán antimoderno —era hijo de un banquero y una aristócrata—, que el volumen La voz tras el escenario, una antología personal de la obra de Praz pergeñada por el propio autor italiano y que ahora trae al castellano el sello gerundense Atalanta. Y lo hace compilando textos de casi todas las fases de su trayectoria, una miscelánea que integra escritos de viajes, piezas de sus libros de memorias, crítica literaria, reflexiones sobre arte, recuerdos de coleccionista... Él mismo advierte de que no hallará el lector en estas páginas un sistema filosófico al uso, ni siquiera un abrigo que lo proteja de las inclemencias del tiempo; «mi guardarropa rebosa de prendas inútiles», poco prácticas y extravagantes, admite, «retazos de vestimentas pasadas de moda, lentejuelas y plumas de avestruz y alguna muñeca mutilada, restos arrojados a esa orilla del gran mar del ser; es, en suma, un gabinete de curiosidades».

Un sugerente hatillo de textos que componen, en cierto modo un retrato de Praz, que echa mano de La tierra baldía —poemario de T. S. Eliot que tradujo al italiano— para definir este rompecabezas que ofrece el libro: «Con estos fragmentos he apuntalado mis ruinas».